La tamboriná nos sirve a los alcoyanos para definir sonidos muy fuertes e inesperados, que por su estruendosa contundencia provocan la alarma general. Cuando los habitantes de esta ciudad escuchamos una tamboriná en la calle, salimos inmediatamente al balcón para ver qué ha pasado. La palabra hunde sus raíces semánticas en el vocablo tambor y le añade un puntito de sonoridad a cualquier ruido que rompa la normalidad cotidiana.
Las tamborinaes son muchas y variadas. Puede provocarlas la caída de un piano desde una altura de diez metros, el choque del camión del butano con el autobús de la Línea 2 o una brutal caída por las escaleras de nuestra vecina, la Siño Paca, que pesa más de 120 kilos. La palabreja se utiliza para todo tipo ruidos secos y estruendosos. Si algún día, a algún genio del mal se le ocurriera lanzar una bomba atómica sobre Alcoy, los supervivientes nunca dirían que escucharon una gran explosión, afirmarían (haciendo uso legítimo de esta palabreja autóctona) que “primero oímos una enorme tamboriná y después vimos un gigantesco hongo de fuego que tapaba hasta el Barranc del Cint”.
Hay que señalar que el concepto tamboriná también se usa de forma figurada para referirnos a los golpes inesperados que nos da la vida. Los fallecimientos de los seres queridos, los divorcios de los hijos, las multas de Hacienda, las puestas de cuernos o las ruinas económicas son también tamborinaes, que caen sobre los alcoyanos como un mazazo ruidoso y doloroso. El término amplía su área de influencia hasta extremos inverosímiles y no es extraño encontrarse a un alcoyano que ha ido a comer a un restaurante de alto copete, quejándose de que la cuenta ha sido “una auténtica tamboriná” y anunciando que en su puñetera vida volverá a comer en establecimiento tan pijo.