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Cultura
María del Mar Bonet, Bob Dylan y los prejuicios
Javier Llopis - 21/02/2016
María del Mar Bonet, Bob Dylan y los prejuicios

Tarde de sábado de febrero, en Alcoy hace un frío de mil demonios. Sobre el escenario del Calderón, Maria del Mar Bonet –acompañada por un sólido grupo de músicos- se suelta una preciosa versión jazzie de su clásico “Mercè”, que podría firmar la mejor Joni Mitchell o alguna estrella emergente del indie.

La clamorosa evidencia hace necesaria una inmediata reflexión sobre el arte, los prejuicios y los tópicos. Sobre la cantante mallorquina se ha puesto la etiqueta de aguerrida cantautora comprometida y miles de aficionados al rock y a la buena música en general van a dejar correr sus vidas sin asistir a uno de sus conciertos y sin escuchar ninguno de sus maravillosos discos. La escasísima gente que transita por el mundo de la cultura española camina por un territorio jalonado de murallas inventadas, que separan unos géneros de otros hasta convertirlos en compartimentos estancos, empobreciendo a base de dogmatismos excluyentes un panorama ya de por sí raquítico.

Los locutores garrulos de las teles suelen despachar las noticias relacionadas con Bob Dylan con una apresurada biografía en la que la figura del genio de Minnesota queda reducida a su papel de cantautor militante contra la Guerra del Vietnam o en la defensa de los derechos civiles, borrando de un plumazo toda su inmensa obra posterior. Algo muy parecido nos está pasando aquí con la Bonet, con el agravante de que a esta artista la podemos ver cantando cualquier día en el teatro de nuestro pueblo.

Los del rock escuchan rock; los de la cançó, cançó; los sibaritas de la clásica se niegan a cruzar la frontera hacia las músicas más superficiales; los del jazz militan en el jazz y los más modernos rechazan cualquier canción que tenga más de dos años de antigüedad. El uso intensivo de las ideas preconcebidas nos impide disfrutar de un enorme legado de belleza, como el que nos desgranó María del Mar Bonet en el escenario del Calderón. Era una tarde fría de febrero y valió la pena estar allí.

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