La cosa va de miradas. De ojos ilusionados, de gestos de asombro, de caras de emoción y de complicidades tejidas a través de generaciones y generaciones. El gran misterio del ciclo navideño alcoyano sólo se puede desentrañar contemplando cada mes de enero ese mar de rostros expectantes dibujado por los habitantes de una ciudad que cuida con un inmenso cariño este legado centenario de reyes, pajes y pastores. La cámara de Paco Grau nos muestra el mapa de este inagotable tesoro de tradición y de sentimientos desbordados a pie de calle.
Vale la pena hacer el experimento cualquier mes de enero. Mientras las músicas y los desfiles de los actos de Reyes Magos discurren por nuestras calles, hay que perder unos minutos y echarles una mirada a las masas que abarrotan hasta el último rincón del centro de Alcoy. Ante nosotros aparecerá un paisaje multitudinario de miradas infantiles, una interminable sucesión de ojos abiertos que esperan la llegada del instante mágico. Estamos, sin ningún género de dudas, ante el público más nervioso del mundo. Sobre la faz de la tierra no existen espectadores más impacientes que los niños alcoyanos cuando esperan la llegada del Embajador o del Rey. El viejo ritual tiene vetado hasta el último asomo de pasividad. Los niños gritan, se mueven sin parar y sobre todo miran, asoman sus cabecitas sobre las multitudes en un intento permanente de avistar cuanto antes a los protagonistas de la noche.
Hay que subrayar otra singularidad absolutamente alcoyana: este estado de ánimo, cercano al paroxismo, trasciende las fronteras de la infancia y acaba afectando también a los adultos. En este territorio de simulaciones y de magia acaban sucumbiendo también las personas mayores, incapaces de resistirse a los encantos de un escenario en el que se combinan en dosis perfectas los sonidos y los impactos visuales. Los niños se vuelven locos y sus padres regresan a la niñez. Hay momentos muy especiales en los que uno llega a la conclusión de que las miles de personas que llenan el recorrido creen fervientemente en la llegada de los tres magos de oriente y estarían dispuestas a llegar a las manos con cualquier enterado que osara negar su existencia. Se borran de un plumazo las fronteras de la lógica y las emociones se desbordan y lo arrastran todo sin que nadie haga ni el más mínimo esfuerzo por resistirse.
Éste es el gran secreto del éxito del ciclo navideño alcoyano. Hay una trama poderosa, que arranca en el Tirisiti, sigue con les Pastoretes y el Bando y culmina con el esplendor de la Cabalgata. Al margen del rigor organizativo, de la antigüedad o de la brillantez escenográfica hay una complicidad absoluta del público, de esos miles de alcoyanos cada año esperan nerviosos y expectantes la llegada de esos momentos irrepetibles. La cosa va de miradas. La cosa va de sentimientos.