No se puede pedir más a una película. Una buena historia, un grupo de actores británicos de lujo, alguna lagrimilla y una buena dosis de humor inglés. Pride es una de esas reflexiones magistrales que el cine de Gran Bretaña hace sobre las miserias de los años de Margaret Thatcher; una fábula moral llena de realismo, en la que se abandona la tentación de dar doctrina para que el espectador saque sus propias conclusiones disfrutando de un rato de buen cine.
Todo parte de una situación que abre un sinfín de posibilidades: el apoyo de un grupo de gays y de lesbianas a la huelga de los mineros ingleses en pleno thatcherismo. Las relaciones entre dos colectivos tan diferentes dan para mucho y la película no desperdicia ninguna oportunidad. Un sólido grupo de actores secundarios le da credibilidad a una película llena de secuencias brillantes; un film, que viaja con absoluta comodidad de la risa a los momentos más emotivos. Cine comprometido sin la casposa barba del cine comprometido. El famoso toque british hace posible el milagro: explicar un relato triste y duro desde la perspectiva del humor y con un cuidado exquisito hacia el factor humano.
Como sucedió en películas como Full Monty, el cine inglés nos demuestra que es posible explicar las peores crisis económicas y los peores dramas humanos desde la dignísima perspectiva de la risa. Ir a ver Pride es, sin lugar a dudas, una buena vacuna para librarse de la epidemia de dramatismo, grandilocuencia y visceralidad que se ha apoderado en estos tiempos del lenguaje político español.
No es pot explicar millor.