Hace ya un tiempo leí una noticia acerca de la condena a un grafitero. No se le condenaba por el propio hecho de haber ejecutado un grafiti, o de haberlo hecho en lugar no permitido, sino por la exclusiva razón de que había sido pintado sobre otro grafiti ya existente. Esto no se sostendría en circunstancias normales. Puedo entender que los grafiteros tengan sus códigos, respeten sus éticas o se profesen sus respetos. O no: puedo entender igualmente que no hagan ni posean nada de eso; que, como en cualquier otro colectivo, en el que ellos constituyen haya de todo. Así, pintar sobre el grafiti de otro podrá ser sin duda tenido por una acción repudiable, por un mal gesto. Pero es el caso que la autoridad no cargó contra el grafitero maleducado por el hecho de serlo – como tampoco lo hizo por el mero acto de plasmar un grafiti – sino por la especial circunstancia de que el grafiti preexistente, el que fue digamos que agredido y desplazado por el nuevo, estaba firmado nada menos que por Banksy.
El grafiti me ha parecido siempre una manifestación artística muy interesante. Tiene espontaneidad, libertad, transgresión, es outsider, no rinde cuentas a nadie, y a menudo oculta su autoría, o al menos no la evidencia demasiado. Todo ello da en unas obras que no tienen otra que proponerse y defenderse a sí mismas, sin atajos ni muletas, sin padrinos, y, sobre todo, sin necesitar del aval de comisarios. Un grafiti te asalta como un grito de color en cualquier pared de cualquier ciudad, y así, de golpe, te espeta su mensaje, sea cual sea. Sin alambiques, como mera manifestación estética, tiene esa condición gratuita de lo bello y de lo súbito, de lo inopinado, de lo que no requiere propiamente de argumentos en los que viajar y que quizá ni siquiera precisa que emitamos sobre ello una opinión armada. Al contemplar un grafiti debería ganarnos esa misma levedad. (Y esto no quiere decir en absoluto intrascendencia o vacuedad: la levedad, la gratuidad de aquello que puede vivir sin necesidad de los argumentos o de las infraestructuras usuales puede pesar mucho, albergar mensajes densos o contundentes; a menudo lo etéreo – y hasta lo efímero – es lo más trascendente.)
Por eso me resulta tan penosa la noticia. Que sepa de Banksy ya es un despropósito: no debería prevalecer la autoría, o al menos no tener tanta relevancia. Pero que el tal Banksy – tanto si se trata de un individuo conocido y localizable como si se trata de un enigmático personaje anónimo, o como si se trata de un colectivo, todas ellas posibilidades que se barajan y que ayudan a establecer y alimentar el mito – haya sido aceptado, bendecido, entronizado y ahora defendido y hasta vengado por la autoridad establecida, bien, eso es el fin del grafiti como el medio de expresión libérrimo de que hemos estado hablando. Había un lince de zarpas feroces que arañaba paredes y las dejaba llenas de heridas chillonas; los operarios municipales hacían lo posible por devolver su carácter mustio a los muros así atacados, pero el lince de las uñas de colores volvía una y otra vez a sus vistosas andadas. Alguien debió pensar primero desde la indignación y la soberbia, luego desde el temor, y al fin desde el habitual pragmatismo, y en vez de perseguir al lince probó a domesticarlo. Ahora hay un gatito que ronronea mientras se frota el lomo contra la pierna de su protector, antes de arrimar al platito con leche un morro que ya no sabe morder. Se diría que el poder se permite sancionar y bendecir estas obras antes denostadas – gente incívica que enguarra paredes y persianas metálicas – confiriéndoles la etiqueta de “arte”, como si lo artístico fuera una condición externa, sobrevenida, dictada por ajenos, extrínseca. Ellos deciden y sancionan, y elevan el grafiti de categoría, pero haciéndolo desde su criterio y sus intereses, siempre bajitos: acaso debieran pensar – y si no lo hacen ellos lo haremos nosotros – que el Arte puede que sea sagrado, pero no sacralizable, y menos con los manejos patanes que le son propios a esta gente.
Mi posición personal al respecto del grafiti empezó siendo sin duda favorable, aun no siendo demasiado fervorosa, y por supuesto tampoco demasiado meditada: opté por no poner mucho interés en cuanto detecté que se iba convirtiendo en otro producto estándar. Un cierto romanticismo que sigue habiendo en mí ve con buenos ojos todo aquello que, paradójicamente, yo nunca he ejercido. Esa gratuidad. Esa frescura. Lo espontáneo. Pero empecé pronto a no fiarme. De todos modos, lo ocurrido ahora con Banksy certifica la ruptura total con el “género”. Así que ya ni simpatía queda. (Hoy los grafiteros pintan en aquellas paredes que los ayuntamientos destinan para tales usos. Y a ellos les parece bien. Ya han entrado en el establo.)
A qui li interesse una miradeta a través dels grafittis i pintades alcoians, enllace ací el primer de cinc posts (1 de 5) sobre el tema al meu blog. A tots cinc podeu trobar un montatge amb fotos d’entre més de mil imatges i classificats per temes. Espere que us agrade!
joanlluis23.wordpress.com/2013/07/03/graffitis-i-pintades/