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Historia de una obsesión solitaria
Javier Llopis - 03/07/2014

El método era simple. El carbón de una hoguera hecha con maderas viejas, una revista de porno duro y el muro en blanco de cualquiera de las innumerables fábricas abandonadas de Alcoy. El autor fue un artista anónimo, que con el paso de los años ha dado lugar a todo tipo de leyendas urbanas. El resultado de esta irrefrenable y solitaria compulsión pictórica es un inquietante legado de descomunales “frescos” eróticos, que llenaron hasta el último rincón de nuestro ruinoso pasado industrial.

Fue un arte efímero, ya que la mayor parte de estas obras han desaparecido en los últimos años tras el fatal derrumbe de estos antiguos edificios. Paco Grau repasa con sus fotografías la historia de esta obsesión.

El fenómeno se detectó a principios de la década de los ochenta el pasado siglo. En las paredes de las viejas fábricas del olvidado Alcoy industrial aparecían de forma continuada y misteriosa enormes grabados representando escenas pornográficas de alto voltaje. En todos los casos, se empleaba el mismo modus operandi. El autor hacía una pequeña hoguera con maderas y utilizaba los pedazos de carbón para hacer sus dibujos, que habitualmente eran copias ampliadas de fotografías de revistas de porno duro.

Durante unos años, este singular artista mantuvo una actividad obsesiva y llenó con su obra edificios situados en todos los rincones del término municipal. Allí donde hubiera una nave industrial abandonada o una vieja masía, allí aparecían estas pinturas. La zona del Molinar, con su inagotable catálogo de fábricas en ruinas, se convirtió en el escenario preferido de esta solitaria aventura y en ella aparecen los conjuntos de mayor tamaño y de más complicada elaboración. Sin embargo, se han podido ver restos de este arte urbano en Batoy, en viejos molinos papeleros de la cabecera del Barxell y hasta en antiguas masías de la zona de Serelles.

El autor de estos cuadros sin firma ha permanecido desde siempre en el anonimato. Su identidad ha dado lugar a un inagotable rastro de rumores y de leyendas urbanas, en el que había espacio para casi todo: para las versiones más idealizadas y para las lecturas más morbosas y enfermizas. Lo cierto es que nos hallamos ante artista atípico, que con su decisión de no reivindicar su obra deja perfectamente claro que estos inclasificables happenings postindustriales eran para él una experiencia estrictamente personal. A mitad de camino entre el arte rupestre y el graffiti, estos dibujos se han convertido en un atractivo misterio, en un relato absolutamente abierto, al que cada uno le puede poner su particular explicación.

Es una historia extraña con un final extraño. La mayor parte de estos grabados ha ido desapareciendo con el tiempo, al mismo ritmo con el que se derrumbaban las viejas fábricas que los acogieron. Las gotas frías y el deterioro de unos edificios centenarios sin ningún tipo de mantenimiento han hecho caer una tras otra las paredes que albergaron estos lienzos irrepetibles. Hoy resulta muy difícil encontrar algún resto de estas joyas olvidadas. Sólo se adivinan algunas líneas y algunas figuras fragmentadas entre los montones de cascotes y las piedras renegridas de la ruina.

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