Son las diez y media de la noche de un miércoles de mayo en Alcoy. El capitán Ahab aparece por el pasaje de San Agustín, camina solo y con la mirada perdida. Continúa a paso lento por las sombras de los soportales de la Plaça de Dins. Se transforma por unos minutos en el actor Josep María Pou para hacerse una foto sonriente con dos admiradoras y después, vuelve al gesto serio y sigue su camino por San Lorenzo en busca de la ballena blanca.
Hace media hora que en el Teatro Calderón ha terminado la representación de “Moby Dick”, pero nadie ha podido sacarse de encima todavía el impacto de la obra: ni el actor protagonista, que anda por las calles de la ciudad como si todavía estuviera en la cubierta de Pequod; ni los espectadores, que a pie de calle discuten acaloradamente sobre sobre una pieza teatral que para unos ha sido una experiencia casi mística y para otros, una propuesta dramática demasiado recargada.
Todo es necesariamente desmesurado en “Moby Dick”. El texto de Herman Melville, el personaje de Ahab, la imponente presencia de ese gigante de la escena que es Josep María Pou y el impacto visual del montaje de Andrés Lima. Es un viaje al exceso y al delirio; una aventura teatral sin concesiones, que discurre entre momentos de insólita belleza y tramos de premeditada grandilocuencia con los que se quiere reforzar el carácter monumental de una superproducción escénica que ha marcado el punto culminante de esta edición de la Mostra de Teatre de Alcoy.
A la hora del balance, hay que quedarse con el privilegio de haber disfrutado en vivo y en directo con una exhibición de uno de los personajes más destacados de la escena teatral española: el actor Josep María Pou, que hace un despliegue de energía y de profesionalidad en su interpretación del atormentado personaje del capitán Ahab. También se queda grabado en las retinas del público el espectacular final de la obra, en el que los textos de Melville se combinan con una innovadora escenografía para recrear de forma magistral aquella batalla de pesadilla entre el hombre y la bestia, que se ha convertido en uno de los momentos cumbre de la literatura universal. Abierta para el debate queda la particular forma de declamación utilizada para esta obra, que en palabras del crítico teatral de El País, Marcos Ordóñez, se define como “algún exceso tronante en la entonación”.
Es un miércoles de mayo en Alcoy. El capitán Ahab sigue con su paseo solitario y ya debe andar por la zona de Cervantes. El camarero trae bocadillos y cerveza, mientras la gente discute de teatro en la barra del bar con una pasión sólo utilizada para la política y el fútbol. Definitivamente, la Mostra debería celebrarse todo el año.