Aunque a primera vista nos pueda parecer una obra técnica sobre arquitectura e ingeniería, “El puente de San Jorge. La fortuna de la modernidad en Alcoy” es un libro de aventuras. El arquitecto Juan Francisco Picó nos ofrece en este trabajo el relato apasionado de una obra pública, que se ha convertido en el emblema de una ciudad y que ha jugado un papel clave en su desarrollo urbanístico. Estamos ante un viaje a los tiempos del esplendor alcoyano, ante una detallada crónica de una pieza de ingeniería que logró el extraño milagro de unir lo bello con lo útil.
En un ejercicio de síntesis, Juan Francisco Picó califica la construcción del puente de San Jorge como “un caso de oportunidad”. El Alcoy que pone en marcha esta obra emblemática es una ciudad en plena efervescencia, en la que casi simultáneamente se están construyendo las infraestructuras del ferrocarril a Alicante, la Escuela Industrial y el edificio del Banco de España. Aquella sociedad acogía conciertos del pianista Arhur Rubinstein y del guitarrista Andrés Segovia, editaba quince periódicos diferentes y mantenía a pleno rendimiento cuatro teatros distintos. De aquel caldo de cultivo nacía un proyecto de ingeniería, en el que se combinaba la funcionalidad con la belleza. El nuevo viaducto era una obra clave para la expansión de Alcoy hacia su Ensanche y para la mejora de las comunicaciones, pero también se convirtió en un hito estético, que con el paso del tiempo acabó convertido en una imagen de marca.
Este puente es hijo de una profunda transformación de la manera de entender el urbanismo. Desde finales del siglo XIX, ciudades de toda España ponen en marcha sus ensanches urbanos, con el fin de ofrecer a sus habitantes viviendas más amplias, más dignas y con mayor salubridad. Ese es el caso de Alcoy, una comunidad atrapada en su casco histórico, que ve aumentar su población por el despegue de la industria y que quiere ofrecer soluciones para huir del hacinamiento y de las malas condiciones higiénicas. El puente de San Jorge es la gran puerta al futuro, el instrumento para la expansión de una villa, que vive un momento de gran crecimiento. Esta es una de las facetas que le otorgan un valor añadido a esta infraestructura, considerada por la mayor parte de los expertos la obra pública más importante de la historia de Alcoy.
El libro de Juan Francisco Picó es un detallado relato sobre el proceso de preparación y de ejecución de este gran viaducto; una crónica completa en la que los aspectos puramente técnicos se mezclan con cuestiones más relacionadas con la gestión política. La idea del puente empieza a gestarse en 1914, pero el proyecto definitivo no se encargará hasta 1923. Tras numerosas vicisitudes, la obra se inicia en 1925 y la inauguración oficial no se produce hasta 1931. En medio surgen numerosos problemas, que hacen que el presupuesto pase de 1,3 millones a 2,5. Con los trabajos ya iniciados, el proyecto sufre una importante modificación sobre todo en la zona que da a la Alameda. Estos desvíos económicos generarían una notable polémica e incluso hicieron que se pidiera una investigación ante el Gobierno de la República.
Al margen de los aspectos funcionales, el puente de San Jorge supone una clara apuesta por las nuevas tendencias estéticas, hecha por una sociedad en la que una burguesía cosmopolita y viajera quería dejar su legado para la Historia. Juan Francisco Picó subraya este papel del viaducto como una obra en la que la belleza y la ornamentación juegan un papel muy importante y en la que la figura del arquitecto Víctor Eusa se agiganta por unas aportaciones, que le darán a esta construcción una personalidad propia. El puente es una de las más destacadas obras de ingeniería civil de todo el mundo realizadas en el estilo Art Déco, que en aquellos inicios de siglo se había convertido en un sinónimo de innovación y de cambio artístico. Hasta el uso del hormigón se puede leer como una declaración de principios de modernidad, ya que en esa época este material de construcción vivía sus primeros pasos frente a los sistemas tradicionales, en los que se utilizaba la piedra o el metal.
Este exhaustivo trabajo de investigación ofrece también un completo análisis de las relaciones de este puente con la ciudad. Es una visión casi humanizada de una construcción, que ha pasado a formar parte de la cotidianidad de todos los alcoyanos. El autor habla de la función de “puente calle” y se refiere con cierta nostalgia a aquellos tiempos lejanos en los que la dictadura del automóvil todavía no se había impuesto y en los que el viaducto albergaba mercados de venta ambulante, puestos de fotógrafos y charlas informales de paseantes.
Se repasa el impacto de esta obra de ingeniería sobre los cinco sentidos. A nivel visual, la imagen del puente se ha convertido en un símbolo de Alcoy; su perfil es uno de los rasgos distintivos de esta ciudad, a pesar de las agresiones sufridas en los últimos años, como la construcción de los dos grandes edificios de La Estambrera. Picó recorre un mundo de sensaciones, en el que aparece la perspectiva cinematográfica de los niños a través de las pequeñas ventanas bajas abiertas en los cerramientos y hasta el sonido ya olvidado del paso de los coches por las antiguas losas de hormigón, hoy sustituidas por conglomerado asfáltico. El puente de San Jorge tiene sus propias claves olfativas y gustativas, generadas por la proximidad de las fábricas y del río, y hasta su propio tacto. El autor deja muy claro en su libro, que estamos ante algo que va mucho más allá de la ingeniería; nos recuerda que estamos ante algo que es también una pieza fundamental del patrimonio sentimental y humano de los habitantes de esta ciudad.
La potencia de esta construcción es tal, que incluso he generado un estilo arquitectónico y urbanístico propio. Cuando tras la recuperación de la democracia los ayuntamientos de la época acometen un plan integral de rehabilitación de la ciudad, deciden utilizar las referencias estéticas del puente de San Jorge como seña de identidad y de unidad en todas sus actuaciones. La singular ornamentación de este viaducto está presente en los nuevos parques, en las farolas y en todo tipo de actuaciones urbanas. No podía ser de otra forma: Alcoy se acoge a su pieza más emblemática para crear una estética alcoyana. La sombra de esta gran obra sigue proyectándose sobre todos nosotros cuando se han cumplido 90 años desde el día en que se iniciaron los trabajos.
Muchas gracias Javier por tu «reseña». Es cierto que hay una intención literaria en el relato y en las interpretaciones. También, a lo largo de todo el libro hay una reivindicación transversal sobre la idea del trabajo bien hecho. Resulta más real, ajustada, afortunada y gratificante esta visión del libro que aquella del «manual de instrucciones» que, aunque seguramente bien intencionada, en mi opinión desmerece el reconocimiento a la aventura del Puente que el libro pretende.
Gracias
Benvolgut Paco,
L’abraçada cordial i la gratitud per la teua contribució a la memòria històrica del nostre poble. Et desitge tot l’èxit que mereixes.