La película producida por Netflix te sitúa como espectador en el centro mismo de la escena. Tienes la sensación de poder mirar a cualquier parte. La cámara te da la libertad de fijar tu mirada en el lugar que más te interese. En el personaje que más te atraiga. Pero nada más lejos de la realidad, Alfonso Cuarón te conduce por su universo vago extraído de su infancia con una maestría pocas veces vista antes en el cine.
Cuando la cámara se centra desde el principio en un personaje condenado a ser secundario de repente todo se magnifica. La anécdota se convierte en la historia más grande jamás contada. La maravillosa fotografía rodada con la Arri Alexa 65 y el uso de ópticas angulares te lleva a pasar de la pantalla de un televisor a la pantalla de un cine, cuando el cine era grande y panorámico. Imagino que verla en la gran pantalla debe ser más hipnótico aun, pero Netflix consigue que disfrutes delante de la tele tanto como en el cine. Te lleva a un tipo de filmación donde los minúsculos personajes se mueven como hormigas entre eternas panorámicas e interminables planos secuencia que te sumergen en una época, en un clima social. Una experiencia de la que te queda el recuerdo de haber estado y haber sentido.
La película está llena de grandes momentos que, sin embargo, la cámara capta desde una posición alejada. Por ejemplo la magnífica secuencia en la que parte de la familia se refugia en una tienda y contempla a través de los sucios ventanales una carga policial contra cientos de manifestantes. Cualquier director hubiera tenido la tentación de rodar esta costosísima escena con multitud de planos, llenos de movimientos de grúa, pero Cuarón nos muestra los hechos desde detrás de una ventana, consiguiendo magnificar el dramatismo desde la naturalidad y la simplicidad.
El sonido, grabado en sistema Dolby Atmos, contribuye a esta inmersión. Los diálogos quedan en segundo plano. En ocasiones no son ni audibles, porque a Cuarón le interesa transmitir más que palabras los ruidos que envuelven a la escena y que son más elocuentes que el propio dialogo. Por otra parte hablados, en su mayoría, en mixteco.
Roma hace referencia al barrio de México D.F. en el que se crió el director. En una familia casi idéntica a la de la película. Una madre con cuatro hijos y dos empleadas domésticas que le ayudan a sacarlos adelante mientras el padre está ausente.
Roma era en los años 70 un distrito de clase alta de la capital mexicana, pero cuando la narración nos lleva a la periferia, aflora la potencia del neorrealismo, como si De Sica o Rosellini hubieran regresado.
Para mí se trata de una película extraordinaria que conmueve como pocas. Verla es lo más parecido a vivir la realidad.