Alcoy, 3 de mayo de 2014, 16:00 pm. Sol radiante. Dentro de unos instantes empezará la entrada mora y me dispongo a buscar el mejor sitio para poder verla en todo su esplendor. Este año quiero presenciar la fiesta en un sitio diferente, nada de estar de ocupa en un balcón de amigos o familiares en los que parece que no te vas a perder detalle por ser un sitio privilegiado y luego, cuando te descuidas un segundo para ir a coger una empanadilla o un trozo de coca de harina, te dicen que el capitán acaba de pasar.
Entonces, te entra un cabreo tan inmenso que en ese momento eres capaz de volcar medio saco de confetis a los del balcón de abajo. Pero no, no lo haces, disimulas y te sirves un plisplay o una mentira para olvidar ese mal trago. Salir al balcón con el vaso de plástico en mano a saludar gritando al festero de turno es casi un ritual de la fiesta alcoyana.
Tampoco he querido ver la entrada desde una tribuna o desde una de las 17.000 sillas dispuestas por las principales calles alcoyanas por donde pasa todo el desfile cristiano moruno. Éste año, por primera vez, lo pienso hacer a pie de calle, como miles de personas que contemplan la fiesta clavados horas y horas en segunda o tercera fila, esquivando cabezas, cardados de señoras y niños a hombros de sus padres. Así que opté por conseguir el mejor lugar dentro del peor sitio para ver la entrada mora. Empecé por mirar zonas donde subirme; el alféizar de una ventana, monumentos o cualquier otro sitio que fuera más elevado que el ras del suelo. Y por fin encontré lo que podría ser el sitio perfecto para ver la tan ansiada entrada mora, la base de una farola, (yo creo, que en Alcoy las hacen con asiento a ambos lados para todo este tipo de eventos callejeros). Al no visualizar ninguna vacía mi segunda opción fue la de compartir asiento de farola, es más incómodo, sí, pero tienes tertulia asegurada.
Vi una que estaba ocupada por un anciano y me dije: éste no aguantará mucho, voy a ponerme a su lado. Pero me dijo que la farola la tenía toda ocupada para su familia y la mujer que estaba a su lado en una silla asentía con la cabeza. Así que opté por quedarme allí mismo, de pie, al lado de un montón de sillas vacías que dentro de un rato serían ocupadas. Iban pasando los minutos y las gitanas hacían su propio desfile festero antes de que bajaran los agentes de seguridad para apartar a los rezagados viandantes. Vendían claveles, gafas de sol, bolsitas de confeti reciclado, (era reciclado, sí, porque seguramente habían rellenado las mismas con el sobrante del suelo de la entrada cristiana), y cómo no bocadillos envueltos en papel Albal, ¿de qué sería el bocadillo?
Pasado el tiempo algunas sillas ya tenían encima a los que habían pagado por ellas , pero también observé que otras formaban parte como de un mercado negro, en el que se sentaba gente que daba por hecho que los dueños ya no vendrían o que si venían no pasaba nada, se levantarían y punto. Otras sillas las plegaban y las pasaban para la parte de atrás y otras eran ocupadas por bolsas llenas de avituallamiento para amenizar todo el desfile. La entrada mora continuaba, el abuelo seguía impasible en la farola y el contrabando de sillas ajenas había llegado a un punto en el que como vinieran sus propietarios no habría manera de recomponer las filas tan perfectas que había en un principio, ya que se había convertido en un desaguisado silleril sin orden ni concierto.
Al término de la entrada mora el abuelo seguía ahí, sin moverse, sin inmutarse, unido a su farola como si le hubieran pegado con pegamento de contacto, y las ordenadas filas de sillas se habían convertido en el desorden más anárquico de toda la fiesta mora. El anciano yo creo que todavía está allí, esperando a otro nuevo evento alcoyano en el que poder hacer de nuevo uso de la farola. El año que viene, en la entrada de moros y cristianos será de nuevo el compañero inseparable de la misma, para ello es su farola, ¿no?