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A fondo
La ciudad sin voz
Alcoy es una ciudad en plena fase de decadencia, que a los gravísimos problemas de la recesión económica general ha de añadir las consecuencias de su crisis particular
Javier Llopis - 24/01/2014
La ciudad sin voz

Con sus polígonos llenos de fábricas abandonadas, con sus grandes arterias comerciales decoradas con cientos de carteles de “se vende” y con más de ocho mil parados, Alcoy empieza a presentar un paisaje muy parecido al de la extenuadas ciudades industriales de la Gran Bretaña del posthatcherismo, que fueron inmortalizadas en películas terribles como “Trainspotting” o en versiones del más puro humor negro, como “Full monty”.

Tras décadas de injustificados optimismos, la práctica totalidad de los sectores de la opinión pública alcoyana coinciden ahora en un diagnóstico: Alcoy es una ciudad en plena fase de decadencia, que a los gravísimos problemas provocados por la recesión económica general ha de añadir las consecuencias de una crisis particular, generada por el retroceso de su secular modelo industrial, sin que hasta la fecha se haya generado ninguna alternativa viable.

Los alcoyanos miran hacia su pasado glorioso y al compararlo con la triste realidad actual acaban aquejados por algo muy parecido a una depresión colectiva. La que fuera quinta ciudad de la Comunitat Valenciana, que en algunos momentos llegó a discutirle la capitalidad de la provincia al mismísimo Alicante, se pierde ahora en los rankings de demografía (en 20 años ha pasado al puesto 12) y de potencia económica. La ciudad que paseó su industria por todo el mundo y que generó una actividad cultural que deslumbraba a los visitantes chapotea ahora en los charcos de la mediocridad y de la indefinición, mientras van superándola otras localidades con mucho menos pedigrí, pero con una mayor capacidad para adaptarse a los nuevos tiempos. De una forma gradual, casi sin enterarnos, los alcoyanos hemos pasado del orgullo patriótico a la crisis de autoestima; de creernos el ombligo del mundo a admitir como algo absolutamente normal que nuestros hijos tengan que marcharse fuera para ganarse la vida.

Para llegar a este punto de difícil retorno ha sido necesario recorrer un camino en el que la sociedad alcoyana y sus líderes han mostrado una insólita incapacidad para planificar el futuro y para tomar decisiones que evitaran una quiebra absolutamente previsible. Alcoy ha circulado por el mundo sin una estrategia clara y con una ausencia total de políticas de medio o largo plazo. En vez de posicionarse de cara a los nuevos tiempos, la ciudad ha entrado en un proceso de ensimismamiento, que finalmente la ha llevado a ausentarse de todos los grandes debates nacionales o regionales: desde las nuevas formas de afrontar el desarrollo industrial, a las infraestructuras, pasando por la promoción cultural o por la aparición del turismo como nueva fuente de riqueza.

Una letal combinación de elementos negativos ha hecho posible que Alcoy se enfrente a un presente lleno de señales de alarma y a un futuro marcado por la incertidumbre y el pesimismo. Las tres variables de esta nefasta ecuación son las siguientes: la ciudad ha perdido peso político en la Comunitat Valenciana, ha carecido de un modelo claro de desarrollo y ha descartado cualquier iniciativa de colaboración territorial con las comarcas que la rodean.

Respecto al primer punto, la pérdida de peso político, hay que señalar que este fenómeno es una constante desde la llegada de la democracia. Con la única y fructífera excepción del periodo de colaboración entre el alcalde Sanus y el presidente Lerma, lo cierto es que Alcoy apenas sí ha tenido ninguna influencia en los centros de decisión de la política autonómica y mucho menos en la nacional. Los dirigentes alcoyanos han tenido muy poca presencia en los órganos directivos de los grandes partidos y su participación en los diferentes gobiernos de la Generalitat ha sido prácticamente testimonial y en las escasas excepciones en las que ha existido, como el caso del popular Miguel Peralta, no se ha traducido en logros concretos para la ciudad. Nuestra clase política ha renunciado sistemáticamente a cruzar las fronteras de la Carrasqueta y del Puerto de Albaida, manteniendo una actitud localista que ha acabado por tener unos efectos altamente negativos: ante la inexistencia de una presión real, Valencia y Alicante han diseñado siempre sus estrategias de futuro ignorando los intereses de Alcoy.

Algo muy parecido ha pasado con nuestros líderes económicos. El empresariado alcoyano ha mantenido durante décadas una actitud de exacerbado individualismo, teniendo una escasísima participación en las organizaciones patronales autonómicas o provinciales. También ha descartado por sistema integrarse en los grandes lobbys, que han defendido proyectos concretos o que han presionado a los gobiernos autonómicos para aplicar determinadas políticas en materia de infraestructuras o de promoción económica.

Alcoy no tiene voz en el exterior. El patológico aislacionismo de nuestra clase dirigente ha tenido consecuencias nefastas sobre la ciudad, que se ha visto excluida de todas las listas de prioridades institucionales. Hay una relación inacabable de ejemplos. La línea férrea Alcoy-Xàtiva se ha quedado fuera de todas las grandes inversiones ferroviarias impulsadas durante los años de la abundancia, perdiéndose la posibilidad de conectar con el AVE y descartándose de forma prácticamente definitiva la ansiada unión con tren con Alicante. No es una casualidad que el tramo de autovía central de Alcoy haya sido el último en ejecutarse, llegando su construcción casi 20 años después del inicio de esta gigantesca obra pública, que ha transformado radicalmente las comunicaciones de las comarcas interiores de la Comunitat Valenciana. Alcoy y su comarca se han visto marginados incluso en la política de grandes eventos impulsada desde los últimos gobiernos de la Generalitat, que han preferido centrar todas sus intervenciones en las capitales y en las zonas de costa, desechando desde un principio la posibilidad de utilizar estas grandes inversiones para reactivar las deprimidas áreas de interior. La posibilidad de convertir Alcoy en una ciudad universitaria, con un proyecto que preveía atraer a cerca de 8.000 estudiantes foráneos, quedó frustrada en la batalla política de las universidades, cuando la Generalitat de Zaplana decidió duplicar muchas de las titulaciones de la Politécnica alcoyana en la recién creada Universidad Miguel Hernández de Elche, frenando de raíz cualquier plan de expansión del campus alcoyano.

El otro gran eje sobre el que bascula la decadencia alcoyana es la inexistencia de un modelo claro de ciudad para el futuro. Los partidos y los alcaldes se han sucedido sin que ninguno de ellos supiera darle una respuesta clara a este reto. La crisis de los sectores manufactureros tradicionales, con la apertura de las fronteras a la competencia de los productos baratos del Tercer Mundo, ha tenido un fortísimo impacto sobre la industria alcoyana, que a lo largo de la última década ha perdido miles de puestos de trabajo y ha visto cerrar a centenares de empresas. Este fenómeno viene devorando el tejido económico local en medio de la más absoluta falta de reacciones y sin que nadie ponga en marcha alternativas rápidas y creíbles. La apelación a sectores industriales avanzados con alto protagonismo de las altas tecnologías sigue siendo una mera declaración de intenciones, con una presencia mínima y casi testimonial. Mientras desaparecen una tras otra las grandes industrias emblemáticas, se habla de un Alcoy convertido en ciudad de servicios o de explotar los potenciales turísticos, sin que ninguna de estas salidas teóricas presente lo más mínimos signos de solidez. Vivimos instalados en la indefinición permanente y la mejor prueba de ello es que el gran proyecto estratégico de futuro, el polémico parque empresarial de La Canal, lleva 19 años protagonizando intensos debates ciudadanos, sin que se haya registrado ningún avance y sin que tampoco se haya llegado a perfilar una alternativa clara.

Estas dos grandes deficiencias podrían haberse compensado, al menos en parte, con una opción a la que Alcoy ha renunciado de forma reiterada: presentarse ante el resto de la Comunitat y de España como la capital de un territorio -las comarcas industriales del centro de la Comunitat Valenciana- con intereses y reivindicaciones comunes. La inexistencia de políticas comarcales ha sido otro de los lastres que ha frenado el desarrollo alcoyano, tanto en materia de infraestructuras como en materia de captación de inversiones públicas. Las intentonas de crear organismos supramunicipales en las zonas industriales del sur de Valencia y del norte de Alicante han terminado siempre con sonoros fracasos y ni siquiera ha podido prosperar el intento de crear una modesta mancomunidad para compartir gastos en l’Alcoià y El Comtat. La fuerza política que Alcoy podría haber tenido como cabecera de un área geográfica con más de 300.000 habitantes se ha perdido como consecuencia de una política suicida en la que han primado el individualismo y los intereses partidarios del corto plazo. Simultáneamente, también se han desperdiciado los contenidos de los numerosos planes estratégicos que sobre la zona han elaborado instituciones europeas, autonómicas y provinciales, dejándose sin explorar una serie de propuestas que habrían abierto nuevas vías de futuro.

Teniendo en cuenta todos estos precedentes, resulta prácticamente imposible encontrar motivos para encarar el futuro con optimismo. Las circunstancias políticas y económicas de un país inmerso en una de las peores crisis de su historia no favorecen la posibilidad de un cambio de rumbo y de una posterior reactivación.

En primer lugar, hay que tener muy claro que Alcoy va a tener muy pocas ayudas externas para salir de este bache de su historia. La recesión económica mundial ha provocado un naufragio general de las instituciones públicas españolas, sumergiéndolas en un periodo de fuertes recortes, que han afectado incluso a los sectores más básicos, como la sanidad y la educación. Este fenómeno es especialmente acentuado en el caso de la Generalitat Valenciana, una administración quebrada, que se ve totalmente imposibilitada para ejercer su papel de catalizadora del desarrollo territorial. No cabe esperar, al menos durante los próximos años, grandes aportaciones del Consell (ni del Gobierno central) en materia de promoción económica, industria y mucho menos infraestructuras. Crece la sensación de que el reparto inversiones públicas de este tipo está totalmente acabado, admitiéndose de forma general que a partir de ahora, tocará simplemente gestionar los logros ya existentes desde unas administraciones con una capacidad de maniobra muy reducida por la falta de financiación.

Al margen de las cuestiones económicas, el panorama político local y autonómico no presenta signos que permitan albergar grandes esperanzas. Las encuestas señalan que uno de los principales frutos de esta terrible crisis será la dispersión del voto, forzada por el castigo a los dos grandes partidos, PP y PSOE. Se anuncian ayuntamientos y autonomías ingobernables, con alta presencia de pequeñas formaciones políticas, en los que la toma de decisiones estratégicas pasaría necesariamente por un difícil encaje de negociaciones y consensos. El sonoro fracaso del tripartito alcoyano es sólo un anticipo de un futuro en el que la unanimidad que se debe aplicar a los temas de Estado se verá seriamente dificultada por una enrevesada maraña de intereses políticos.

Constatada la inexistencia de mesías y de soluciones milagrosas, la posibilidad de que Alcoy salga de esta fase de decadencia queda en manos de los propios alcoyanos. La única salida a este complicado momento histórico pasa necesariamente por la recuperación del pulso cívico por parte de una sociedad que lleva décadas anclada en la inactividad y dándole la espalda a una realidad que exige actuaciones rápidas y efectivas.

A lo largo de su historia, Alcoy ha sido capaz de superar con éxito retos mucho más difíciles. En todos los casos ha utilizado el mismo sistema: poner a trabajar su inmenso caudal de energía social y de imaginación para abrir nuevos caminos, superando los obstáculos y generando nuevas expectativas de desarrollo. El futuro está condicionado a la capacidad que tenga esta ciudad para renovar sus objetivos y sus liderazgos, fijando un nuevo modelo capaz de asegurar su supervivencia y su crecimiento. Si no se produce este golpe de timón, esta comunidad acabará convertida en un pueblo fantasma, alimentado con las glorias nostálgicas de un pasado de esplendor; una carcasa vacía condenada a jugar el triste papel de figurante en el gran teatro de la Historia.

Artículo publicado en el número 25 de la revista Eines del Instituto Padre Vitoria

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COMENTARIOS

  1. merxe molina says:

    Javier, aplaudo tu texto con ritmo decadente de palmas…como esta ciudad, que se apaga, y desde la visión de alguien que se plantea volver (o puede que no). Desde fuera el Alcoi mítico aún existe, desde dentro ya no….lo sé.
    Gracias por tus reflexiones….seguro que muchos piensan igual, pero verlo escrito como solo tú sabes, nos hace plantearnos muchas dudas a los que vivimos fuera y nos tienta la idea de volver.

  2. Jocker says:

    Desmoralizante. Cierto, pero desmoralizante ¡ Qué fácil hacer una necrológica ¡ Es incluso morboso. Citas que “El futuro está condicionado a la capacidad que tenga esta ciudad para renovar sus objetivos y sus liderazgos” y que la única salida es “la recuperación del pulso cívico por parte de una sociedad” ¿En quién estas pensando, en los empresarios, en los trabajadores, en los trabajadores-parados, en los políticos?
    Los empresarios son individualistas, siempre lo han sido, y vendrán o se quedarán mientras sea para su interés. Los trabajadores alcoyanos no están genéticamente mejor dotados que otros, pero tampoco peor. Solo los políticos puedes liderar ese futuro. Es su objetivo, su obligación. El resto ineludible que hemos de exigirles sin concesiones.

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