En cuestión de manos, en Alcoy, el tamaño sí importa. Las palabras manotes y manetes son una buena muestra de cómo el cambio de una única vocal puede variar radicalmente el significado de un sustantivo. Un manotes es una persona dotada de una torpeza homérica, cuyas intervenciones en asuntos de bricolaje se saldan con grandes catástrofes. En cambio, un manetes es un tipo hábil y resolutivo, capaz de resolver con rapidez y efectividad cualquier problema de fontanería, electricidad o mecánica del automóvil.
Con el uso de la acepción manotes se institucionaliza la marginación a la que esta sociedad condena a las personas de gran tamaño, salvo que sean reconocidos jugadores de baloncesto. De forma absolutamente injusta, convertimos a los poseedores de manos de gran envergadura en seres despreciables, incapaces de abordar con éxito cualquier trabajo que exija una mínima habilidad manual. En esta ciudad, cuando uno arrastra fama de manotes sufre una inevitable cuota de castigo social. Cuando uno de estos individuos anuncia su visita a una casa, sus propietarios entran en pánico y ocultan todos los objetos delicados, tampoco le dejan manejar bebés y rechazan sus bienintencionadas propuestas para arreglar un enchufe o para quitar la mesa después de comer.
Todo lo contrario sucede con los manetes. Estos personajes habilidosos son bien recibidos en todas las casas alcoyanas y se aprovecha su presencia para encargarles una interminable lista de pequeñas reparaciones, que si fueran realizadas por un profesional externo costarían una pequeña fortuna. El que tiene un amigo manetes, tiene un tesoro. Por alguna fijación anatómica, los alcoyanos han identificado las manos pequeñas y huesudas con la sapiencia tecnológica. Alcoy ha producido una interminable lista de manetes ilustres en la que destaca con luz propia la histórica figura del Tío Furgaes. Finalmente, hay que subrayar que en estos tiempos de innovación tecnológica, la figura del manetes se está viendo muy desplazada por la del amigo informático.