Montepío es una palabra que designa una de las costumbres más genuinas de la ciudad. Su funcionamiento se inspira en los antiguos depósitos de dinero que se realizaban para socorrer a viudas y huérfanos. Consiste en lo siguiente: un individuo/a entrega semanalmente una cantidad ingente de dinero (entre 10 a 100 €) a una persona del sector terciario de ‘solvencia contrastada’ que igual puede ser el camarero del bar del mercado que el peluquero de la esquina.
A cambio del ingreso en efectivo -que el receptor anota en una libreta del grosor del Deuteronomio- el donante recibe una anotación en un cartón. Cabe destacar que el proceso de registro e intercambio de efectivo se realiza digitalmente (con los dedos); que la custodia del montante se lleva a cabo en un bolsillo del delantal y que toda la operación tiene lugar mientras el depositario sirve un bocadillo de calamares, con lo se generan más posibilidades de error que en una actualización de Windows Vista.
No obstante ello, el impositor obtiene su recompensa cuando, tras un año de realizar aportaciones a fondo perdido, ‘trau el montepio’. Operación que se basa en la recuperación del montante total ahorrado, junto con una pequeña maceta con un cactus en concepto de intereses devengados.
Nota.- Aunque de entrada pueda parecer una gurruminería como un toro, vistos los intereses que la banca ofrece actualmente a sus clientes es como para darse con un canto en los dientes.
Eso si al depositario no le ha dado por poner en práctica otra de las modalidades, bastante habitual, de esta ancestral costumbre alcoyana: ‘fugir amb el montepio’. Práctica que consiste con motivo justificado (comunión de la hija, pagos inaplazables, gastos imprevistos por ludopatía, etc.) o sin él poner en práctica lo que proponía el título de aquella vieja película de 1969 de Woody Allen: ‘Toma el dinero y corre’.
Otra nota.- La costumbre de ‘fugir amb el montepio’ durante un tiempo gozó de cierta predicación en la ciudad a la vez que una cierta admiración hacia el fugitivo que huía con el dinero por su actitud osada y aventurera ante la vida. En la actualidad ha perdido cualquier connotación épica al haber sido imitada y vulgarizada por la mayor parte de entidades bancarias mediante la emisión y venta de preferentes.