La verdad es que no me considero una erudita en nada –como debe de ser, en mi opinión – y menos en cine. Pero lo que sí que le pido a una película es que mantenga mis párpados erectos durante el tiempo que dure el romance fílmico.
Esto no ha ocurrido con La librería, la última propuesta de Isabel Coixet. A diferencia de otras críticas que he podido leer, no me ha parecido ni sugerente, ni sensible ni, mucho menos, profunda. No sé hasta dónde llega mi responsabilidad en este sentido y hasta dónde alcanza la del otro, en este caso, la historia de Coixet, que, para mí, se tambalea desde el momento en que no llega a mantener ningún tipo de interés.
Me aburrí profundamente. Sí, el paisaje de una Inglaterra ubicada en 1959, un reparto ni tan malo, un tema potencialmente interesante. Pero el empaste final de todos estos elementos no me cautivó. En mi opinión, reitero, libre de cualquier parecido con la verdad absoluta, el guión sí tiene su punto, en un intento de dar qué pensar.
‘Entender nos vuelve perezosos’
Entender, predecir lo que el otro va a decir el otro sin que este apenas haga una mueca, hace que nuestra mente se vuelva perezosa. Este jaque a la reflexión es, precisamente, lo que me provoca La librería, deducido a través de una de las frases del guión. ¿Cuándo va a pasar algo realmente interesante? Como dice otro de los personajes: no hay necesidad de lectura cuando la propia realidad es más emocionante.
Seguro que me equivoco: id a los cines Altet e intentad empatizar con la protagonista, con su joven ayudante en la librería. Igual os gusta. Yo, mientras tanto, leeré la novela de Penelope Fitzgerald en la que se basa el film. Por si fuera problema mío