Decepcionante prueba del 9 centralista y cateto. Echas un vistazo general a las páginas de cultura de la prensa nacional (léase de Madrid) y resulta prácticamente imposible encontrar una referencia medio decente sobre la muerte de Pau Riba. Un músico potente, innovador y con una obra de primera magnitud queda reducido al triste papel de pintoresco roquero de provincias por unos críticos musicales que no dudan en glosar con los más grandilocuentes adjetivos el fallecimiento de algún oscuro batería de un grupo madrileño de tercera fila, que un día fue telonero de Nacha Pop`.

Pau Riba tuvo la desgracia de desarrollar toda su carrera en Barcelona y más en concreto, en aquella Barcelona de los años 70 del pasado siglo, que se convirtió en una explosión de creatividad que asombró al mundo. Sus discos le pusieron el fondo sonoro a una ciudad que durante una década funcionó con unos índices de libertad que nunca se habían visto y que nunca se volverían a ver. De aquel sustancioso caldo de cultivo salieron directores de cine, compañías teatrales, pintores, escritores, diseñadores y sobre todo, una legión inacabable de músicos de todos los estilos y de todos los colores.

Aquella loca aventura cultural, convirtió a la Ciudad Condal en ejemplo y destino de peregrinación al que acudíamos embobados gentes de todas las periferias. Aquellos brillos despertaron las inevitables envidias de una España centralista, decidida a aplicarle a la rock and roll el mismo sistema radial que le aplica la Renfe al recorrido de los trenes. Madrid se inventó la Movida, la regó de dinero público y la promocionó hasta convertirla en el plato obligado del menú verbenero de cualquier fiesta de pueblo. Poco a poco, aquellos tipos raros que cantaban canciones en “polaco” se fueron sumergiendo en la inexistencia y quedaron excluidos de todos los circuitos estatales, tanto los radiofónicos como los de las actuaciones en directo.

Con una discografía potentísima, gentes como Pau Riba o Jaume Sisa acabaron caminando por una durísima tierra de nadie. Cantautores que estaban llamados a convertirse en referentes musicales para las nuevas generaciones, se vieron injustamente transformados en personajes desafasados, que ni siquiera pudieron disfrutar de las rentables glorias del subvencionado rock català. Sisa optó por desaparecer y Riba peleó hasta el último momento para mantener una presencia agitadora en la que tocó todos los palos de la creación.

Revisar la obra de Pau Riba es una magnífica oportunidad para recuperar la figura de un tipo que era capaz de caminar con absoluta tranquilidad por la delgada frontera que separa la genialidad del ridículo. Este viejo hippie era un hombre dado al exceso y en su curriculum musical figuran algunas de las más bellas y sutiles piezas pop que se han escrito nunca en este país, junto a baladas de una hondura conmovedora y delirios lisérgicos que oscilan entre la obra maestra y la tomadura de pelo.