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Creación
Bukowski, de ‘La senda del perdedor’ y otras verdades
Mauro Colomina - 20/01/2014
Bukowski, de ‘La senda del perdedor’ y otras verdades

Leí un magnífico artículo de un pedazo de periodista, Manuel Jabois, en El Mundo. Escribía sobre Robe Iniesta, el líder de Extremoduro y afirmaba sin miedo a equivocarse que Extremoduro era un grupo verdad y a mi esa descripción me hipnotizó, afirmaba que “Extremoduro es verdad porque lo que cuenta soporta y desborda un fact cheking (nunca hay suficientes camellos ni suficiente poesía en la calle, donde hacen acopio los listos)” y a mi esa declaración del gran Jabois me encandiló. Como muestra de mi admiración por dicho artículo y, también, como prueba de mi escasa imaginación según para qué, decidí extrapolar esa asociación entre verdad y mentira que Jabois hacía en el campo musical al campo narrativo…

La senda del perdedor es para mi la obra cumbre de Henry Charles Bukowski, uno de los primeros representantes del movimiento literario Realismo sucio -dirty realism- y uno de los más significativos. Sólo con el título se vislumbra el color de la obra, el resquemor de las clases bajas en aquellos Estados Unidos postcrack donde la pobreza y los sueños rotos eran el desayuno, almuerzo y cena de gran parte de la sociedad. El título es toda una invitación a la realidad de aquella época de la que tanto podremos extrapolar a la nuestra.

Dicha obra es un texto autobiográfico en el que refleja con exactitud milimétrica los pormenores de la sociedad americana de la época, sus vergüenzas y decadencia, sus miedos y deseos más ocultos y carnales, como señala la contraportada es «una visión ‘desde abajo’, desde los pisoteados y humillados (…) Este libro escrito con una ausencia total de ilusiones». Cada cosa que nos cuenta Bukowski en La senda del perdedor es importante, porque cada paso que se da se sustenta de un relato, de un hecho y de una vivencia pasada.

Henry Chinaski, su protagonista, afirma que en su niñez una de sus mayores preocupaciones y tedios era aguantarse las ganas de ir al baño continuamente. Apretar el culo y no permitir que saliese ni un gramo de detrito le llevaba por la calle de la amargura.

Después sus preocupaciones se transforman conforme avanza su adolescencia y el relato: las chicas, los granos, el sexo, la soledad convertida en bendición…

Bukowski nos muestra la realidad sin contemplaciones, con crudeza, como quien tiene que comerse un filete tendinoso sin agua o vino que hagan su trago algo menos tedioso. Bukowski, por lo general, es un pintor realista de la sociedad, de esa sociedad que se encuentra perdida y sin rumbo, de la sociedad hobbesiana que lucha por la supervivencia.

Charles Bukowski es el sexo anal y el romanticismo juntos, el grito y el susurro, el beso y el escupitajo. Tan excesivo pero tan sutil a la vez… Y no nos engañemos, no hay más contradicciones en el mundo porqué no existen, el mundo en sí es una contradicción constante, un tira y afloja, un sí y no a la vez que Bukowski supo reflejar a la perfección en sus obras. Bukowski, a ojos de un humilde lector y escritor verde, es verdad.

El magnífico Paco Umbral respondía en una entrevista que había un momento en la noche, antes de que empezasen a pasar cosas, en la que él ya estaba en casa escribiéndolas, como si del don de la premonición se tratase, como si los escritores, los de verdad, tuviesen ese poder de anteponerse a los relojes y a los sucesos.

A Charles Bukowski no le hacía falta que su mujer le dejase o que muriese un amigo suyo debido a los excesos del alcohol para escribirlo y que tu lo creyeras. Bukowski contaba todo con la precisión justa para que cada cual lo viva en sus carnes, sin excesivos detalles, pero si con la crudeza con la que pasan las cosas.

Escritores de verdad hay muchos: Dostoievski, Salinger, Hemingway o Carlos Salem, por nombrar alguno actual, y por no señalar sólo a foráneos, los Migueles: Delibes y Hernández o Camilo José Cela, todos ellos, son verdad, de la buena. Te lo cuentan, lo ves, lo vives y asimilas con la aspereza o la belleza con la que pasa cada instante de este mundo, a veces bonito, a veces caótico. Y aunque me deje a dos de mis autores predilectos: Júlio Cortázar y García Márquez, que son mentira, pero una mentira tan tremendamente bien hecha, tan magníficamente escrita y estilizada que te da igual, que te ves capaz de hacer de la mentira más terrible la verdad más bella, porqué no nos engañemos, la mentira no es antónimo de verdad, todos sabemos el estrecho margen que las unen.

Y Bukowski, junto a todos los antes nombrados, es de lo más verdad que podamos encontrar en la literatura. Sus personajes cagan y mean, tienen miedos e inseguridades, las infidelidades vagan a placer y las conversaciones que el bueno de Buko consigue crear son la atmósfera perfecta del paisaje que dibuja.

– (…) El problema es que hay demasiados chinos. En cuanto matas a un chino, se divide por la mitad y se convierte en dos chinos.
– ¿Por qué tienen la piel amarilla?
– Porqué en vez de beber agua se beben su propio pis.
– ¡Papá, no le digas esas cosas al niño!
– Entonces dile que deje de hacer preguntas.

¿Quién no se ha podido imaginar al pequeño Henry Chinaski haciendo una mueca ante las contestaciones de su padre o riéndose por lo bajini ante tales respuestas?.

Bukowski es verdad como Federico Moccia es mentira, mentira cochina, porque nadie puede creer que el amor sea todo arco iris, fuegos artificiales y unicornios rosa. Porque en esta vida no todo termina bien: con boda, vino y rosas, porque los amores se acaban o se transforman, como la materia, porque los amores platónicos al final demuestran ser una gran mentira, porque es imposible -o casi- invitar al cine, a cenar, después de copas y a bailar y por último a ver el amanecer a la chica que te vuelve loco sin otra pretensión que eso que llaman ‘amor romántico’, porque es metafísicamente imposible hacer todo eso sin desear en el fondo meterle mano por debajo de la falda mientras ves esa peli americana cursi e inaguantable o querer revolcarte con ella en la arena mientras sale el Sol. Y por eso Bukowski es verdad y Moccia es más mentira que los Reyes Magos.

Aquello que escribía Bukowski era porqué lo tenía en sus entrañas. En una entrevista, preguntado por el alcohol, así, en general respondió: “El alcohol es probablemente una de las mejores cosas que han llegado a esta tierra, además de mí. Entonces nos llevamos bien. Es destructivo para la mayoría de la gente, pero yo soy un caso aparte. Hago todo mi trabajo creativo cuando estoy intoxicado. Incluso me ha ayudado con las mujeres. Siempre fui reticente durante el sexo, y el alcohol me ha permitido ser más libre en la cama. Es una liberación porque básicamente yo soy una persona tímida e introvertida, y el alcohol me permite ser este héroe que atraviesa el espacio y el tiempo, haciendo un montón de cosas atrevidas… Entonces el alcohol me gusta, cómo no” y cuando lees sus historias todo encaja y te crees sus peleas, las visualizas, como si fueses uno de esos niños que hacen corro en una pelea de patio de colegio y abuchea al perdedor mientras Bukowski, o Chinaski, lo mismo da que da lo mismo, estampa su puño en la nariz de algún rebelde ricachón de la Escuela Secundaria de Chelsey y le ensucia la bonita y resplandeciente camisa de marca.

Bukowski fue un fotógrafo de la vida, en uno de sus primeros escritos describía el punto de vista de un violador que acometía contra una niña muy pequeña. La gente lo acusó y le preguntaban a toda hora si le gustaba violar a niñas, él respondía: Por supuesto que no. Estoy fotografiando la vida.

Fotografiar la vida es un acto de valentía y de temeridad. La que tuvo Bukowski para plasmar todas estas verdades en papel y transmitirla para que las conozcamos. Charles decía que nunca escribía de día, que eso era como ir al supermercado desnudo, donde todo el mundo te puede ver, que él escribía de noche, que es cuando se sacan los trucos de la manga… la magia. Y menuda fortuna para los amantes de las verdades crudas y directas que Bukowski encontrara esa magia que tan bien supo plasmar en sus libros y, concretamente, en La senda del perdedor.

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