Las calles de Alcoy son un escenario vacío y silencioso. Las imágenes de Paco Grau, tomadas en la mañana del pasado domingo, nos muestran el paisaje inquietante de una ciudad callada y desprovista de vida. Un sanitario se asoma curioso a la puerta del ambulatorio, algún paseante de perros rompe la soledad y el resto son avenidas desoladoras. Es la primavera del coronavirus y tardaremos mucho tiempo en olvidarnos de ella.
Son imágenes opresivas, que te dejan en la retina y en el alma una sensación de inquietud de la que resulta muy difícil desprenderse. Es un domingo de primavera, con sol y buenas temperaturas y a pesar de eso, contemplar las calles de Alcoy es como contemplar un paisaje postnuclear. No, no es un domingo de agosto, de esos en los que la ciudad se ha vaciado tras un éxodo general de gente que se ha ido a disfrutar de las playas. Es un domingo tristísimo del mes de marzo y miles de alcoyanos permanecemos encerrados en nuestras casas tras la orden general de confinamiento dictada por la pandemia del coronavirus.
Las palomas caminan con absoluta libertad por la calzada. La enramada festera y el castillo a medio montar se convierten en elementos discordantes y casi absurdos. Un hombre pasea su perro y los escasos transeúntes que circulan lo hacen con mascarillas y con un ritmo rápido y temeroso en su marcha. La impactante ausencia de gente transforma los sitios por los que pasamos cada día en escenarios extraños, que a veces incluso resulta difícil ubicar. Los puentes sin coches nos ofrecen perfectas perspectivas, mientras los semáforos siguen con su juego de rojos y verdes carentes de la más mínima utilidad. El aspecto de un Alcoy sin alcoyanos compone una colección de fotografías inclasificables, que quedarán ahí para la historia de esta ciudad, como recuerdo de un momento en el que vivimos una de las situaciones más complejas de nuestras vidas.