En principio, la cosa iba bien. Los munícipes de la época decidieron crear un área ajardinada en la plaza del Pintor Gisbert y a la hora de bautizarla fueron claros y escasamente imaginativos: la llamaron el Parterre; palabra castellana y valenciana que define un parque en el que se combinan los espacios de césped y arbolado con los caminales para los paseantes.
Rápidamente, según señalan la crónicas de la época, se comprobó que los alcoyanos presentaban una resistencia lingüística inexplicable a pronunciar un erre antes de una te. En cuestión de meses, el jardín fue rebautizado con el nombre del Panterre. El tiempo pasó y surgió una nueva versión que ha ido corriendo de generación en generación: Panterri, una palabra extrañísima que si no fuera por la sonora presencia de la e abierta tendría una clara resonancia vasca (podría ser un espacio dedicado a la memoria de un valeroso marino vasco o de algún carlista postín).
Como en ocasiones anteriores, los alcoyanos hacían patente su rebeldía gramatical. El proceso siempre es el mismo: llega una palabra, la gente la oye y no le gusta y la calle acaba elaborando su particular versión. Conviene recordar que estamos en la ciudad del jarset, del coche Peixot, del mostruori y del asguilando. La resistencia a lo nuevo es en ocasiones heroica: una generación de señoras mayores se fue al otro mundo hace unos años llamando Maradona al Mercadona del barrio, convencidas de que los supermercados eran propiedad del astro argentino del fútbol y totalmente ignorantes de las habilidades comerciales de Juan Roig.