“Yo no soy racista; pero me daría un soponcio si mi hija se casara con un negro”. Con esta frase tópica y xenófoba se podría describir (salvando todas las distancias que haya que salvar) el sentimiento general de los alcoyanos respecto a la peatonalización del centro: “Yo soy partidario de hacer peatonal el casco histórico, pero en el momento que me genere alguna molestia, voy a darle leña al alcalde hasta en el carné de identidad”. Esta contradicción sangrante nos sirve para explicar una de las grandes singularidades alcoyanas: somos una de las pocas ciudades del mundo desarrollado que tiene un casco antiguo abierto al tráfico en su práctica totalidad; somos un extraño entorno urbanístico que en pleno siglo XXI llena de coches, camiones y autobuses un laberinto de antiguas callejas diseñado en los tiempos de la Revolución Industrial.
La decisión del actual gobierno municipal de poner en marcha un plan de peatonalización en la zona centro ha despertado todos los demonios de esta vieja polémica. Partidos de la oposición, empresarios, vecinos y ciudadanos a título personal han reaccionado con una inusual virulencia crítica, generando un durísimo debate que ha desplazado de la actualidad hasta la mismísima pandemia. Este artículo quiere aportar algunas claves para entender un hecho aparentemente incomprensible: todos quieren un centro peatonal, pero cada vez que un Ayuntamiento da un paso al frente, le cae encima la del pulpo.
1-Los restos del naufragio
Hay que tener en cuenta en primer lugar que lo que los alcoyanos llamamos “el centro” son los restos de un enorme naufragio, que en las últimas décadas ha convertido el corazón de la ciudad en un paisaje de solares vacíos y ruinas. A nadie se le ocurre peatonalizar áreas como la de la Verge María y la razón es muy simple: este conjunto urbanístico no existe, ya que está compuesto por un selecto grupo de edificios institucionales perdidos en un desierto de cascotes.
La parte mollar del denominado centro estaría incluida dentro de un cuadrado imaginario que tendría sus vértices en la plaza de España, la Glorieta, el Parterre y la Politécnica. Estamos ante una zona que resume en sí misma la extraña relación amor-odio que tienen los alcoyanos con su patrimonio. A pesar de su importancia estratégica y sentimental, se trata de un entorno altamente deteriorado, en el que se suceden los derrumbes de edificios y en el que sectores como el comercio llevan décadas en una permanente cuesta abajo. Los sucesivos planes de recuperación han fracasado estrepitosamente, mientras las persianas bajadas con letreros de se vende y los solares vacíos se han convertido en elemento omnipresentes del panorama.
Paradójicamente, esta parte tan castigada de nuestro casco urbano acoge las sedes de nuestras principales instituciones administrativas, económicas, culturales o universitarias. También es el escenario de los momentos más multitudinarios de nuestro calendario anual: desde las Fiestas de Moros y Cristianos al ciclo navideño. Este conjunto de circunstancias contribuye a liar aún más la madeja, ya que le proporciona al casco histórico una inyección suplementaria de vitalidad a la que no acceden otros barrios de la ciudad. Vale la pena poner un ejemplo: los establecimientos hosteleros del centro son los principales beneficiarios de todo el conjunto festivo alcoyano y durante esos días hacen unas cajas que son la envidia de los bares de la Zona Norte o de Santa Rosa.
2-La sociedad civil
En una zona en la que viven muy pocos vecinos (durante los últimos cuarenta años, la construcción de nueva vivienda o de vivienda rehabilitada ha sido mínima), el liderazgo de la sociedad civil del centro lo han asumido los hosteleros y los comerciantes. Ambos sectores han sido siempre la punta de lanza que ha parado cualquier intento de peatonalización. Siempre se ha utilizado el mismo argumento: recortar el acceso de coches a esta parte de la ciudad haría disminuir la afluencia de clientes y acabaría de arruinar los negocios. Hay que subrayar, sin embargo, que el bloqueo sistemático de cualquier plan destinado a reducir el tráfico no ha impedido que la ruina y la crisis se enseñorearan de un barrio que hace décadas dejó de ostentar el papel de corazón comercial de la ciudad y que ve cerrar uno tras otro establecimientos emblemáticos cuando llega la jubilación de sus propietarios.
La hostelería y el comercio tienen una fe ciega en que la presencia de coches es un pilar esencial para su supervivencia. Esta claridad de conceptos contrasta con la permisividad mostrada ante otro tipo de actuaciones también delicadas; hay que recordar que estos mismos sectores aplaudieron con insólito entusiasmo proyectos como la construcción de la red de galerías subterráneas; unas obras largas y traumáticas que arrasaron comercialmente calles señeras como San Nicolás y San Francisco. Tampoco pusieron excesivas pegas a la construcción del complejo de Alzamora, que contribuyó a desplazar el eje comercial de la ciudad al Ensanche y que le dio la puntilla a muchas tiendas. El centro peatonal se ha convertido pues en la gran pesadilla para este colectivo de pequeños empresarios. Cada vez que un gobierno municipal plantea el tema, ponen sobre la mesa una lista interminable de correcciones, cuya aplicación supondría quitarle cualquier efecto a esta medida urbanística hasta convertirla en algo meramente testimonial.
3-Los políticos
Tras 42 años de ayuntamientos democráticos, el argumento de la película de la peatonalización siempre ha sido el mismo: un Ayuntamiento plantea la propuesta, el barrio se subleva y desata una guerra, el Ayuntamiento se acojona ante la posibilidad de perder miles de votos y acaba enterrando el proyecto en un cajón. Esta endiablada mecánica ha funcionado igual en gobiernos del PSOE y del PP. Es importante puntualizar que en todos los casos, los partidos que en ese momento estaban en la oposición no dudaron en subirse a la ola general de rechazo para intentar sacar réditos políticos del conflicto.
Durante décadas, peatonalización ha sido la palabra innombrable, nadie se atrevía a abrir este melón explosivo. El miedo impedía buscar alternativas o planificar infraestructuras a medio o largo plazo. Resulta patético, que en pleno siglo XXI calles estrechísimas, como la Cordeta o Casablanca, sigan siendo la única solución para desviar el tráfico ante un posible plan peatonal. Es difícil explicar la escasez de aparcamientos disuasorios o la inexistencia de viales de nueva construcción que permitan desviar parte del tráfico rodado. Las corporaciones han dejado que el tiempo pudriera este espinoso asunto, no han planificado nada y el resultado es un diseño de tráfico obsoleto e irresoluble. Si lo pensamos bien, en lo que respecta a movilidad prácticamente nada ha cambiado desde los años sesenta del pasado siglo.
En general, se puede afirmar que la sensibilidad de nuestra clase política hacia el casco histórico ha sido mínima, casi inexistente. No estaríamos hablando de estos follones ahora, si en algún momento de nuestra historia reciente hubiera prosperado un plan integral para recuperar el centro, para convertirlo en un espacio vivible, para hacer que los alcoyanos volvieran a residir en él y para salvar su valor patrimonial del estado de ruina en el que ahora vegeta.
4-El lío
Y en esas estábamos, cuando en plena pandemia el gobierno municipal de Toni Francés decide jugársela e implantar un plan de peatonalización en medio de un ambiente enrarecido de manifestaciones, pancartas en los balcones y redes sociales rebosantes de veneno. Ni los más críticos del alcalde socialista pueden negar que para hacer esta jugada hace falta mucho valor. Un primer edil que gobierna en medio de una relativa tranquilidad y que no tiene amenazas políticas a corto plazo decide meterse en este espinoso fregado y pone en marcha un proyecto con el que no se ha atrevido ninguno de sus predecesores.
La razón oficial de este movimiento está clara. La peatonalización es un paso imprescindible en el modelo de ciudad que se ha planteado desde la Alcaldía socialista. El plan para convertir Alcoy en una localidad captadora del turismo cultural, de tradiciones o de patrimonio no casa con un diseño urbano en el que un visitante puede ser atropellado por un camión de reparto mientras hace fotografías de un edificio modernista. La razón extraoficial para esta iniciativa es puramente política, Francés quiere triunfar donde otros fracasaron y pasar a la Historia como el alcalde que le puso el cascabel al gato de la peatonalización. No es extraño que el primer edil hable en todas sus intervenciones del caso de ciudades semejantes a Alcoy, en las que los planes peatonales han recibido un dura contestación y en las que después ha habido bofetadas para conseguir un local en ese centro revitalizado a contrapelo. Gandía es el caso más representativo.
Si está claro el valor, lo que no acaba de estar demasiado definido es el acierto. La discusión sobre este proyecto está alcanzando tal grado de violencia, que es muy difícil separar las críticas fundamentadas del puro ataque sistemático. Hay aspectos que plantean dudas sobre la peatonalización actual: desde el paso de autobuses por las presuntas calles peatonales a la utilidad de cerrar San Nicolás, pasando hasta por los horarios para la carga y la descarga. También se critica la falta de consenso, contestada desde el gobierno municipal con algo muy parecido a: en estos temas es imposible contentar a todos; un gobierno ha de gobernar y si empezamos a hacer concesiones la peatonalización quedaría reducida a nada.
Sólo el tiempo nos dirá si estamos ante un acierto o ante una colosal metedura de pata. El éxito o el fracaso de esta iniciativa no será sólo el éxito o el fracaso de un determinado gobierno municipal, ya que dejará su huella (positiva o negativa) para siempre en un área urbanística que lleva años vegetando al borde del abismo.
5-La moraleja final
En aquellos tiempos prepandemia en los que podíamos viajar, los alcoyanos solíamos asombrarnos cuando visitábamos un centro peatonal en cualquier ciudad del mundo. Nos metíamos en nuestro clásico ejercicio de victimismo y nos preguntábamos porqué Alcoy no disponía de un espacio así de hermoso y de acogedor. La respuesta a este interrogante viene de uno de los rincones más extraños de nuestro carácter colectivo: queremos un casco histórico peatonalizado, pero no estamos dispuestos a asumir las inevitables renuncias que conlleva esta reforma. Recurriendo al dicho popular, todos queremos “la molleta” pero nadie está dispuesto a tragarse “l’osset”.
La decisión del gobierno municipal de implantar contra viento y marea un plan de peatonalización coloca a la sociedad alcoyana ante la obligación de responder de una vez por todas a un dilema incómodo, aplazado durante décadas: ¿queremos realmente un centro peatonal o simplemente aspiramos a que las cosas sigan cómo siempre, a la espera de que un improbable milagro del cielo resucite este vergonzante agujero negro del urbanismo local?.
En termes generals em sembla una anàlisi correcta. Particularment en allò que toca a la sensibilitat ciutadana i els problemes que afecten al centre. En el que no estic tan d’acord és en això ‘los políticos’. Davant l’onada fascistitzant a la que ens enfrontem, em sembla que eixa tendència a fer veure que absolutament tota la gent que es dedica a la política és més o menys igual d’inepta, ignorant o que actua sense ètica o exclusivament per profit personal, és, senzillament injusta i molt, molt perillosa. Clar que l’electoralisme és una actitud generalitzable i condemnable (també caldria apuntar que si això significa que el polític fa el que creu que vol la gent, qui resulta mal parat no és el propi polític, sinó l’electorat més aïna). Però també és cert que no és, ni de lluny, l’única cosa que guia l’acció dels polítics, com a individus, ni de les organitzacions polítiques, com a col·lectius. En aquest cas que ens ocupa, és necessari reconèixer la valentia del govern en tirar avant amb una decisió tan difícil com aquesta. Ara bé, això no vol dir que, com bé s’afirma a l’article, la cosa no puga estar exempta de crítiques, ni tan sols des de la perspectiva dels qui pensem (m’incloc, per suposat) que la peatonalització és absolutament necessària. Tractar de desqualificar a l’oposició per criticar la mesura sense entrar a considerar els diferents arguments que s’esgrimeixen es fer-li un favor molt primet a la democràcia. Per començar, la peatonalització no sols és necessària per a potenciar l’atractiu turístic del casc històric. De fet, si fóra això el que es pretén, caldria començar per prendre altres mesures; la més òbvia de les quals es fer alguna cosa per evitar que desapareguen els edificis i la trama urbana. El principal problema, precisament, és aquest, pensar que la peatonalització ha d’aprofitar per a que els turistes vinguen al centre. Mentre se seguisca pensant que el casc històric és un ‘escenari’ per als visitants (de dins i de fora) la portem clara. La peatonalització ha de tindre com a principal objectiu evitar el trànsit rodat, al centre evidentment, però també al conjunt de la ciutat. Ha de pensar, a més, en que un centre viu no és només un ‘escenari’ per al passejant, sinó que ha de ser un marc amable per als que hi viuen i, sobretot, per atreure a la gent i que el trobe com un lloc on habitar. Podria fer-ho molt més llarg però crec que amb açò n’hi ha prou de moment. Salutacions.
Article molt elaborat, sens cap dubte, però personalment discrepe en dos coses:
Al preàmbul diu que «todos quieren un centro peatonal» (tots???)
En segon lloc, el més gran desgavell és comparar Alcoi amb Gandia. Potser per nombre d’habitants sí, però ahí s’acaba.
Gandia té una població residencial turística, sobre tot a la zona del Grau, que pot donar molta vida als comerços i establiments d’oci del centre de la ciutat. Ací en Alcoi és impensable.
Ara els convide a que entren al Google Maps i comparen el mapa de la ciutat de Gandia amb el d’Alcoi. Gandia té un traçat urbanístic que permet donar quaranta-mil solucions al tema de desviaments de tràfic i rutes alternatives. Ací «ni de conya».
I per últim, una reflexió més: Lleven-se del cap el de que Alcoi siga una ciutat turística. Això és una tonteria monumental. Una cosa és que unes persones estiguen a Alcoi per temes de treball o altres motius i aprofiten per visitar els edificis modernistes o algún museu i altra és fer vindre a la gent de fora (recorrent 60 o més kms) aposta per vore estes coses.
I no vinguen amb la cançoneta de les Festes o del Nadal Alcoià, perquè, encara que siga digne d’admirar, són soles quatre dies a l’any i una ciutat no pot viure del turisme, ni mantindre les infraestructures que aixo necessita per eixos quatre dies.