No siendo Lee Joseph Fogolin, jugador profesional de hockey sobre hielo nacido en Chicago, Illinois, ni el diminutivo de fogó (en valenciano agujero en la parte posterior del cañón de las armas de fuego, entre otras cosas); el fogolí es una palabra cuyo uso está restringido al argot administrativo y que se refiere a todo aquel expediente que debido a su complejidad se encuentra archivado en una carpeta en el fondo de un cajón de madera de pino durmiendo el sueño de los justos.
Un fogolí es algo que se debería haber resuelto y que no se ha resuelto en tiempo y forma ni tiene pinta de que se vaya a resolver nunca. Bien porque se trata de un asunto oscuro, bien porque huele mal o bien porque da asco tocarlo. En definitiva, porque el asunto es una cagada o, como se conoce más elegantemente en lenguaje burocrático: un cagarro. De ahí su homofonía con la palabra fogó.
Aunque en la esencia del fogolí está el hecho de que no pueda ser resuelto; sí que es viable eliminarlo o hacerlo desaparecer mediante herramientas desfogolinadoras como son: las destructoras de papel, las papeleras y el típex, que es la forma genérica para referirse a un tipo de líquido o cinta que permite tapar con una capa blanca lo escrito y volver a escribir encima.
NOTA DE INTERÉS.- Se denomina momio todo fogolí que a causa del tiempo transcurrido, se ha desecado, ajado y perdido vigor sin que haya llegado a entrar en fase de putrefacción.