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Cosas que no deberían salir en una Entrada
Guía subjetiva sobre elementos de la coreografía festera alcoyana que nos podríamos ahorrar en pro de la brillantez de los desfiles
Javier LLopis / Pep Jordà - 02/04/2019
Cosas que no deberían salir en una Entrada
Guerra a muerte contra los grupos de tipos comiendo que recorren Alcoy en carroza

Alcoy entra en su mes festero y Tipografía la Moderna se suma a la celebración. Cumpliendo su vocación de servicio, esta publicación ofrece una pequeña guía de cosas que salen en las Entradas de Moros y Cristianos y que, en nuestra modestísima opinión, no deberían salir. Ésta es una aportación desinteresada para que nuestros espectaculares desfiles festeros mantengan toda su brillantez. Aunque sobre gustos no hay nada escrito, este texto quiere abrir el debate sobre una serie de elementos con cuya desaparición todos saldríamos ganando y la Fiesta, más.

1-La mesa de los tragaldabas
El primer día tuvo gracia; con el paso del tiempo la fórmula se ha agotado. Sacar una carroza con un grupo de festeros veteranos sentados en torno a una mesa bien provista de habas tiernas y de embutidos del terreno mientras esgrimen jarras de vino peleón, ha dejado de ser una propuesta original desde hace décadas y a pesar de eso, se repite con preocupante insistencia. El espectáculo de un grupo de amigachos dándose un banquete, mientras saludan a la gente a lo largo del recorrido, tiene un atractivo más bien dudoso, rompe todos los preceptos de rigor histórico que inspiran nuestras centenarias Fiestas de Moros y Cristianos y está más cerca de las cenas medievales del castillo de Alfaz del Pi (¡un niño gratis!) que de la recreación de la legendaria batalla contra Al Azraq. Nota importante: los únicos que salen comiendo son los cristianos; nunca se ha visto una carroza de moros merendando por la tarde, aunque tienen todo el derecho del mundo a tomarse un té moruno con pastas. ¡Qué también son personas!

2-La coral inaudible
He aquí un asunto realmente espinoso. El uso de corales en el acompañamiento musical de las Entradas es el tema central de un intenso debate festero. Dado que el desfile carece de megafonía, en la mayor parte de los casos las interpretaciones de estos grupos de cantantes son inaudibles para amplios sectores del público: o bien se ven tapadas por la música de una banda cercana o simplemente el sonido no llega hasta los balcones más altos. Uno ve a varios centenares de personas abriendo la boca, pero no acaba de saber si están cantando el Carmina Burana, una emocionante canción guerrera o una alegre rumba de Peret. Habría que encontrar una solución para evitar este esfuerzo tan bienintencionado como inútil. Los coros deben desfilar con su propio equipo de sonido y en caso de no disponer de él, deberían conformarse con dar un concierto en el Calderón.

3-Compañeros del metal
Pensados para llenar huecos en los boatos de gran longitud, estos grupos de percusión han empezado a convertirse en una pesadilla. Se trata formaciones integradas por una veintena de personas, que utilizan toda clase de artilugios metálicos para armar ruido. Campanas de todos los tipos y de todas las condiciones, yunques, triangulitos, gongs y cacharritos variados se mezclan en estas orquestas especializadas en martilleos agudos y exasperantes. Aunque su misión es crear ambiente guerrero y medieval, la verdad es que suenan como un taller de chapa y pintura en hora punta. Sólo les falta llevar colgado en algún sitio un calendario de una chica en bikini e ir vestidos con un mono azul de “manyà” lleno de manchas de grasa.

4-El timbalero loco
Durante años fueron una pesadilla, pero últimamente la epidemia ha empezado a remitir. El timbalero loco es un chaval joven, que ha confundido la velocidad con el tocino. Su intervención en la Entrada está a mitad de camino entre la música festera y la danza contemporánea. Acompaña sus interpretaciones con saltos, gestos orgásmicos, desplantes, carreritas y juegos malabares con las baquetas. En sus buenos tiempos, estos tipos eran capaces de eclipsar a una escuadra, lo que provocaba el comprensible cabreo de los festeros. Estos artistas de la percusión han encontrado su inspiración en los histriónicos baterías de las bandas de heavy metal y han decidido trasladar a los Moros y Cristianos el ambiente de desenfreno que reina en los grandes festivales de rock. En sus días de gloria recogían grandes aplausos del público, pero al final han tenido que regresar a la normalidad después de que el director de la banda les dijera “el que quiera hacer numeritos, que se apunte al Circo del Sol”.

5-El puteador de fotógrafos
Personaje cruel y avinagrado. En su retorcida mente ha llegado a la conclusión de que la mejor manera de conseguir una Entrada brillante y fluida es perseguir a los fotógrafos y utilizar todo tipo de malas mañas y de chulerías para dificultar la labor de estos profesionales. Forman parte de este infausto club algunos directivos del Casal, de las filaes y una lista innumerable de voluntarios que se apuntan entusiasmados a esta cruzada contra las cámaras. Ni se les ha ocurrido pensar que las víctimas de su odio están trabajando y que sus fotos y sus vídeos son un instrumento básico para la promoción de la Fiesta. El puteador de fotógrafos tiene un master en mala educación, un doctorado en empujones y es un maestro pegar broncas a gritos ante los ojos escandalizados de los espectadores. Sus demostraciones de poder acaban dejando en un segundo plano a cabos de escuadra maravillosos y a boatos increíbles. Su erradicación debería figurar en el número uno de la lista de prioridades de la Asociación de San Jorge.

6-El autobús de los caballeros
Los caballeros que acompañan a los cargos festeros son, sin ningún género de dudas, uno de los grandes atractivos de la coreografía de las Entradas. Llevan trajes muy elaborados y forman un conjunto impresionante. Si se tienen en cuenta todas estas circunstancias, resulta incomprensible la tendencia actual a meter a todos los caballeros juntos, bien apretaditos, en una estrecha carroza de plataforma. En algunos momentos la apretura es tan grande, que parecen un grupo de guerreros medievales yendo a la batalla en el autobús de la Línea 2 cargado de pasajeros. ¡Los caballeros han de lucir y para que luzcan ha de haber entre ellos una distancia prudencial!. Ya sea a pie, a caballo o en camello, los caballeros del capitán o del alférez han de ir separados. Es importante que entre ellos corra el aire; ya que si no, hay que esperarse a la procesión de la mañana del día de San Jorge para poder verlos bien.

7. Los repartidores de cosas
No hay ningún tipo de constancia histórica sobre si en los desfiles triunfales de Jaime I y Al-Azraq, al ocupar la plaza de Alcoy, uno por la mañana y otro por la tarde, incluyeron en su séquito jóvenes que repartían cosas a los espectadores. De hecho tampoco hay constancia de la existencia de desfiles ni de los espectadores. Por tanto ¿qué pintan en la Entrada esa muchachada que regala, fomentando el consumismo entre el público, todo tipo de objetos: folletos explicativos del boato, ramilletes, hierbas aromáticas y, en alguna ocasión, hasta embutidos del terreno? Por cierto ¿se ha preguntado alguien si tienen el carnet de manipuladores de alimentos? Y puestos a repartir: ¿por qué en lugar de tomillo o chorizo picante no reparten impermeables, abanicos, chambis (dependiendo de la climatología) o cojines de plumas para que el respetable soporte con comodidad las más de 12 horas de entradas?

8. El cartón piedra
¿Se imaginan a un francés de vacaciones llevándose en la parte de atrás de la auto caravana una reproducción en cartón piedra de la torre Eiffel o del Arco del Triunfo? ¿Por qué, pues, los émulos de Jaime I y Al-Azraq deleitan cada año a los espectadores de las Entradas con reproducciones (rollo decorado poblado del oeste) del castillo de la Mota, del patio de los leones o del minarete de la mezquita de Samarra? ¿Qué clase de morriña padecen los cargos? Este tipo de elementos decorativos supone un serio peligro para sus porteadores; ya que existe el riesgo de que repentinamente se levante una traicionera racha de viento, eso que los locales llaman “airuset”, y acaben ellos y la reproducción de cartón piedra del pórtico de la Gloria en el poblado ibero de El Puig.

9. El Arca de Noé
Vale que Jehová de los ejércitos conminó a Noé a que preservara a dos de cada especie para garantizar la vida después del diluvio. Y vale que en Alcoy decir entrada es decir lluvia. Pero ¿significa eso, necesariamente, que el caudillo de la cruz, o el de la media luna, hayan de devenir en émulos de Noé incluyendo en su séquito rebaños de cabras, ovejas, patos, gallinas, etc.? ¿Qué piensan de eso veganos y animalistas? ¿A qué viene tanto animal doméstico en la entrada? ¿Por qué exponer al público a un brote de gripe aviar o fiebre porcina? ¿Piensan que, el tapiz de cagarrutas que los bichos dejan a su paso, contribuye a esa explosión de colores y aromas – o a esas brisas de Mariola – de las que hablan las crónicas? Reflexionemos sobre ello.

10. El lector árabe
Una de las cosas más chocantes de la entrada mora es ese árabe que precede a la carroza del capitán y que lee con gesto de interés y concentración alguna de las suras del Corán. Presuntamente. Presuntamente, porque con la información visual que tiene el espectador igual podría estar leyendo el libro sagrado de los musulmanes, el código civil de Kazajistán, que un primer borrador del guión de ‘El señor Ibrahim y las flores del Corán’. Y lo peor no es eso. Lo más lamentable es cuando bajo la barba y el gorro de mullah un descubre al carnicero del barrio que tiene tanto dominio de la lengua como un candidato de VOX y que si intentara pronunciar الله أكبر, Allāhu akbar tendría altas posibilidades de morir por asfixia al aspirar las haches.

11. El tocado o hundido
Uno de los elementos que más perturba a los espectadores en la entrada son los cascos de los integrantes de las formaciones especiales. No sólo porque una vez agotados los animales mamíferos más o menos conocidos, con la excepción de la ballena y el ornitorrinco, y dejando, momentáneamente de lado, peces, insectos y mustélidos los diseñadores se han lanzado a una vorágine creativa que lleva preguntarse al público: ¿de què collons d’espècie serà el crani eixe que Luis Roberto porta al cap? Sino también por los birlos que coronan los tocados asimilables en altura a una antena de telefonía móvil de Movistar. De hecho ya se celebran competiciones (porras) entre los miembros de la “filà mirons” para determinar si a un determinado escuadrero se le enganchará primero el pitorro del casco en la enramada o si se hundirá sobre sí mismo vencido por el peso del tocado que más que un casco parece una “foguera” o una falla.

12. Los del walkie talkie
Parece mentira que en pleno siglo XXI, cuando el Windows Vista ya es leyenda, cuando existen cámaras del tamaño de un alfiler y cuando uno puede sacarse, en Murcia, un título oficial de Piloto Profesional de Drones con el visto bueno de Aviación Civil, que unos entusiastas festeros con chapa tengan que ir calle San Nicolás arriba calle San Nicolás abajo pegados a un walkie talkie interrumpiendo con su volumen, tendente a la perfección esférica, el normal transcurrir de las Entradas, además la visión de los espectadores, como si se tratara de marines que preparan un asalto al Vietkong o cual capitán Harrelson conminando a T.J. a subir al tejado. ¿A qué espera la Asociación para incluir más tecnología y menos flato organizativo en las entradas?

13. Los arietes tipo misil Tomahawk
Un día vamos a tener un disgusto con esas recreaciones de armas medievales a tamaño real e incluso talla XXL. Porque ¿dónde se ha visto un ariete que empiece en la plaza Ramón y Cajal y termine en el Cantó del Pinyó? ¿Las puertas de qué castillo se supone que va a derribar? ¿El de King Kong? ¿Y dónde deberían situarse los asaltantes? ¿A 5 kilómetros de la puerta del castillo para que el ariete se mueva arriba y abajo con soltura? Y no sólo eso. Visto desde el cielo un palo de esas características acabado en punta se parece como un huevo a otro huevo a un misil de crucero, subsónico, de largo alcance Tomahawk. Y que, para que lo sepáis, hay en el cielo más de 3.500 satélites artificiales en pleno funcionamiento. Algunos de ellos espías. Así que dicho queda. Un día de estos vamos a tener un disgusto. Luego no digan que no avisamos.

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