Cuando el autobús de línea hacia su entrada triunfal en la capital de la provincia, nos encontrábamos con un gran cartel promocional en el que se podía leer la frase “Alicante, la millor terreta del mon”. Como buenos paletos venidos de las profundidades de las montañas, los niños de Alcoy pensábamos inmediatamente que en aquella ciudad poseían la mejor tierra “d’escurar” del mundo y nos juramentábamos para irnos juntos a la primera droguería y comprarles a nuestras madres dos bolsas de aquel material mágico, que les permitiría dejar platos y cazuelas como los chorros del oro.
Para los aborígenes valencianoparlantes del interior de la provincia, la terreta era un producto de limpieza, que se vendía en bolsas en la droguería del Señor Juanito. Los próceres de la capital convertían esta palabra en una metáfora, que se podría traducir aproximadamente por la patria chica. Hay que subrayar un dato importante, el legendario amor de los alcoyanos por los diminutivos es ampliamente superado por sus vecinos capitalinos, que además de inventarse la millor terreta del mon han creado innumerables apelativos del tipo La Goteta, el Postiguet o la Montañeta.
La terreta, un compuesto formado por arena de grano finísimo, tenía su compañero inseparable en el estropajo de esparto. Ambos estaban perfectamente conjuntados para llevar a cabo su labor y tras crear un asqueroso barrizal sobre las piezas de la vajilla, conseguían dejarlas limpias tras el correspondiente chorrazo de agua.
Terreta y estropajo sucumbieron ante la llegada de la modernidad. Estos dos elementos imprescindibles del menaje casero fueron vilmente asesinados por el Mistol Vajillas y por el Scotch Brite. La palabra terreta ya sólo sobrevive en campañas publicitarias horteras o en poesías y discursos cursis.