El escritor Gustavo Cardenal reflexiona sobre ‘Miratge Invers’ un proyecto audiovisual en el que participan Pep Jordá, el realizador Xavi Cortés y el actor Juli Cantó y que se podrá ver en la sede de Compromis (calle Bartolome J. Gallardo, 2) los dias 16, 17 y 18 de diciembre y 7, 8 y 9 de enero en horario de 19.15 h. y 20.15 horas la presentación de la vídeo instalación “Miratge invers”.
… Quizá poder aprender al fin que viaje no es destino, algo tan difícil. Pero todo viaje comporta un destino, y no deberíamos involucrarnos en esa tarea oscura y sin premio de controvertir toda convención, toda idea común que permite al común de los mortales entender y entenderse y ser entendido. Más allá de eso sólo hay soledad. Arrogante o triste, pero sólo soledad. No ser mejor, ni tampoco propiamente distinto, sino ser sólo solo. Esa soledad que se anida adentro y nos deja – a solas – en el negro cerrado de un túnel, quizá con esperanza de luz, quizá sin ella, quién sabe, quién puede saber en ese fragor callado, qué contradicción en los términos…
Así que viajar es siempre, obligadamente, partir, y si no siempre es llegar, cuanto menos sí es, también obligadamente, tender a hacerlo, contar con ello como posibilidad, como premisa necesaria. Partimos, viajamos, vamos… Viajar es ir, pero sobre todo, si bien se piensa, acaso sea regresar. Un regreso imposible al lugar que acoge, que acalla los estruendos, que protege. (Pero túnel es tránsito siempre, el túnel no protege aunque parezca que lo hace, no acoge aunque incluya, no acalla aunque en él todo sea silencio opaco) Regresar a un tiempo ucrónico que no está en ningún lugar del pasado, un tiempo ingrávido donde recordarnos felices…
Túnel. Negro sin referencias, negro absoluto, fundido en negro, disolución en la nada oscura omnímoda a la que nada escapa. Nada escapa a la Nada. Juegos de palabras. Más allá de eso: cuando las palabras dejan de ser juego y se vuelven esencia, y es entonces cuando hay que temerlas. También cuando más habría que amarlas, si fuéramos capaces de empresa tan descomunal, tratar con las palabras despojadas de todo artificio. Túnel en sí. Túnel. Sin metáforas. Túnel. Liberado de utilidades. No un túnel que salva montañas, que comunica. Túnel sólo túnel. Negro sin referencias, negro absoluto, fundido en negro, disolución de la nada… Nada escapa a la Nada.
Tendemos a la luz. En el centro impreciso del túnel, cuando cuesta ubicarse, recordar que hubo sin duda una boca por la que entrar, creer en la esperanza de la luz allá, en alguna parte del negro sin matices, es imperioso y es nuestro, es nuestra escasez, nuestra miseria, la incapacidad de enfrentar la Nada. Pudiera ser cuestión de acopiar el valor suficiente, de renunciar a los subterfugios de las palabras domadas y uncidas y afrontar así, desnudos, esta nada negra que parece ser todo cuanto hay y parece haberlo sido siempre. Tendemos a la luz pero en el fondo ansiamos regresar. Tendemos a la luz porque ésa es nuestra pequeñez, pero a veces, cuando crecemos lo bastante y nos adensamos hasta ser tan grávidos, tan grávidos que es como si ya no pesáramos más, entonces lo que ansiamos es regresar. No ir hacia la luz que apenas se promete como un parpadeo mínimo en alguna parte del negro, sino quedarse quietos, absolutamente quietos, para sentir la mutua posesión de la oscuridad total, tomarla y ser tomados. Tendemos a la luz. Pero querríamos regresar al fondo, al légamo quieto bajo el cabrilleo de las aguas, al lecho profundo, al claustro seguro y ciego donde no necesitábamos ni luz ni viaje ni ninguna otra pulsión, sólo ser, sólo ser. Y ser y estar eran la misma cosa…
… Por lo que vivir no es otra cosa que regresar a eso que, desde este lado de la peripecia, llamamos muerte, porque de alguna manera hay que llamarlo. Vivir es ir muriendo, claro, pero no hay nada triste en ello, ni desesperado, ni desesperanzado. Al contrario: en la oscuridad del túnel, tan total que sólo se puede entender a sí misma, se advierte tenue y cálido como una caricia un brillito que no escapa ni proviene, sino que habita por dentro de los ojos, detrás de ellos, sin alcanzar a la ventana de las pupilas. Un paso y otro y otro, renquear por el túnel sin apenas avanzar, en soledad y en negro, atado a una bolsa desde la que va destilándose de a poco un hilito de vida. Un paso y otro y otro, el silencio roto nada más por los afanes de una respiración pausada y profunda, como de animal grande y cansado, que no obstante no logran alcanzar relevancia ni ganar un lugar en la opacidad del aire quieto. ¿Y si cupiera la posibilidad de al fin llegar, dejar atrás el túnel? Estertores y pasos vacilantes, y un hilito de luz que va instilándose en el cuerpo ajado, un hilito de vida que es un hilo de luz, que brilla, que si se mira bien parece estar hecho de una miríada de estrellas encerradas y como queriendo irse al aire y conquistarlo. Y entonces, al fin, AL FIN, el túnel que se degrada desde las alturas de ser el Todo y la Nada hasta la pequeña realidad de ser apenas una cosa que sirve para algo. Sencillo: hay que seguir avivando el hilito de luz, el millón de estrellitas que fluyendo desde la bolsa buscan destino cuerpo adentro. La salida ya se ve. Es aquello que hay allá delante y que, quién lo diría, es otra cosa que negro. Hay que seguir otro poco, otro poco.
La luz aumenta y aumenta y al fin se instaura. Ya no hay que suponerla, ni soñarla, ya se puede desear, y buscar, y alcanzar. Irrumpir en la luz, sentir su filo en la mirada que se quiebra, deslumbrada. Hay un ámbito amplio, abierto. Unos árboles desnudos como dibujados. Y mucha nieve, nieve que fulge, que destella como las estrellitas que corren desde la bolsa hacia el cuerpo derruido, nieve blanco absoluto como negro absoluto hubo en el túnel, nieve tapizando dulcemente el suelo para ocultar todas las cosas, nieve limpia, hermosa, nieve nieve nieve , unos árboles deshojados y nieve aquietando el tiempo y apagando la ansiedad y el dolor y la respiración agónica afanosa, nieve, nieve, una nieve tan pura y tan quieta – la Quietud – que se sabe el fin, al fin el fin, sin siquiera tener que hollarla con unos pies que ya no necesitan andar.