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Cultura
Ni un gramo de nostalgia
Apuntes sobre un inolvidable concierto de Bob Dylan en València
Javier Llopis - 14/05/2019
Ni un gramo de nostalgia

Un vejete renqueante de 78 años aparece en el escenario vestido como un enterrador de película del Oeste. El tipo está podrido de dólares, ha vendido millones de discos y cuenta con los mayores reconocimientos internacionales que puede alcanzar un artista (incluidos un Nobel y un Oscar). Se coloca ante un piano y durante dos horas canta como si en ello le fuera la vida, asombra a sus fans con una recreación de buena parte de su repertorio y dicta una lección magistral de eso que se ha dado en llamar la gran música americana. Es Bob Dylan y estar ante él, bajo el cielo de València, es un privilegio.

Las preguntas están siempre ahí, flotando antes de cualquier recital ¿por qué demonios sigue cantando Bob Dylan?, ¿por qué un astro consagrado continúa metido en una gira interminable, que no aguantarían ni las más juveniles estrellas del rock? y ¿por qué un cantante que no necesita demostrar nada sigue al pie del cañón, asumiendo todos los riesgos y todos los cansancios que supone la música en directo?. La respuesta a todos estos interrogantes llega clara y rotunda tras un impresionante concierto de dos horas: Dylan sigue ahí, porque le gusta su oficio, porque disfruta retorciendo sus viejas canciones y llenándolas de una nueva vida, que deja a los espectadores boquiabiertos.

Aunque buena parte del público se empeñe en ello, no hay ni un gramo de nostalgia en las actuaciones del cantante de Minnesota. Este viejo zorro de la música no da tregua a los que acuden a venerarlo como a una reliquia del pasado. Ni el más mínimo asomo de duda: estamos ante un músico en plenitud, que con el apoyo de una maravillosa banda de acompañamiento reinterpreta sus más viejos temas, hasta convertirlos en nuevas composiciones llenas de esa mezcla de potencia y de lirismo que se ha convertido en marca de la casa.

En la plaza de toros de València, el cantante recorre toda su historia musical. En el concierto hay espacio para todo: desde las piezas de los discos fundacionales de los años sesenta a los temas más recientes. Ha adaptado las limitaciones que el tiempo ha dejado en su voz a un nuevo estilo de cantar y actúa como siempre: desde esa profesionalidad contundente y antipática, que no ofrece ni el más mínimo resquicio al compadreo con el público. Al final del concierto, un hecho absolutamente histórico: le lanza un par de besos al patio de butacas y en su rostro hierático se ve algo parecido a una sonrisa. No hay ninguna duda, este vejete de 78 años se lo pasa de puta madre actuando.

Comentarios despistados de la gente a la salida. “Ha estado bien, pero lo malo es que no he conseguido identificar casi ninguna canción”. Te quedas con la tentación de decirles que de eso se trataba, que de eso van ahora los conciertos de Bob Dylan. Y que siga muchos años rodando por el mundo.

 

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