Antes de la llegada del “Pezqueñines; no, gracias”, en Alcoy existía una tapa con un fuerte componente irónico/sarcástico: el tombabarcos. Este manjar consistía básicamente en un plato de pescado frito, en el que los ejemplares cocinados tenían que tener un tamaño lo más reducido posible. El tombabarcos era una mezcla de alevines de diferentes especies piscícolas, que lo único que tenían en común era un ligero rebozado en harina y el sometimiento a los rigores de una sartén cargada con aceite muy caliente.
El tipo que bautizó este singular elemento de la gastronomía alcoyana era un personaje dotado de un extraño sentido del humor. Atribuirles a aquellos peces microscópicos la capacidad de hundir un barco era toda una demostración de fina ironía, que sorprendía a los visitantes de fuera de la ciudad, cuando se enfrentaban por primera vez con esta fritura.
Hay que subrayar un dato importante: en estos tiempos de rigores conservacionistas, un plato de tombabarcos es un fruto prohibido. Su venta y su ingesta supondrían importantes sanciones económicas y una merecida condena social.
NOTA: En castellano, la palabra tumbabarcos no tiene nada que ver con la entrañable tapa alcoyana, ya que describe un explosivo cóctel formado por zumo de naranja, vodka, Redbull y licor de manzana.