En este mundo hay pocos espectáculos más tristes y siniestros que el de mirar al horizonte y ver una inmensa columna de humo negro saliendo de una sierra. Aquel terrible verano de 1994 los habitantes de estas comarcas vivimos durante días acogotados por este paisaje de fuego y de destrucción. El gran incendio de Mariola fue –además de una catástrofe con 5 muertos y 10.000 hectáreas quemadas- una patética demostración de incompetencia institucional y de falta de previsión. Nada funcionó cómo debía de funcionar durante aquellas tristes jornadas de dolor y rabia de las que ahora se cumple un cuarto de siglo.
Eran días muy duros en los que un fuego forestal de menos de 50 hectáreas apenas merecía un breve en las páginas malas del periódico. Arrancaba aquel brutal mes de julio con temperaturas saharianas y con cinco incendios simultáneos en diferentes puntos de la Comunitat Valenciana, que dejarían un saldo final de 11 muertos y de más de 40.000 hectáreas calcinadas. Era una espiral diabólica en la que la falta de medios para luchar contra el fuego se convertía en la pescadilla que se muerde la cola: los siniestros empezaban y crecían sin freno en un punto de la geografía autonómica, mientras los escasos aviones y las escasas brigadas intentaban controlar las llamas en otro punto diferente. Nadie parecía haber previsto nada, a pesar de que aquella sucesión de desastres ecológicos se producía en un territorio que por características climatológicas y geográficas ha sido a lo largo de toda su historia el escenario de grandes incendios forestales.
El dispositivo de lucha contra el fuego era un delirante galimatías en el que se superponían consellerias, diputaciones, ayuntamientos, consorcios de bomberos y brigadas forestales. La inexistencia de un mando único bloqueaba cualquier intento de tomar decisiones rápidas y efectivas. Las llamas avanzaban entre iniciativas de extinción improvisadas sobre la marcha y mientras los dirigentes políticos se enzarzaban en estériles discusiones sobre la competencias. Los medios para la lucha contra los incendios en la Comunitat Valenciana eran exiguos y la política de prevención era algo más parecido a la literatura de ciencia ficción que a la gestión del medio natural.
Con este cóctel explosivo no es extraño que un incendio iniciado en la lejana localidad de Fontanars acabara a las puertas de Alcoy y amenazara hasta la mismísima Font Roja, tras arrasar los bosques de Alfafara, Bocairent, Agres, Banyeres y Cocentaina. El fuego acabó con el 60% de la superficie del emblemático paraje, provocó el desalojo de miles de personas y dejó pérdidas millonarias. La muerte de cinco aviadores (cuatro ucranianos y un portugués) en un desvencijado avión ruso que se averió durante los trabajos de extinción es el dramático colofón de aquel estado de chapuza general.
Para todos aquellos que lo vivimos, el gran incendio de Mariola fue una experiencia traumática que ha marcado nuestras vidas. Cada vez que una columna de humo aparece en la lejanía, volvemos a recrear aquella pesadilla y a sumergirnos en la sensación de desamparo que provoca la posibilidad de que una cadena de decisiones equivocadas acabe provocando un desastre de grandes proporciones. Aquel fuego ha despertado en toda la comarca la sensibilidad en torno a la conservación del patrimonio natural y se ha convertido en la cantera de un voluntariado, que durante aquellos días aciagos vivió una auténtica explosión (más de mil ciudadanos se ofrecieron en Alcoy para echarse al monte durante aquellas jornadas).
El siniestro también tuvo su cara política. Sobre una alfombra de incompetencias y de bosques calcinados, el PP llegó a la Generalitat desplazando al PSOE de Joan Lerma cuando apenas se había cumplido un año del incendio. La magnitud del desastre obligó a hacer un drástico cambio en las estrategias de la lucha contra el fuego, haciéndose especial hincapié en la rapidez en la llegada de los medios aéreos de extinción, con el fin de ahogar el fuego en su momento de inicio. Hubo inversiones importantes, se empezó a trabajar en serio en la prevención y aunque el fantasma de los grandes incendios sigue apareciendo todos los veranos por este rincón del Mediterráneo, sí se logró evitar la repetición sistemática de grandes catástrofes como la vivida en aquel terrible verano de 1994 de la que 25 años después todavía no hemos conseguido olvidarnos.