Hubo un tiempo feliz en el que cuando los alcoyanos salíamos del cine, hablábamos de la película y hacíamos animadas tertulias sobre tal o cual escena, sobre lo bien que había estado un determinado actor o sobre la habilidad del director para contarnos una historia. Esos lujos de cine club antiguo se han acabado para siempre. Ahora, cuando salimos de una sala cinematográfica, nos contamos unos a otros un rosario de miserias e iniciamos indignados debates sobre el mal funcionamiento del sonido, sobre la suciedad general del recinto, sobre el parón de cinco minutos que ha sufrido la proyección o sobre los riesgos de apoyar la cabeza en la butaca.
Alcoy dispone de una infinidad de salas de exposiciones en las que uno puede disfrutar de todo tipo de manifestaciones pictóricas o escultóricas. Tiene espacios de todos los tamaños para celebrar actuaciones musicales. Posee recintos teatrales en los que se pueden montar representaciones con toda la dignidad del mundo. Los amantes de la literatura pueden utilizar las instalaciones de la biblioteca municipal o acudir a unas cuantas librerías muy apañadas. Los alcoyanos tenemos un acceso sencillo, barato y agradable a todo tipo de manifestaciones culturales menos a una: el cine. Ver una película en esta ciudad es un ejercicio de incomodidad, que sólo se puede definir con el concepto “pagar pa patir”.
Olvidada en la noche de los tiempos la época de las grandes salas cinematográficas, el destino del séptimo arte en Alcoy ha quedado definitivamente ligado a un proyecto fallido: el del centro comercial de Alzamora. La historia del cine en Alcoy es desde hace casi dos décadas la historia de los vaivenes empresariales de los concesionarios de las salas del antiguo cuartel. A base de disgustos y de mosqueos, los sufridos aficionados al séptimo arte nos hemos convertido en auténticos expertos en detectar la situación económica de la empresa que ha asumido la gestión del complejo de salas. Las etapas de crisis, en las que llevamos varios años sumergidos, se traducen en recortes sistemáticos de personal y en un deterioro general de la calidad del servicio, alcanzándose en algunos momentos extremos que rozan lo insoportable. Hay espectadores que han decidido no volver al cine en su vida, tras escuchar durante varias visitas seguidas el asqueroso “chop chop” que hacen los zapatos cuando caminan por encima de un charco de Coca Cola pegajosa.
A estos problemas de intendencia hay que añadir otra circunstancia importante: impulsada por el interés económico, la empresa concesionaria centra toda su programación en películas comerciales de rendimiento seguro. Si un alcoyano quiere ver algo que se salga del inevitable sota, caballo y rey deberá coger el coche y buscarse la vida en Alicante o Valencia.
Llegados a este punto, toca preguntarse qué fue primero el huevo o la gallina. ¿Los cines de Alcoy están hechos un desastre por que no ganan dinero a causa de la falta de espectadores? o ¿los espectadores han dejado de ir al cine por que las salas están hechas un desastre y tienen una programación anodina y previsible?. Responder a estos interrogantes haría necesario un profundo trabajo de investigación. Sin embargo, si alguien quiere hacerse una idea de por dónde van los tiros, sólo tiene que constatar la ausencia de iniciativas por parte de la empresa para invertir una deriva negativa que dura años y que siempre va a peor.
Alcoy es una ciudad que ha hecho una fuerte apuesta por la cultura y que tiene en el cine su oveja negra. Aunque no nos sirva de consuelo, esta situación de crisis cinematográfica es común a muchas ciudades de tamaño medio de toda España. La cinematografía es la única manifestación cultural que ha quedado en manos exclusivamente privadas, sometida totalmente a las leyes del mercado y ajena a cualquier concepto de servicio público. Algunas ciudades de la Comunitat Valenciana han dado los primeros pasos para corregir esta descompensación; ayuntamientos, universidades y otras instituciones han empezado a habilitar espacios alternativos para ofrecer cine de calidad al margen de los planteamientos comerciales y de las rentabilidades económicas a corto plazo. Tal vez, sería ya hora de que alguien en Alcoy empezara a plantearse esta posibilidad. Una ciudad que se quiere situar en la vanguardia cultural no puede soportar una infraestructura cinematográfica dejada de la mano de Dios.
NOTA IMPORTANTE: Ni el más mínimo reproche a los trabajadores de las salas de cine del centro comercial de Alzamora. Ellos son los verdaderos héroes de esta película, los que hacen posible que todavía se pueda ver cine en esta ciudad a base de desdoblarse y de multiplicarse en mil funciones diferentes.