Al escuchar la palabra diseño sentimos cierto recelo, nos asusta, pensamos que se trata de algo que no entendemos, con un precio muy por encima de su valor real y destinado a un ámbito elitista. Esto es sólo una parte del diseño, exploremos otros horizontes.
Partamos desde el principio, el diseño está hecho por personas y para las personas, así de sencillo resulta empezar a hablar de esto. Sin embargo, no resulta tan sencillo plantear unas bases con las que diseñar de forma responsable.
Hace ya casi dos décadas del “Manifest de Barcelona” – Enzo Mari (1999). Donde se expresaba la necesidad de que el diseño volviera a sus orígenes utópicos, de la implicación de las personas y la ética del diseño, equiparándolo al Juramento Hipocrático, donde se jura un contenido ético y orientativo a la hora de ejercer la medicina.
La educación supone un pilar fundamental para el diseño, no se trata de fabricar personas creativas, que dibujen, realicen y luego vendan. Esta formación, aparte de ofrecer unas herramientas para concebir resultados, debe enseñar unos valores con los que proyectar. El diseño y la educación, tanto de profesionales y usuarios deberían tender lazos, que exista un acercamiento para hacer buen diseño.
Con la premisa de que se debe diseñar a favor de la cultura, intentar y conseguir reflejar en esta el valor social que todo proyecto debe tener. Al final el diseño es un reflejo del mundo, forma parte de él, y se debe ser conscientes del mensaje que transmite.
Se puede llegar a considerar que el diseño sufre patologías, en algunos casos, no se prioriza a la entidad humana, se queda en un segundo plano. No se puede permitir, el diseño sirve de forma universal a toda la población, da igual su poder adquisitivo o su condición. Parece una auténtica locura que exista un sinfín de profesionales proyectando para un porcentaje muy reducido del planeta.
El papel del diseñador debe ser la de intermediario entre el usuario y el producto, no se trata de trabajar para el destinatario, se trata de trabajar junto al usuario, conseguir que deje de ser un consumidor pasivo y hacerle participe en el proceso de creación. Dándole pie a que no sólo adquiera diseño, por el contrario, que lo sienta como propio y desarrolle un vínculo emocional con el resultado. Dejemos de lado el individualismo, de que el diseñador sea una especie de estrella de rock, apostemos por un diseño colectivo, participativo que difumine las fronteras, grupos de trabajo para solucionar problemas.
Lo expresado anteriormente son unos valores, un punto de vista desde donde abordar el diseño y su relación con el ser humano. Esta perspectiva, entiende unas bases a la hora de diseñar, apoyándose en el compromiso y la dedicación, con el objetivo de intentar dejar un mundo mejor al que hemos encontrado.
Quitémonos la venda de los ojos, el diseño es un campo muy amplio, lleno de oportunidades y con profesionales dispuestos a hacer proyectos éticos, universales y al alcance de todas las personas.
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