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La memoria
Lluís Companys, el President de la República Catalana
Cuentan que una vez situado frente al pelotón de fusilamiento, pidió quedarse descalzo para poder tocar con los pies la tierra catalana antes de morir
Pascual Gil Gutiérrez - 13/10/2017
Lluís Companys, el President de la República Catalana

Nos enfrentamos, en este caso, a la que quizá sea una de las figuras más contradictorias e importantes de la primera mitad del siglo XX español. Solo mentar su nombre puede influir en el devenir de una tranquila cena entre amigos, y no es para menos, pues este político catalán ha sido considerado, a partes iguales, un héroe mártir por parte independentismo y un gobernante deplorable, irresponsable y sedicioso por parte de la derecha más castiza (y algún que otro republicano).

No en vano, en medio de la actual crisis catalana, su nombre y su legado han salido a relucir de forma constante, sirviendo incluso para crear ciertos paralelismos históricos entre sus acciones y las del actual President de la Generalitat, Carles Puigdemont. No obstante, antes de lanzar juicios de valor o de establecer analogías tentativas entre el pasado y el presente, es de recibo analizar su figura, estudiar sus actos y, sobre todo, entender el contexto en el que estos se desarrollaron.

Su mayor protagonismo político iba a coincidir de manera inevitable con la proclamación de la II República Española. Se convirtió, en 1931 y junto a Francesc Macià, en uno de los fundadores del partido Esquerra Republicana de  Catalunya, que ganaría las elecciones municipales de ese mismo año.

Tras ganar las elecciones municipales, Macià proclamó el 14 de abril, la Republica Catalana dentro de la República Española, precisamente el mismo día que la República Española comenzaba su andadura de forma oficial. Por supuesto, el Gobierno Provisional republicano de Madrid no aceptó esta declaración desde Barcelona, por lo que hubo ciertas tensiones que se consiguieron aliviar tras una ardua negociación con Macià. El resultado de la misma fue un Estatuto de Autonomía de Cataluña, el restablecimiento de la Generalitat como máximo órgano de gobierno autonómico y la inauguración del Parlament como sede del poder legislativo en Cataluña.

Macià, ‘l’avi de Catalunya’, moriría el 25 de diciembre de 1933, siendo elegido Companys como su sucesor en el cargo de President de la Generalitat.

Sería el 6 de octubre de 1934, cuando Companys decidió proclamar ‘l’Estat Català’ dentro de la República Federal Española. Este paso decisivo y crucial parece responder a una reacción potente tras la entrada en el gobierno estatal de tres ministros de la CEDA y tras la explosión social de las huelgas revolucionarias alentadas por los socialistas en toda España. Tras la proclamación, Companys invitó a todos los republicanos de izquierda de España a separarse del gobierno “monárquico” y “fascista” de Madrid y a conformar un nuevo gobierno provisional de España desde Barcelona. Dicha invitación fue obviada por personalidades tan importantes como Azaña, quien se encontraba en ese momento en Barcelona.

No obstante, Companys se encontró con el rechazo total del general Batet, quien no aceptó la autoridad del President de la Generalitat. Este enfrentamiento político derivó en un choque violento entre fuerzas gubernamentales e independentistas, que se alargó hasta el día 7 de octubre. Finalmente Companys comunicaría su rendición total, dejando un balance de 96 muertos y más de 350 heridos.

Por supuesto, las consecuencias de la proclamación fueron contundentes y no se hicieron esperar: todo el gobierno catalán fue detenido, el Parlament fue clausurado y se suspendió el Estatuto de Autonomía. La sentencia judicial estipuló 30 años de cárcel para Companys y su gobierno, así como una inhabilitación perpetua para la actividad política.

Companys permanecería preso hasta febrero de 1936, cuando en las elecciones generales el Frente Popular resultó vencedor y decretó su inmediata  liberación. Para cuando se dio el golpe de estado del 18 de julio, que abría la dolorosa etapa de Guerra Civil, Companys ocupaba de nuevo el cargo de President de la Generalitat. Se mantendría como tal al frente de Cataluña durante toda la Guerra Civil, como un firme y leal colaborador y aliado del legítimo gobierno de la República. No obstante, en febrero de 1939, ante la evidencia de la caída de la totalidad de Cataluña bajo control franquista, Lluís Companys inició su camino hacia el exilio, a Francia.

Aunque consiguió llegar a París, las autoridades políticas locales lo rechazaron, por su posicionamiento radical y por su afán activista entre los refugiados españoles, viéndose obligado a marchar. Con una parte de Francia ocupada y controlada por los nazis, el franquismo reclamó una lista con más de 800 nombres de personalidades de la República exiliadas. Por supuesto, Companys figuraba en esa lista y fue finalmente localizado por la policía secreta alemana (Gestapo) en la región de Bretaña. Tras su captura, fue entregado al régimen franquista, siendo recluido en la cárcel de Montjuic tras un breve paso por Madrid.

Fue en Montjuic donde se le sometió, el 14 de octubre, a un juicio sumarísimo ante un consejo de guerra. En el mismo fue hallado culpable por un delito de ‘adhesión a la rebelión militar’. El general Franco sancionó la condena a muerte y al amanecer del siguiente día, Companys fue ejecutado.

Cuentan que, una vez situado frente al pelotón de fusilamiento, Lluís Companys pidió quedarse descalzo para poder tocar con los pies la tierra catalana antes de morir.

Así, tras una ráfaga de balas, terminaba la existencia del President más controvertido de la historia contemporánea de Cataluña. Su figura y el significado de ésta siguen despertando acalorados debates en tertulias televisivas y círculos universitarios, donde se intenta discernir las motivaciones que guiaron los actos del Molt Honorable. Lo cierto es que, si atendemos a lo expuesto hasta ahora, Companys fue, ante todo, irremediable y visceralmente republicano. Un político que entendía que solo bajo un régimen republicano y de izquierdas, la convivencia y la solidaridad entre las distintas sensibilidades españolas serían posibles. Bajo estas convicciones, no obstante, traspasó los límites de la legalidad, intentando liderar un cambio estatal para el que España aún no estaba preparada.

A la luz de los hechos, la comparación entre Companys y Puigdemont carece de todo sentido, pues contraponemos el compromiso reformista del Estado del primero con el ánimo rupturista del segundo. Corrigiendo la incontinencia verbal de Casado, podríamos afirmar que la cuestión no es si Puigdemont debe acabar como Companys, más bien aceptar que Companys no debería haber acabado así. Y para apuntalar esta idea, solo debemos recordar las emocionantes palabras del President, cuando, por radio, animaba a los madrileños en la defensa de la capital contra el cerco franquista: ‘Madrid, os habla vuestro hermano…’

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