Bajo este insultante concepto se incluye a un singular segmento de la población alcoyana de clase baja o de clase media cuya única aspiración en la vida es ser admitido en las filas del puntet. Estos especialistas en el quiero y no puedo son capaces de destrozar sus economías familiares y de vivir en una continua mentira con tal de acercarse a los oropeles de esa rancia aristocracia alcoyana en lo que uno no es nadie si no ha arruinado un par de centenarias empresas textiles.
Formar parte de la merdeta exige grandes sacrificios personales. Los intentos de subir de golpe unos cuantos peldaños en la escala social suponen un considerable esfuerzo económico: ropa del puntet, colegios del puntet para los niños (¡nunca públicos, por Dios!), coche del puntet, filà del puntet y hasta vacaciones del puntet. Además, las personas que forman parte de este grupo están obligadas a hacer drásticos cambios en su vida cotidiana: deben abandonar radicalmente el uso del valenciano, les deben poner a sus hijos nombres pijos y han de olvidarse de sus orígenes, ya que cualquier contacto con la chusma los haría sospechosos y entorpecería su acceso a la cúspide social alcoyana.
Hay familias de la merdeta que se han arruinado ante la imposibilidad aritmética de costear un nivel de vida de clase alta con el sueldo de un trabajador normal. Otras hacen equilibrios contables, se endeudan hasta las cejas y suprimen gastos básicos (desde la comida al equipamiento de la casa) con tal de mantener las apariencias de cara al exterior. Ser de la merdeta no es un chollo, ya que en la mayor parte de las ocasiones este intento de subir en la pirámide social se ve saldado con un fracaso rotundo: la gente del puntet los consideran unos advenedizos y los de su misma extracción social los rechazan por horteras y pretenciosos.
Sólo hay dos maneras efectivas de salir de este sinvivir. La más directa es el matrimonio; cualquier alcoyano o alcoyana de la merdeta que se case con un miembro del puntet quedará automáticamente incluido en este colectivo social, pudiendo disfrutar de todos sus privilegios sin ningún tipo de cortapisa. La otra consiste en hacerse millonario jugando a la lotería y resulta algo más complicada.