Es un rincón mágico en medio de la desolación de casitas blancas abandonadas de la calle Caramanxel. Es un universo barroco de viejos cachivaches de segunda mano, que se distribuyen en un desorden perfectamente ordenado que apenas deja un espacio libre para el vacío. Muñecas, vajillas, libros amarillentos, imágenes religiosas, juguetes con un toque kistch y hasta acciones de empresas alcoyanas venidas a menos. Nada falta en este inesperado bazar de las sorpresas, en el que casi todo está a la venta por un precio módico. Es el reciclaje llevado a la más noble expresión del término.
Como otras tantas cosas, este singular establecimiento comercial es hijo de la pandemia. Agustín Cortés, un veterano de la venta ambulante, tuvo que buscarse una salida tras la masiva suspensión y reducción de mercadillos al aire libre por el covid. Encontró la solución en un local de la calle Caramanxel, a espaldas del cuartel de la Guardia Civil. Allí montó una tienda de artículos de segunda mano, en la que el comprador curioso puede encontrar prácticamente de todo. Cruzar la puerta de este comercio atípico es cómo entrar en otro mundo, como cruzar una frontera imaginaria que nos conecta con el pasado a través de unos objetos que fueron testigos de su tiempo y que ahora se han convertido en curiosidades.
Estamos ante una colección anárquica en la que cada cosa tiene su propia historia. Hay artículos que le han sido regalados al propietario, otros proceden de casas antiguas que se han desocupado y vaciado y también se exponen los frutos de diferentes operaciones de compra. Caminar entre esta singular mercancía no es un ejercicio sencillo; es toda una experiencia, una expedición a otros tiempos en la que hay centenares de referencias inesperadas, de sorpresas que acaban conectándote con los rincones más olvidados de la infancia.
Cumpliendo la tradición de los viejos “rastros”, esta pequeña tienda apartada de todos los grandes circuitos comerciales de la ciudad ofrece una oportunidad única para practicar el sanísimo ejercicio de pararse y mirar. Rebuscar entre estas montañas de objetos rescatados del olvido y negociar un precio por ellos es una reconfortante manera de enfrentarse (aunque sea de forma testimonial) a la frialdad del comercio online, que en estos días está poniendo patas arriba a nuestra sociedad.
Este oasis de magia en medio de la desolación es un verdadero viaje a la nostalgia, que nos permite caminar por esa delgada línea imaginaria que separa las antigüedades de los trastos viejos entrañables. Las imágenes de Paco Grau nos muestran esta insólita experiencia.