Es tiempo de primavera, de flores y de alergias. Es momento de que la naturaleza haga de las suyas y de entender que los cambios se suceden en una de las épocas más bonitas del año. El caso de Lady Bird es el de una chica que decide, como las flores a partir del 21 de marzo, florecer, crecer. La opera prima de Greta Gerwig, su escritora y directora, nació de un guion que llevaba por título Mothers and daughters –“Madres e hijas”-, precisamente encarnando una alegoría del proceso evolutivo de cualquier ser vivo: llegar al mundo, crecer, reproducirse y morir. Una teoría, la que se aplica también a los animales y plantas, que se dejó un adjunto por añadir en el caso de los humanos: sobrevivir cuando se sale del útero materno.
¿Qué es, por tanto, Lady Bird? Lady Bird es una preciosa historieta, donde sentarse y sentirse cómodamente, en torno a las relaciones entre madres e hijas, y su dificultosa supervivencia con la llegada de la madurez. Ella, la protagonista, la joven Christine, como en realidad se llama, forma parte de una familia conservadora demócrata que vive en Sacramento, California. La trama se alimenta de sus neuras –propias de una adolescente-, sus inquietudes de futuro, sus primeros amores y relaciones sexuales y sus peleas con la existencia. Ella, la “señorita pájaro”, tendrá que amoldar sus valores cristianos con sus ansias de volar, las que la quieren llevar hasta la costa este, a estudiar en Nueva York. El espectador acepta de buen grado las rabietas de esta joven soñadora porque, todo sea dicho, se hace querer. Igual que la película, que no tiene nada que envidiar en cuanto a fotografía, frases elaboradas y un cierto aroma dulce a Wes Anderson, con quien ha trabajado la actriz que encarna a Lady Bird, la irlandesa Saoirse Ronan. Lady Bird es un repaso universal por la adolescencia con moraleja: se puede abandonar el nido sin renegar ni alejarse de él.