El 26 de septiembre de 1978, hace cuarenta años, Alcoy vivía el único atentado terrorista de su historia reciente. Una bomba hacía explosión en los lavabos del Cine Goya, mientras en la sala se estrenaba la película “La portentosa vida del Pare Vicent”. Esta acción, que milagrosamente no causó ningún herido, se atribuyó a grupos de ultraderecha y se inscribía dentro de la escalada de violencia desencadenada dentro de la denominada Batalla de Valencia.
1978 está considerado como el “annus horribilis” de la Batalla de Valencia. Durante esos terribles doce meses, en diferentes puntos de la Comunitat, pero especialmente en la capital, se producen hasta 18 acciones terroristas de grupos de ultraderecha. Bombas a Fuster y a Sanchis Guarner, palizas a militantes de izquierdas y a periodistas y hasta intentos de asaltar el Palau de la Generalitat. Los valencianos vivían sus particulares años de plomo, que se sitúan entre el periodo entre 1976 y 1981. Los sectores más reaccionarios del valencianismo protagonizan una espiral de agresiones que tiene como excusa la defensa de los símbolos de identidad valencianos, pero que en realidad es una campaña perfectamente orquestada para ahogar las veleidades nacionalistas de la izquierda. No se salva nadie ni nada; ni conferencias, ni ferias del libro, ni recitales musicales, ni reuniones del Consell preautonómico; cualquier escenario sirve en este proceso de violencia sistemática, que ha sido borrado de todas las crónicas oficiales de la Transición Española. Por extraño que nos parezca ahora, no hubo detenidos y la práctica totalidad de estos hechos violentos se saldó con una absoluta impunidad a pesar de su gravedad. El franquismo todavía quedaba muy cerca y las fronteras entre las fuerzas del orden de la dictadura y los comandos de ultraderecha estaban muy difuminadas.
En este tenso contexto político llega la película “La portentosa vida del Pare Vicent”. El film está dirigido por el valenciano Carles Mira, pero nos hallamos ante un proyecto cinematográfico en el que se implica el mundo del teatro de Alcoy, hasta considerarlo como algo propio. Los protagonistas son Albert Boadella (entonces cabeza visible del grupo Els Joglars, permanentemente enfrentado con los sectores más rancios de la derecha española), la actriz Ángela Molina y el alcoyano Ovidi Montllor. El resto del reparto está formado por actores de compañías alcoyanas y por decenas de extras de la ciudad que se presentan voluntarios. La película se rueda en parte en exteriores de Alcoy y cuenta con la dirección artística de Alejandro Soler.
El mundo de la cultura local vive con euforia este rodaje, al considerarse que supone un reconocimiento al papel de las compañías teatrales alcoyanas y el primer paso para futuras aventuras cinematográficas. En señal de agradecimiento por la colaboración alcoyana, se elige el Cine Goya para su estreno nacional.
Sin embargo, el anuncio de que se va a estrenar una obra cinematográfica en clave satírica sobre la figura de Sant Vicent Ferrer y de que su autoría viene impulsada por un conocido grupo de personas relevantes de la izquierda -en aquellos tiempos lejanos, Albert Boadella era casi un demonio para “las gentes de orden” del país y tampoco estaba bien visto en estos círculos Ovidi Montllor- provoca un alud de reacciones negativas. Sin ni siquiera esperar a ver el film, sólo con un reportaje previo aparecido en la revista Fotogramas, el Arzobispado de Valencia exige la retirada de “La portentosa vida del Pare Vicent” y no duda en calificarla de “insulto al pueblo valenciano”. Sectores derechistas y religiosos también se movilizan y llegan a montar un acto de desagravio en una iglesia de Madrid. También se suceden las gestiones políticas ante el Ayuntamiento de Alcoy para que paralice la presentación pública del film.
Los responsables de la película desafiaron todos los malos augurios y decidieron programar el estreno para el día 26 de septiembre en el Cine Goya. No se había recibido ninguna amenaza de bomba, aunque sí se temía que a la sala acudieran comandos blaveros con la intención de reventar la proyección. Durante toda la tarde de aquel martes, se observaron numerosos coches sospechosos con matrícula de Valencia por las inmediaciones de la sala. Dos inspectores de Policía asistían a la sesión, en la que se habían reunido los participantes en el film, destacados personajes del entonces incipiente cine valenciano y hasta los socios del hogar del pensionista que habían participado como extras.
El estreno se desarrollaba con normalidad y en la parte final de la sesión, los espectadores de las últimas filas pudieron escuchar (en torno a las 11,30 horas de la noche) una fuerte explosión que venía de la zona del lavabo de caballeros Uno de los testigos narraba sus impresiones a la prensa de la época y dijo que “el ruido era mucho más fuerte que unos cuantos trabucazos del Alardo”. Aunque algunos espectadores pidieron que se encendieran las luces, la proyección continuó con normalidad y sólo una veintena de personas abandonó la sala. La película siguió hasta su final a pesar de que en por el patio de butacas se extendía el humo y el olor a explosivo. No se registraron escenas de pánico y los espectadores salieron ordenadamente a la calle, en donde empezaron a conocer detalles del suceso. El alcalde de la época, Alberto Emilio García, que asistió al estreno con su esposa, expresaba su indignación ante los hechos y no dudaba en atribuirlos a un grupo extremista.
El artefacto explosivo destruyó la parte interior de los lavabos de caballeros y parte de los tabiques que daban al vestíbulo, los dueños del Goya valoraron los daños en 400.000 pesetas y tuvieron que cerrar la sala durante varios meses. Se especuló sobre la naturaleza de la bomba; se hablaba de dos posibilidades: un mecanismo de relojería o una bomba conectada al sistema de cisternas del wáter. Los grandes destrozos impidieron averiguar más detalles.
En las crónicas periodísticas de aquellos días se destacaba el hecho de que afortunadamente el suceso se había saldado sin ningún tipo de víctimas personales. Especialmente milagrosa fue la experiencia de un hombre que había acudido al lavabo a hacer sus necesidades, al que la explosión le sorprendió cuando salía. El único testigo directo de aquel suceso declaraba al diario Información: “Yo estaba aquí mismo y de repente hizo explosión. Me quedé como atontado, noté que me caían azulejos en la cabeza y en la espalda y como la onda expansiva me lanzaba hacia arriba”.
Estos sucesos situaban a Alcoy en las páginas de todos los periódicos nacionales y regionales. Inicialmente, el atentado fue reivindicado en una llamada al periódico Las Provincias por el Grupo Antimarxista Valenciano, que decía estar formado por “ciudadanos que nos sentimos ofendidos ante la ofensa a nuestro patrón” y que finalizaba su comunicado con un “Viva España, Viva el Reino de Valencia y Viva San Vicente Ferrer”. Días después, este mismo rotativo anunciaba que también se había recibido una reivindicación de un supuesto Movimiento de Izquierda Nacionalista Valenciano, que “había emprendido la lucha contra cualquier tipo de imperialismo”, aunque a esta segunda versión (absolutamente carente de lógica) no se le dio ninguna credibilidad.
Pasaron los años y esta historia se perdió en la memoria de los alcoyanos y solo era recordada como una batallita del pasado por aquellos que vivieron directamente aquella aventura. No hubo ningún tipo de detención, ni referencias en los medios a los resultados de investigaciones policiales; los más realistas afirman que a pesar de la gravedad del suceso, ni siquiera hubo investigaciones policiales. La polémica persiguió a la película durante toda su historia, en 1990, con motivo de su proyección en TVE, el líder de Unión Valenciana, Vicente González Lizondo, lanzó duras críticas. En 2001, durante un homenaje póstumo al director Carles Mira (fallecido en 1993) en la Mostra de Cinema del Mediterrani, el concejal del PP en el Ayuntamiento de Valencia Alfonso Grau pidió que se quemaran todas las copias, señalando que aunque no la había visto “aquello era pornografía”.
La Batalla de Valencia seguiría con más o menos virulencia a lo largo de los años 1979, 1980 y 1981. Bombas contra Fuster y contra Albiñana, agresiones al alcalde socialista de Valencia y ataques a sedes de partidos y de colectivos sociales jalonarían la continuidad de este mecanismo de violencia. La extrema crueldad de aquellos días cnnvulsos se puede resumir en una situación vivida durante el entierro de Sanchis Guarner en los últimos coletazos de aquella ofensiva. En una de las calles por las que pasaba el féretro, unos desconocidos hicieron una gran pintada en la que se podía leer “Sanchis Guarner, per fi has caigut”. El odio cainita era capaz de superar hasta las mismísimas fronteras de la muerte.