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Alejandro Soler: “La humiltat orgullosa dels grans”
Javier Llopis - 10/04/2014

“Ens trobarem amb un home que han de treure del plató o l’escenari perque no dona mai res per acabat: toca, retoca, re..do…sol…Música!. Si el deixaren, aniria darrere de les filaes que ell guarneix, tocant, i polint i emprenyant i vivint. Sobretot vivint!. Alejandro sempre ha portat i porta a dins seu l’artista i la humiltat orgullosa dels grans”.

La definición es perfecta y la hizo en su día Ovidi Montllor. Con estas hermosas palabras se describe a un personaje gigantesco y omnipresente, sin cuya intervención sería imposible explicar algunos de los momentos más valiosos de la cultura alcoyana de los últimos 40 años. Alejandro Soler es una figura inagotable y al repasar su curriculum, uno se queda anonadado ante la intensa biografía de un hombre, que puso sus manos en más de 100 montajes teatrales y en una decena de películas, que provocó un terremoto en la estética de los Moros y Cristianos, que nos legó el incomparable formato actual del Tirisiti y que, además, tuvo tiempo para diseñar interiores de bares y comercios, para ejercer de cartelista y para explayarse en una oculta faceta de pintor, que se reservaba para sí mismo como un tesoro íntimo. Fue, además, compulsivo escritor de sus experiencias profesionales y personales, que han quedado almacenadas en una pequeña montaña de carpetas, con miles folios garabateados a mano, en los que se puede repasar al minuto su vida y la historia reciente de esta ciudad, llamada Alcoy, de la que Alejandro fue un vecino apasionado, hiperactivo y saludablemente crítico.

Un año después de su fallecimiento, es un buen momento para revisar la carrera de un artista cercano y muy especial. Es una buena oportunidad para repasar una trayectoria, que lo ha convertido en el protagonista de algunos de los hechos más destacados de la cultura de esta ciudad: desde la época de oro del teatro alcoyano, a la innovación formal de las Fiestas, pasando por la recuperación del Belén de Tirisiti. Resulta imposible dar un paso por las crónicas de la cultura alcoyana sin encontrarse con el nombre de Alejandro Soler. Su presencia es constante y para muchos alcoyanos es un hecho asumido como un fenómeno natural, que está ahí desde siempre.

“En pocos sitios es más cierta la frase de que nadie es profeta en su tierra”. Estas palabras, recogidas de uno de sus diarios, describen con certeza milimétrica la singular relación de Alejandro Soler con la ciudad que la vio nacer y crecer como artista. Tras su fallecimiento, en enero de 2013, resulta inevitable sorprenderse y escandalizarse ante la ausencia prácticamente total de homenajes, reconocimientos o exposiciones dedicadas a la memoria de un artista de tanta envergadura. En una ciudad que periódicamente pasea en procesión a más de una mediocre medianía, es muy difícil de explicar el hecho incontestable de que las instituciones alcoyanas –desde las políticas, a las festeras, pasando también por las culturales- le hayan dado la espalda a una figura tan influyente y activa. Mostrarles a las nuevas generaciones el inmenso legado de Alejandro Soler –desde sus impactantes escuadras a sus rompedoras escenografías teatrales- es casi una obligación moral, un deber inaplazable, que no debería retrasarse en el tiempo. Olvidar su obra sería un pecado imperdonable, una demostración de “burrera”, que nos privaría a todos del recuerdo de un auténtico gigante cultural.

“No estoy para fiestas, ni para autopsias. Nunca me he integrado en ningún partido, grupo o capillita. Soy muy individualista y pienso que el hombre es un puto perot”. Afiladas afirmaciones como éstas, incluidas en los diarios de Alejandro Soler, nos servirían para explicar el extraño desencuentro oficial entre el artista y su ciudad. Nos hallamos ante un hombre que se movió al margen de los circuitos institucionales y de las modas; ante un francotirador atípico, que rechazaba los ejercicios de autopromoción, para centrar todos sus esfuerzos en su obra, en esa pasión que podía aparecer con igual fuerza en el tocado de una escuadra festera o en el diseño de los decorados de una película. La “humiltat orgullosa” de la que hablaba su amigo Ovidi Montllor fue el santo y seña de un creador que podía renunciar a los reconocimientos públicos y a las rentabilidades económicas, pero que defendía con uñas y dientes su particular concepción del arte. La “humiltat orgullosa” es la frase de cabecera de un artista, que resumía sus ideas sobre el arte en los siguientes términos: “con el tiempo he aprendido a prescindir de muchos prejuicios, no quiero saber nada del mercadillo de modos y modas, ni pretendo estar en la cresta de ninguna ola. Me he hecho insensible a los cantos de las sirenas. Mis trabajos son para darle un poco de sentido a mi vida, para hablar de todo aquello que me alegra o que me hiere. En definitiva, para ir contando aquello que voy viendo mientras bajo por el río de la vida”.

Trayectoria

Nacido en 1946, Alejandro Soler estudia en la Escuela de Bellas Artes de Alcoy y tras un breve paso por la Escuela de San Carlos de Valencia y por el Cercle Artístic Sant Lluc de Barcelona inicia una intensa carrera en las artes plásticas, que se desarrollará íntegramente en Alcoy. Aunque participa en una veintena de exposiciones individuales y colectivas, su nombre empezará a sonar por su intervención como escenógrafo y diseñador de cerca de un centenar de representaciones teatrales. Su faceta inicial de pintor queda reducida voluntariamente a su ámbito personal y buena parte de su obra en este sentido permanece inédita.

Su relación con el mundo del teatro forma parte ya de la historia reciente de Alcoy. Alejandro Soler es una pieza clave de los grandes momentos que vive la ciudad de la mano de grupos como La Cazuela y sus diseños están presentes en los decorados, en los vestuarios y en ocasiones hasta en el mismísimo programa de mano. Los grandes hitos de este periodo, que discurre entre las décadas de los setenta y los ochenta del pasado siglo, tienen su sello personal, en un estilo que ya se ha hecho totalmente reconocible. Como un paso natural, en esta época da el salto al cine y participa como director artístico en una decena de películas de autores como Carlos Pérez y Carles Mira.

Pero la faceta más popular de Alejandro Soler es, sin ningún género de dudas, su intervención en el mundo de las Fiestas de Moros y Cristianos. Su llegada supone una conmoción del habitualmente cerrado universo festero. Sus escuadras, sus boatos y sus cargos representan una espectacular ruptura en un mundo de estética conservadora y poco aficionado a los riesgos. Existe una coincidencia absoluta: en la Fiesta, siempre habrá un antes y un después de Alejandro. Sus escuadras especiales y sus capitanes son recordados durante décadas e imitados hasta la saciedad en toda la geografía de los Moros y Cristianos de la Comunitat Valenciana. Su presencia en los festejos es constante durante un periodo de casi 40 años, en los que deja muestras inolvidables de su capacidad para poner en la calle propuestas en las que se combina el amor por el detalle, la minuciosidad y el sentido del espectáculo.

La huella de Alejandro Soler también está presente en el otro gran momento del calendario sentimental alcoyano: el ciclo navideño. Sus diseños del escenario y de los muñecos del Belén de Tirisiti son una pieza inigualable, en la que se combina la innovación con el respeto a la tradición. De su mano, el conjunto ve cómo se dispara su valor estético, sin el cual no habrían llegado ni la declaración de BIC ni la espectacular proyección que ha alcanzado en los últimos años esta modesta pieza de teatro de marionetas. Su intervención en la Navidad va mucho más allá: a Alejandro Soler se deben los trajes de los Reyes Magos y antes de su fallecimiento trabajaba en un rediseño general de toda la Cabalgata.

El oceánico curriculum de Alejandro Soler se completa con intervenciones que entran directamente dentro del terreno del diseño. Trasladó todo su mundo creativo a bares como “L’Escenari” o a comercios como de cerámica como “El titot”. Hizo stands de Textilhogar, vidrieras, portadas de discos y de libros, carteles y hasta fue el responsable de una baraja de naipes editada con motivo de la celebración de séptimo centenario de los Moros y Cristianos de Alcoy.

“Muy crítico”

“Soy un personajillo, que transita por el tiempo que me ha tocado vivir. La rebeldía me sale de las entrañas por tanta injusticia”. Alejandro Soler se autodefine con estas sencillas y contundentes palabras. Sus apretados diarios, escritos y dibujados en folios amarillentos y hasta en servilletas de bar, nos retratan a un personaje preocupado por un Alcoy con el que mantiene una constante relación de amor y odio, “a un pueblo no lo engrandece la cantidad de gambas que consume, sino la capacidad que tiene para generar y almacenar cultura”. Sus diagnósticos son amargos y certeros y en el año 2005 escribe “una nube de discordia se ha posado sobre el pueblo y amenaza lluvias fuertes, granizo, rayos y truenos”. Deja muy clara su posición en este sentido “no soy un alcoyano de los chovinistas; más bien todo lo contrario, soy muy crítico con cualquier cosa relacionada con Alcoy”.

Esta ciudad tiene una gran deuda de gratitud con la figura de Alejandro Soler. Por su inmenso legado artístico, por su ejemplar independencia creativa y por su implicación cívica en proyectos que contribuyeron a engrandecer el nombre de Alcoy, es necesario un ajuste de cuentas con la memoria de un personaje inclasificable, contradictorio y omnipresente, que dejó muy clara su filosofía con esta declaración de principios “no soy optimista; pero a pesar de todo, creo en la vida”.

Galería

En un amplio reportaje gráfico, Paco Grau ha hecho un emocionado repaso por el legado personal y artístico de Alejandro Soler. Son 22 fotografías, en las que de la mano de su viuda, Paqui Dénia, y de sus hijos, Paris y Orfeo, se recorre la huella de un hombre: desde los pequeños detalles cotidianos a obras pictóricas inéditas. Es un paseo fotográfico por los lugares de Alejandro, por el taller de la plaza Jaime El Conquistador en el que fueron tomando forma sus creaciones, una verdadera factoría de sueños en la que cada objeto tiene su historia y su propia memoria.

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