Para los no iniciados en el mundo del teatro, siempre será un misterio la capacidad que tienen determinadas personas para subirse a un escenario, meterse en la piel de un personaje y trasladarnos a otra realidad. Esta transformación es una celebración mágica a la que podemos asistir en vivo y en directo; una metamorfosis sin trampa ni cartón, que cuando se produce en toda su plenitud deja al público casi sin respiración.
El actor alcoyano Juli Cantó protagonizó el pasado viernes uno de esos irrepetibles viajes, agigantándose en su representación del papel del padre en “La gata”. Paco Grau nos cuenta con sus fotos este peculiar trayecto personal.
“Olvidaros de Paul Newman y de Elizabeth Taylor; aquí, toda la sustancia la tiene ese gigantón cabreado que hace de padre. El actor se llama Burl Ives y en sus horas libres canta música vaquera”. Cada vez que ponían en la tele “La gata sobre el tejado de zinc”, mi padre nos soltaba esas mismas frases. Aquel veterano cinéfilo, fanático de los actores de carácter del viejo Hollywood, tenía muy claro que sobre aquel colosal personaje se construía todo el edificio dramático y argumental de esta obra clásica en la Tennessee Williams nos da un paseo por los rincones más oscuros de las relaciones familiares.
En el patio de butacas del Calderón había expectación por ver cómo resolvía Juli Cantó su aterrizaje en uno de los papeles más contundentes y atractivos del repertorio teatral del siglo XX. El actor alcoyano no defraudó las expectativas y enganchó de inmediato a los espectadores, que asistieron asombrados a su conversión en un tiránico patriarca del sur rural. Lloró, gritó, rió y durante su intervención en la obra llenó todo el escenario con su presencia, utilizando de forma magistral la voz y el gesto.
El estreno alcoyano de “La gata” tenía ese valor añadido: el reencuentro de Juli Cantó con un público compuesto por amigos, conocidos y fans de toda la vida. Había en el ambiente un cierto aire de complicidad, que se esfumó rápidamente tras la irrupción del actor en la obra. Había que hacer un esfuerzo considerable para hallar algún resto del Juli de siempre en aquella figura que se movía atormentada por el escenario y que cargaba sobre sus espaldas todo el peso de los dramas personales de toda una vida.
Toda la magia del teatro se desplegaba ante nuestros ojos. La palabra actor se llenaba de contenidos y todos fuimos conscientes de haber tenido el privilegio de asistir a uno de esos instantes irrepetibles que sólo se pueden producir en un teatro.