Nos encontramos ante una de esas palabras estratégicas que marcan fronteras generacionales y distancias de edad. Cuando un alcoyano de menos de 50 años escucha el vocablo blavet, lo primero que piensa es que le están hablando del legendario caudillo moro Al Azraq, que recibía este apodo por el color azul de sus ojos pintureros. Los más fantasiosos especulan también con la posibilidad de que se trate de algún personaje relacionado con los Pitufos. Los aficionados a la ornitología afirmarán que el blavet es un pájaro con la espalda azulada y con patas rojas y grandes, que vive cerca de zonas de agua dulce. Sólo los alcoyanos que han cumplido más de medio siglo saben que el concepto blavet describe un polvo de color azul oscuro, que se vendía a granel en las droguerías y que servía (por algún misterio de la química) para blanquear la ropa.
El blavet forma parte de lo que podríamos calificar como arqueología droguera. Es uno de esos productos que se vendían al peso en unas droguerías totalmente artesanales, que actuaban a la vez como expendedurías de sustancias químicas y como sensatas consejeras en la resolución de problemas domésticos especialmente los relacionados con la limpieza. Junto al blavet, en aquellos establecimientos reinaban la aigüeta pa les tatxes, la terreta, la lejía de los Tres Ramos, los estropajos de esparto, el cloruro, las bolas de pacholí y el flit genérico para cuando llegaba el verano.
En los tiempos del blavet todavía no habían llegado a Alcoy las grandes multinacionales químicas de productos de limpieza. Era una época ecológica y de contacto directo, en la que el droguero era capaz de empaquetar con papel cualquier sustancia y en la que todavía no habían hecho su entrada las bolsas de plástico.