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Beethoven, el sordo genial (2ª parte)
En el 250 aniversario de su nacimiento
Alfonso Jordá Morey - 28/12/2020
Beethoven, el sordo genial (2ª parte)
Monumento a Beethoven en Viena

LAS MÁS SOBRESALIENTES MONUMENTALIDADES DE BEEHTOVEN
Como es muy difícil por no decir imposible relacionar en un limitado “hit parade” lo mejor del Sordo Genial, procuraremos entresacar lo más destacado de su catálogo pero por formas musicales, de manera que el lector pueda buscar lo que le apetezca escuchar en plataformas como “Youtube” o “Spotify”.

Siempre será conveniente encontrar versiones de primer orden con directores, si se trata de obras orquestales, como Furtwängler, Toscanini, Klemperer, Knappertsbusch, Bohm, Karajan, Jochum, Bernstein, C. Kleiber, Celibidache, Giulini, Abbado, Haitink, Maazel, Mehta, Jansons, Rattle, Barenboim o Thieleman (cito mis preferidos). En cualquier forma musical y siempre que sea posible, interpretaciones de referencia procedentes de sellos discográficos o videográficos de prestigio.

LAS SINFONÍAS Y OBERTURAS
Subyace en la música orquestal de Beethoven, principalmente en las sinfonías, la superación de la forma por medio de la idea, construyendo estructuras capaces de edificar monumentos sinfónicos sin precedentes, como hicieron Haydn y Mozart años atrás, pero otorgando a dichas estructuras una grandiosidad asombrosa.   De sus nueve sinfonías destacamos la “Tercera” (Heroica), dedicada inicialmente a Napoleón Bonaparte, contiene una apabullante marcha fúnebre. La “Quinta”, un enorme prodigio de fuerza sonora. La “Sexta” (Pastoral), un sereno y cautivador canto a la naturaleza. La “Séptima”, (Apoteosis de la danza), como la bautizó Wagner; contiene un “Allegretto” con el que es imposible sustraerse de su belleza. Y la “Novena” (Coral), monumental y emotiva muestra de perfección absoluta, cuyo último movimiento “Oda a la Alegría” fue declarado himno de la Unión Europea. El resto de sinfonías son escasamente programadas pero no por ello son menos indiscutibles joyas beethovenianas, al igual que algunas oberturas como “Coriolano”, “Egmont”, “El Rey Esteban”, “Prometeo” o la excepcional “Leonora III” que aparece generalmente entre las escenas primera y segunda del acto segundo de su única ópera “Fidelio“, una costumbre que inició Gustav Mahler. Beethoven ideó una obra menos difundida que se titula “La Victoria de Wellington” o también “La Batalla de Vitoria”, Op. 91, compuesta en 1813 para celebrar la victoria de las tropas británicas, españolas y portuguesas, comandadas por el Duque de Wellington Sir Arthur Wellesley, sobre el ejército francés, en los alrededores de la ciudad de Vitoria el 21 de junio de ese mismo año (los Bonaparte le caerían bastante mal a partir de la autocoronación del “liberador” de Europa). Esta curiosa obra y la ópera “Fidelio” están inspiradas en España, tierra donde nació su abuela paterna María Josefa Poll, descendiente de una familia que desde el sur de los Pirineos tomó el camino del exilio hacia el norte en plena Guerra de Sucesión Española. También la música incidental para “Egmont”, según la tragedia de Goehte, tiene inspiración en la historia de España. La obra finaliza con la muerte del Conde de Egmont (1522-1568), primo de Felipe II, que proclama su ideal de lucha por la independencia de los Países Bajos Españoles contra la opresión que representaba para su país la monarquía española.

LOS CONCIERTOS
Beethoven compuso cinco conciertos para piano y orquesta que son cinco obras maestras, entre los que destacan el tercero, cuarto y quinto “Emperador” (Op. 73). Asimismo un concierto para violín y orquesta (Op, 61), obligado para todo violinista que se precie, del cual el maestro alemán hizo una versión para piano y orquesta nada desechable. Y un “Triple concierto” para violín, violonchelo, piano y orquesta (Op. 56), maravilloso de principio a fin. Todas estas obras son muy lucidas para los solistas que las interpretan.

LAS SONATAS DE PIANO
Es el ciclo pianístico, sin temor a exagerar, más colosal jamás escrito. Lo componen 32 sonatas, algunas muy conocidas como la “Sonata” nº 8 Op. 13 (Patética), “Sonata” nº 23 Op. 57 (Appassionata), “Sonata” nº 14 Op. 27 nº 2  (Claro de Luna) o la “Sonata” nº 12 Op. 26 (Marcha fúnebre). Un placer enorme para los oídos y por supuesto para los pianistas que las interpretan. No se puede comprender a Beethoven sin sus “sonatas”.

LA MÚSICA DE CÁMARA
Figura entre las más imprescindibles aportaciones de todos los tiempos a la Música. Los dieciséis cuartetos para cuerda, más la “Gran Fuga” (un único movimiento para cuarteto de cuerdas), es quizá la serie más grande y hermosa de toda la música beethoveniana. Es, por lo mismo, la que ha tardado más tiempo en ser verdaderamente entendida y disfrutada. Escritos en tres etapas distintas, todos, absolutamente todos son destacables; si hay que elegir, elijo los últimos que van desde el 12 al 16. No menos relevantes son las diez sonatas para violín y piano, entre las cuales brillan con luz propia la Op. 47 “Kreutzer” y la Op. 24 “Primavera”. Asimismo tríos de cuerda y tríos con piano en el que destaca el “Archiduque” Op. 97. También compuso quintetos de cuerda, cuartetos con piano, para vientos con piano, sextetos, variaciones de todo tipo para varios instrumentos y un “Septimino” Op. 20 que cautiva por su elegancia e inspiración. Una serie televisiva infantil titulada “Erase una vez el hombre” lo popularizó.

LA MÚSICA VOCAL Y CORAL
En la cumbre más alta de la producción beethoveniana se encuentra la “Misa Solemne” Op. 123, grandiosa obra adelantada a su tiempo. Estrenada incompleta en San Petersburgo en 1824 junto a la Novena Sinfonía tres años antes del fallecimiento del compositor, la Misa no vería su ejecución completa hasta 1830. El notable director de orquesta alemán Wilhelm Furtwängler tuvo que retirarla de su repertorio al verse incapaz, según explicó, de transmitir su magnitud. Ciertamente es tan sublime que traspasa lo terrenal, a lo que hay que sumar sus tremendas dificultades interpretativas. Beethoven, inmerso en su soledad, aislado del mundo, quiso reflejar en ella al Dios perfecto, pero con la disyuntiva de un creyente poco ortodoxo con el dogma cristiano, en un mundo que sufría calamidades de toda índole.

Sería injusto no destacar otras obras vocales o corales de Beethoven, no tan magnas como la anterior, pero sí pletóricas de maestría como sin duda son la “Misa en Do Mayor” Op. 86, “Cristo en el Monte de los Olivos” Op. 85 o la conmovedora “Cantata a la Muerte del Emperador José II” WoO 87, entre otras cantatas estimables. Cabría destacar igualmente algunas composiciones orquestales de música incidental en la que aparecen solistas vocales y coros como “Las ruinas de Atenas”, “Egmont” o “El Rey Esteban”. En lugar prominente brilla la singular “Fantasía Coral” Op. 80 para piano, coro, solistas y orquesta, en la actualidad bastante programada.

Y por supuesto su única ópera, “Fidelio”, excelso canto a la Libertad y por consiguiente a la Humanidad. El “Coro de Prisioneros” es sencillamente magistral y conmovedor. Era necesario que Beethoven compusiese una obra así. Una ópera absolutamente genial que marcaría el camino a Carl Maria von Weber y a su sucesor, Richard Wagner.

LAS BREVES «DELICATESSEN»
Dejamos para finalizar las breves y agradables “delicatessen” que creó el Genio de Bonn: una buena parte de sus numerosos “Lieder” (canciones) como “Adelaide” Op. 46 o “Plaisir d’ameir” WoO 128 por ejemplo. Piezas tan exquisitas como el “Menuet” WoO Op. 10 nº 2 en Sol Mayor; algunas de las danzas y contradanzas para orquesta, las dos “Romanzas” para violín y orquesta Op. 40 y Op. 50, el aria para soprano y orquesta “Ah Perfido!, y particularmente la dulce y entrañable “Para Elisa” WoO 59, la más conocida de las preciosas “Bagatelles” (piezas breves para piano).

El universo beethoveniano es casi infinito. Todos los días se pueden redescubrir obras conocidas u obras menos divulgadas, ejecutadas por distintos intérpretes, cada uno con su estilo o toque personal. Decir Beethoven es decirlo todo sobre la Música occidental; sus antecesores principales J. S. Bach, Haendel, Mozart y Haydn, y sus herederos, Weber, Schubert, Schumann, Mendelssohn, el francés Berlioz (el único no alemán o austriaco), Brahms, Listz (nació en la Hungría austriaca) o Wagner, formarían el eje vertebrador de toda la música centroeuropea de los siglos XVII, XVIII y XIX, con Bruckner, Mahler y Richard Strauss como antesala del siglo XX.

Alfonso Jordá Morey
Presidente de la Asociación de Amigos de la Música de Alcoy

 

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