Esta interminable cuarentena está sacando a relucir lo peor y lo mejor del ser humano. Pasarse unos meses encerrado con alguien en el reducido perímetro de una casa es un reto difícil de afrontar. Ahí va una lista de individuos peligrosos. No es una sucesión de retratos cerrados. En algún momento de este largo arresto, todos habremos caído en alguno de estos perfiles psicopáticos. El que es esté libre de pecado…
1-El guay
Es un tipo insufrible aquejado de una sobredosis de buenismo y de libros de Paulo Coelho. Estamos ante uno de esos personajes que vomitan arco iris y que tienen la habitación petada de cuadros de hadas y de unicornios. Se empeña en encontrarle el lado positivo a una pandemia letal, que tiene los hospitales llenos de enfermos y a la gente encarcelada en sus casas desde hace más de un mes. Este ser angelical afirma que el confinamiento es una magnífica oportunidad para que la gente se conozca a sí misma, para que las parejas busquen el verdadero amor y para que se creen amistades entre los vecinos a la hora de los aplausos. Está montando varias cenas con el vecindario para cuando acabe la cuarentena.
2-El agonías
Desde que en los periódicos aparecieron las primeras noticias sobre el coronavirus en China, este pesimista patológico está absolutamente convencido de que vamos a morir todos. Se pasa las 24 horas del día aterrorizado y cuando sale a la calle a comprar comida, va corriendo como si lo persiguiera la Guardia Civil. En sus escasas expediciones al exterior lleva una máscara de sulfatar, unas gafas de soldador y tres capas de guantes. Hace más de un mes que ni abraza ni besa a su cónyuge por miedo al contagio y se toma la temperatura con el termómetro cada vez que estornuda. El agonías vive en un estado de miedo permanente y genera a su alrededor una atmósfera opresiva de mal rollo y de paranoia.
3-El hijo de la Madre Tierra
Está absolutamente convencido de que la pandemia es un castigo de la Madre Tierra a la Humanidad. Considera que no saldremos de este desastre hasta que las fábricas y los coches dejen de contaminar el aire y la gente deje de comer platos de callos y chuletas de cordero. Se les reconoce por su tendencia a utilizar citas de jefes indios inventados, que hablan sobre la venganza del Gran Manitú o sobre la desaparición de los bisontes en las grandes praderas. Para ellos, el futuro postcoronavirus es una nueva edad dorada, que llenará el mundo de acelgas, ensaladas de quinoa y de tipos vestidos como hippis de una película setentera de José Luis López Vázquez.
4-El hiperactivo
Vivir en un piso de 60 metros cuadrados con uno de estos ejemplares humanos es todo un reto a la paciencia y a la bonhomía. Enfrentados ante el siniestro panorama del confinamiento, los hiperactivos no paran de hacer cosas. Ellos han acabado con las reservas de levadura y harina de los supermercados para meterse en una espiral delirante de repostería. Hacen tablas de gimnasia, corren maratones por el pasillo, limpian la casa tres o cuatro veces al día, empiezan un cursillo de chino por internet, organizan grupos de watsapp para pasarse vídeos graciosos y revientan las redes sociales contando todo lo que hacen a lo largo del día y lo activos y lo apañados que son. Son fáciles de reconocer, porque tienen los balcones llenos de dibujitos de arco iris y de pancartas reivindicativas. Se apuntan a todos los aplausos y caceroladas que se organizan.
5-El cabreado
Este personaje avinagrado ha decidido que la mejor reacción contra la incertidumbre y el miedo es sumergirse en un estado de cabreo permanente. A lo largo de un mes de encierro ha desarrollado una gran habilidad para el insulto: lanza improperios desde el balcón a los paseantes, llena las redes sociales con auténticos océanos de mala leche y castiga a su familia con continuas quejas. Hay cabreados de derechas que quieren guillotinar al Gobierno y los hay de izquierdas, que le echan al PP las culpas de todo este desastre. Empujados por un furor incontrolable, se apuntan a todas las cruzadas: desde pedir la suspensión del programa de Ana Rosa Quintana a montar comandos para perseguir madrileños en Bellreguard.
6-El exquisito
Después de un mes largo encerrado en casa, este sujeto ha sido capaz de montar lo que podríamos calificar como la versión dotora del confinamiento. Su gran obsesión es la canción “Resistiré” del Dúo Dinámico, ya que la considera que una horterada mainstream sin nombre, que ofende a su refinada sensibilidad musical. Su lista de lecturas, de músicas y de comidas (publicitada intensamente en redes sociales) parece sacada de un catálogo hípster y de ella se desprende un mensaje fundamental: ¡mirad qué listo e intelectual que soy y mirad que burros qué sois vosotros!.
7.El cochino
Este guarro ha llegado a la conclusión de que las duchas y el jabón destruyen las defensas del organismo ante el coronavirus. Desde el pasado mes de marzo, aplica a rajatabla esta teoría y ha decidido excluir la higiene personal de su programa de actividades diarias. Ataviado con un pijama viejo con el escudo del Alcoyano y abrigado con un batín andrajoso pasa sus días de confinamiento envuelto en una fétida nube de olores corporales. Su familia lo ha dado por imposible y mantiene con él una prudente distancia de seguridad no menor a los tres metros. Intentaron sin éxito bañarlo el Domingo de Ramos y le preparan una emboscada para el Día de San Jorge, que al fin y al cabo es el patrón de Alcoy.
8-El enterao
Es el mismo tipo que hace dos meses aseguraba que lo del coronavirus era una exageración del Gobierno para asustarnos y tenernos a todos en un puño. El enterao es un personaje que puede cambiar radicalmente de opinión en menos de una hora y que confía en la amnesia de la gente para exhibir su inacabable sabiduría. Ahora defiende que la pandemia es peor que la peste bubónica de la Edad Media y asegura que sabe, de buena tinta, que el virus fue creado en un laboratorio chino para arrasar al mundo occidental. Cualquier cosa antes que quedarse callado y de dejar de dar la murga.
9-El gastrónomo
Ha decidido sublimar en la comida todas las las desgracias de la pandemia. Pasa los días entre fogones haciendo experimentos, en un paroxismo gourmet que tiene a su familia sumida en un caos estomacal. Cumple con todas las tradiciones culinarias: para San José hizo buñuelos; en Semana Santa, torrijas; horneó una docena de monas para Pascua y el día 21 de abril obligó a todos su allegados a cenar un inmenso platazo de olleta. Su furor cocinillas es directamente proporcional al aumento de peso de todo el núcleo familiar con el que comparte domicilio. En el bloque ya empiezan a ser conocidos con el siniestro apelativo de “los gordos del cuarto”.
10-La cosa
Estamos ante una persona que se ha rendido con armas y bagajes a la presión psicológica del confinamiento. Tras una semana de resistencia voluntariosa, admitió la derrota y desde entonces, su vida es un viaje de ida y vuelta desde la cama al tresillo, con algunas breves paradas en la mesa a la hora de comer y en el wáter a la hora de cagar. Sus jornadas discurren entre la tele, internet y las largas siestas. Se empieza a convertir en una masa informe y degradada carente de voluntad. En las últimas semanas apenas habla y se comunica con sus compañeros de fatigas con un extraño idioma compuesto de gruñidos y de monosílabos. En algunos momentos del día resulta difícil distinguir dónde empieza al sofá y dónde empieza nuestro personaje. Necesitará un buen número de sesiones de terapia para reintegrarse a la vida civil.