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Cultura
Teatro y vida
Irene Elisa Santacreu Cortés - 12/07/2021
Teatro y vida

Al caer la tarde, llego a Valencia, al Teatro Principal. Es 27 de marzo de 2021, Día Mundial del Teatro. El rito funerario suscita un sentimiento extraño. No es melancolía ni saudade. Tampoco sabría decir si se trata de una ceremonia de fin de duelo o un encomio para prolongar la existencia del difunto.

 Ha fallecido un artista de la escena valenciana: Pep Cortés (Alcoy, 1945 – Barcelona, 2019) con carnetum identitatis 21605369P. El homenaje Pep Cortés, teatre i vida es un paseo por su trayectoria artística. La representación en vivo combina audiovisual, anécdotas, parlamentos, fragmentos de obras, música y mucho humor. Pep preside el evento a través de la gran pantalla; pronuncia unas palabras. Da la impresión de estar sentado discretamente en alguna de las butacas del teatro.

Pep viene de unas tierras con una fuerte tradición de sainete y espectáculo. Pep deja su puesto de inspector de trabajo para dedicarse a su vocación, el teatro. Preocupado por la palabra viva valenciana, busca un espacio profesional en los escenarios alcoyanos. Quiere un teatro profesional en valenciano, de entretenimiento y concienciación destinado al pueblo. Él decía: «de fuera no vendrán a resolver nuestras cosas».

Del homenaje, casi salió un musical; estamos en el País de la Música. Está cantado que el acto lo orquestó alguien del País Valenciano: la degollación es un pasaje evangélico muy propio de la cultura valenciana. La primera representación del homenaje dice: «Herodes ordinem: Totus infantibus receptis nascitus degollatus debere sunt».

Pep Cortés no se quedaría en Alcoy. Se dirige a Valencia, a Castellón y, finalmente, a Barcelona, donde forma una familia con Sílvia Bonfill. Ella nos cuenta una anécdota: «Pep, antes de partir, deberías despedirte». «¡Sílvia, no digas nada a los de Valencia o la liarán!». La muerte le era esperada. Pep se había sentido integrado en un grupo humano con quien compartió trabajo y proyectos. Encontró el apoyo afectivo que le impidió sentirse solo. La muerte esperada le fue soportable. «Si es el último acto, deberemos hacerlo bien».

Las individualidades y los egos de los artistas pasan desapercibidos. Pep Cortés, teatre i vida es un ritual de alcance catártico. Desprendía un sentimiento comunitario, identitario. Desgraciadamente, no hay padres y apenas hay jóvenes entre el público. Solo están las hijas del artista, Aitana y Pirena; la familia, que hace país, y la memoria. «La palabra es mitad del que la dice y mitad del que la escucha».

El ritual devino frenético entre risas y música mientras la noche se extendía invicta. Leyeron un manifiesto: que querían ayudas económicas, que la cultura sufría por culpa de la pandemia, aunque antes de la pandemia ya lo estaba pasando mal porque la población no acude al teatro, la escasa juventud no va al teatro, y menos si es en valenciano. Entonces recordé a Ortega y Gasset: «la cultura es el sistema de ideas vivas que cada tiempo posee. Mejor: el sistema de ideas desde las cuales el tiempo vive». Termina el acto y vuelvo al hotel como una extranjera indecisa.

Al día siguiente, desayuno en la plaza de la Mare de Déu dels Desemparats. Está repleta de turistas con un café en la mesa para pasar la mañana. Recuerdo nuestro paseo por las Torres de Serrans y cómo mirabas a las Cortes, contándome cómo entrabas y salías. Entramos en la catedral para que no nos vean. Discutimos porque yo no quería subirme al carro del inglés. «¡Va, dolçoreta!» Me decías: «Ahora sabrán qué se siente cuando les digan talk me in protestant, the language of science. El español no es necesario ya. El inglés abre las puertas económicas más interesantes. Nadie quiere ser pobre ni vulgar. Ya hablan a los hijos en inglés. Consienten ya demasiado. Estos españoles siempre tan amables y acogedores con los de fuera…». Pero después me insistes sibilante con las rosas rojas y los claveles nacionales, y, cuando te pones así, te veo en el cuello y las manos las décadas que nos separan.

Algo me dice que había llegado tarde. Tal vez había confiado en una identidad con los días contados. Sentía que la memoria de esa comunidad la llevaba dentro como quien lleva la lección de los reyes Godos aprendida más o menos.

Huele a rancio. Entonces miro el reloj. Me levanto sobresaltada y me largo corriendo a coger el tren con destino Alicante.

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