En la pirámide laboral alcoyana el matxaca ocupó durante siglos el puesto más bajo. Es éste un personaje que en sus tiempos jugó un papel fundamental en los sectores de la industria y los servicios, aunque con el paso del tiempo se vio desplazado por otras categorías de nueva creación con nombres más rimbombantes –becario, contratado de prácticas o acumulador de contratos temporales- que básicamente servían para lo mismo: trabajar el máximo de horas posibles, desplegando la mayor variedad de funciones posibles a cambio de percibir la menor compensación económica posible.
El matxaca ha sido siempre un chollo para el empresario y para el moderno emprendedor. Este ser voluntarioso cree fervientemente que el meritoriaje es la mejor opción para abrirse camino en la vida y está convencido de que los matxacas de hoy serán los gerentes del mañana. Consciente de que ha de tener siempre contento al jefe, el matxaca igual vale para un roto que para un descosido, asume con entusiasmo los trabajos más humillantes y nunca regatea las prolongaciones de su jornada laboral, por muy arbitrarias e intempestivas que éstas sean.
La palabra matxaca va acompañada siempre de una cierta carga de humillación, que tiene mucho que ver con la raíz del verbo machacar o machacarse. Pertenece a una época en la que las relaciones patrono/empleado estaban más cerca del mundo feudal que las modernidades del siglo XXI. El matxaca era el chico para todo, que igual servía para arreglar un problema en la fábrica que para hacerle una mudanza al cuñado del jefe. Frases del estilo “te mando un par de matxacas a casa y te bajan el piano de la niña en un momento” se podían escuchar en las bocas aristocráticas de los hombres que dirigían los destinos industriales de Alcoy.
La modernidad y la corrección política han ido borrando poco a poco la palabra matxaca del vocabulario cotidiano de los alcoyanos. Hay que subrayar, sin embargo, que este cambio gramatical no ha supuesto la supresión de facto de esta figura. Las sucesivas reformas laborales introducidas por los partidos de la derecha, acogidas con entusiasmo y pasión por el empresariado, han creado innumerables modalidades de trabajadores precarios, que tienen que soportar las mismas presiones que tenía que soportar los matxacas de toda la vida, enfrentándose al riesgo de acabar en la puta calle, si osan discutir alguna de las órdenes del amo.
No hay trabajo humillante. Todo es importante hacer en la vida, otra cosa es, que no sea
valorado económicamente.