Al final de la sesión, se abre un interesante debate entre los espectadores. Unos aseguran haber visto una película de terror, otros afirman que era un thriller psicológico y otros creen haber contemplado un alambicado alegato antirracista. Si nos olvidamos de las etiquetas al uso, se llega rápidamente a una conclusión: “Déjame salir” es una magnífica película de miedo, es una rara pieza de orfebrería cinematográfica que consigue meterte el desasosiego en el cuerpo y que contiene algunos de los momentos más inquietantes que uno ha podido ver en una pantalla de cine en los últimos años. La película de Jordan Peele, un brillantísimo director novel, es absolutamente imprevisible y ésa es su gran virtud, al margen de las habilidades técnicas de su director. El film juega con el espectador y lo conduce a altísimas cotas de tensión, dándole de vez en cuando algún pequeño respiro en forma de humor negro. En un panorama audiovisual que transita habitualmente por las sendas de la obvio y de lo previsible, se agradece una película capaz de mantener a los espectadores descolocados y nerviosos desde el minuto uno hasta su final. Inolvidable la escena de la fiesta, es difícil reunir en una sola secuencia tal cantidad de frikis amenazantes.