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Sabor de barrio
Un recorrido por una ciudad de contrastes con fotografías de Paco Grau
Javier LLopis / Pep Jordà - 22/06/2015
Sabor de barrio

Tipografía La Moderna se da un paseo por los barrios alcoyanos. Fotografías de Paco Grau y textos de Pep Jordá y Javier Llopis nos sirven para hacer un recorrido por una ciudad de contrastes. Urbanismo, leyendas apócrifas y viejas historias de nostalgia. Todo vale a la hora de tomarle el pulso a un entorno urbano lleno de variedad y de sorpresas.

Zona Nord, la última frontera
Como cualquier persona puede adivinar, sin necesidad de tener la imaginación de Dolores de Cospedal, la Zona Nord recibe este nombre por estar situada al norte de la ciudad. Pero aunque ésta sea la denominación oficial no es la habitual. Tanto para los nativos como para la mayoría de alcoyanos la Zona Nord -de toda la vida- es el Bronx, ya que es el barrio de Alcoi que mayor diversidad de etnias, culturas y variantes idiomáticas alberga. Aunque durante los años 70 del siglo pasado también se la conoció como el Liang-Shang-Po, debido a la serie emitida por TVE y por ser la última frontera que separaba Alcoi de la indómita Cocentaina.

Hasta mediados de los setenta la Zona Nord no fue más que una sucesión de descampados donde se celebraba la liga local de batallas a pedradas entre la chiquillería de Caramanchel, Sagrada Familia, San Mauro, San Eloy, Tarrasa y Juan XXIII. Liga que, además de poner a prueba la resistencia craneal (que no la capacidad) de los contendientes, fomentó la camaradería entre los distintos barrios fundacionales.  Aparte de esta bizarra competición, del  aire puro y de un ambiente despejado el resto de sus atractivos se resumían en: las ideas y vueltas del tren Chicharra por lo que actualmente es la Avenida de la Hispanidad y los periódicos atropellamientos de vecinos y visitantes, la mayoría de veces sin consecuencias.

Con la llegada del socialismo al Ayuntamiento, la Zona Nord, con un movimiento vecinal muy  activo, fue ganando peso específico, dotándose de infraestructuras (hospital, mercado, escuela de idiomas, estación de autobuses, centros escolares, etc.) ampliando su oferta comercial, creando parques, zonas verdes y abundantes espacios de ocio que, con el tiempo, la han convertido en uno de los espacios más habitables, habitados y atractivos de la ciudad.

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Zona Alta, allá arriba
No se estrujaron demasiado el cerebro para ponerle el nombre. Como este conjunto heterogéneo de calles y de gentes estaba situado en el punto más alto de la ciudad, alguien decidió llamarlo Zona Alta y se quedó tan ancho. Haciendo honor a su nombre, hay que dejar muy claro que cualquier visita a esta parte del casco urbano supone un asfixiante ascenso por un Vía Crucis de cuestas empinadas más parecido al Tourmalet que al trazado de una ciudad moderna y civilizada.

La frontera la marca El Camí y a partir de ahí, hay de todo: ruinas abandonadas, edificios flamantes habitados por legiones de novensans con bebés y viejas casas en las que la Siño María reina como un monarca absoluto del cotarro vecinal. La Zona Alta tiene un hijo castizo, el barrio de Corea, un laberinto de casitas de una planta que se asoma peligrosamente al precipicio de la Beniata. Su otro retoño es un hippy comprometido, el Partidor, triángulo de resonancias festeras habitado por tipos duros y correosos, que llevan décadas enfrentándose al proceso de destrucción del casco histórico alcoyano en el que parecen empeñados todos los ayuntamientos que en el mundo han sido.

Como no podía ser de otra forma, la Zona Alta tiene un parque altísimo, Cantagallet, una asilvestrada área de jardines, que se eleva hasta el cielo a través de un sistema de escaleras llenas de latas vacías de Coca Cola, de bolsas sucias de Fritos y de condones usados. Dicen los vecinos más entusiastas, que desde la cumbre de este parque se puede ver la isla de Ibiza en los días más claros de la primavera, pero este extremo ha sido rotundamente desmentidos por los expertos del Ayuntamiento.

El barrio tiene también sus propios misterios. La gente lleva décadas preguntándose sobre la capacidad de deglución de latas de cerveza de los tíos que están eternamente apalancados ante la puerta de los recreativos, sobre las causas del vientecillo ártico que sopla siempre en la calle de la Sardina y sobre la verdadera identidad de la protagonista de decenas de pintadas en las que se puede leer la frase “Jenny puta”.

 

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Font Dolça, terra incognita
Originalmente esta pequeña concentración urbana situada en la línea (o en este caso el puente) que marca el fin del término municipal de Alcoy estaba formada por una pequeña masía que hacía las veces de puesto aduanero junto a la que había una fuente de agua dulce que manaba abundante, rodeada de olivos, de árboles frutales y de un despejado horizonte con vistas a la sierra Aitana. Para contrarrestar este idílico paisaje a escasos metros se encontraba una pocilga donde se criaban cerdos domésticos, denominada la ‘Porquera dels Xorros’, que mucho después de su desaparición siguió dando nombre al lugar.

Durante muchos años este barrio fue una especie de ‘terra incógnita’ para el resto de la población, situado en tierra de nadie. Los únicos servicios que ofrecía la zona eran los de las señoritas que, cada tarde, una furgoneta DKW traía desde Alicante para abastecer el local conocido como ‘Farra’, uno de los puticlubs pioneros de la ciudad. Años más tarde la oferta se amplió con una bodega, un nuevo puticlub  y con un vertedero de basuras. Vertedero sobre el que se asienta actualmente el polígono Cotes Baixes, una de las principales zonas industriales de la ciudad. Y, por favor, que nadie saque conclusiones precipitadas sobre este hecho.

Afortunadamente la Font Dolça ha conocido un importante cambio, y tal y como proclama el más visible de sus edificios, se ha convertido en la puerta norte de Alcoy desde la que se accede a la ciudad a través de una amplia y arbolada avenida repleta de elegantes bloques de viviendas en los que abundan comercios y servicios,  hipermercados, gasolineras, institutos, un McDonald y, prácticamente, todos los concesionarios de vehículos existentes.

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Algezares, bienvenidos a la nada
Dicen las malas lenguas, que los únicos vecinos estables de esta parte de la ciudad son los empleados del Museo Arqueológico Municipal y los directivos del Casal de Sant Jordi, gente valerosa que cada día atraviesa la nada urbanística para acudir a su cita con los plomos ibéricos o con el último follón sobre las escuadras mixtas.

Lo que le hemos hecho los alcoyanos a este barrio no tiene perdón de Dios. A lo largo de los últimos cuarenta años hemos derribado de todo: casas de la Revolución Industrial, edificios medievales, restos de muralla y callejas encantadoras en las que nacieron, crecieron y murieron nuestros antepasados. Pasear por la zona es como pasear por la zona comercial de Dresde después de un bombardeo aliado. Miles de plazas de aparcamiento saludan a este paisaje de destrucción, en el que algunos heroicos supervivientes del lumpen tocan rumbas sentados en un portal o pasean sus dobermans entre solares llenos de matorrales y de basura.

En su infinita sabiduría, los ayuntamientos han construido un palacio de justicia en medio de la Zona Cero, lo que nos asegura para el futuro un tráfico animado de delincuentes esposados escoltados por la Guardia Civil y de papás acojonados que acuden al juzgado a apuntar en el Registro Civil a su hijo recién nacido.

La soledad de este entorno urbano ha dado lugar a todo tipo de leyendas. Aseguran algunos vecinos, que en las noches de luna llena se reúnen en la Placeta del Carbó grupos de borrachuzos cincuentones, que aúllan de nostalgia ante lo que fueron las puertas de la Tasca Vasca. Dicen los parapsicólogos que en determinadas ocasiones se puede captar las psicofonías de viejas verbenas olvidadas en la Plaça de la Mare de Déu y que en medio de la noche oscura y desolada se puede adivinar el solo de trompeta de algún pasodoble.

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Batoi, la puerta de los Himalayas
Está situado junto a la CV-794, la carretera que une Alcoy con Banyeres de Mariola, o viceversa. Originariamente fue una pequeña aldea escasamente habitada hasta que en 1957 experimentó una fuerte oleada inmigratoria con dos notables consecuencias: la primera, que conoció un importante aumento de población. La segunda el surgimiento de una coplilla popular (‘mi padre es de Espejo / mi madre de Alcoy / yo soy aquel niño / que nació en Batoi’) que quedará asociada al núcleo urbano, seguramente, hasta el fin de los tiempos.

En los años setenta Batoi, que ya contaba con una experiencia lúdico-festiva previa, al ser el único barrio de extrarradio que había albergado una filà (Aragoneses), aprovechó esta circunstancia y su lejanía del casco urbano para promocionarse como uno de los centros de ocio de la ciudad, convirtiendo algunos de sus establecimientos hosteleros, como el Bar Hermanos Paya o La Morera, en parada obligatoria. A partir de los noventa, todo esto se perdió como lágrimas en la lluvia por la decadencia de la movida, el inexorable avance del barrio de Santa Rosa, a través de Oliver y Pintor Laporta, la construcción de un parque de dimensiones similares a las de la selva de Papúa Nueva Guinea y, finalmente,  la inauguración de un puente que rompió el histórico aislamiento de siglos. Y que, probablemente, a día de hoy sea uno de los menos transitados de toda la Europa occidental (y tal vez de la oriental).

Gracias a su carácter obrero y a la diversidad de orígenes de sus habitantes hoy Batoi es, desde el punto de vista arquitectónico, uno de los barrios más interesantes de la ciudad. Tanto por el eclecticismo de estilos como por la variedad funcional de los mismos. Además su situación privilegiada como puerta de la Vía Verde (también conocida como ‘Ruta del colesterol’ o ‘Senda de los elefantes’) le auguran un gran futuro como punto de avituallamiento para los usuarios de esta infraestructura, ya sean runners, bickers, walkers, hikers, dog walkers, skaters o abuelas que van a dar un paseo después de bajar a tirar la basura. El  mercado dominical ya ha dado el primer paso. ¿Para cuándo un Decathlon?

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Centro, de cuerpo presente
El centro de Alcoy es el escenario de una de las psicopatías más extrañas de esta ciudad. A lo largo de los años, los alcoyanos hemos mostrado una preocupante habilidad como asesinos de calles y de plazas. Es un fenómeno digno de estudio, que nos distingue de otras poblaciones semejantes, que cuidan con cariño sus áreas históricas y que intentan potenciarlas a través de todo tipo de actuaciones públicas y privadas. Los habitantes de esta ciudad somos implacables y no hemos dudado ni un segundo en darle matarile a vías urbanas tan emblemáticas como San Nicolás o San Francisco.

La historia del centro es la historia de la lucha de un entorno urbano contra los instintos criminales de toda una comunidad. En estas condiciones, la supervivencia de este barrio es un verdadero milagro atribuible a unos cuantos resistentes vocacionales, que ya deberían tener un monumento en la plaza de España.

El centro nace y muere cada día: por la mañana es un esplendor de empleados de banca y de funcionarios municipales y por las tardes se convierte en un desierto sólo interrumpido por la charla de algún grupo de “mullaores” que acuden disciplinadas a su cita diaria con el espartero y el poleo menta.

El corazón de Alcoy acoge otro poltergeist inexplicable: los sucesivos proyectos municipales para recuperar la zona sólo sirven para empeorar la situación y para abrir nuevos espacios de ruina. Llevamos cincuenta años discutiendo sobre planes de rehabilitación urbanística, sin que nadie haya sido capaz de descubrir la clave. Sólo la milagrosa resurrección de la Plaça de Dins, impulsada por un grupo de heroicos hosteleros, ha roto esta dinámica de decadencia, mostrándonos a todos el camino a seguir. Ni que decir tiene, que nuestras autoridades no le han hecho ni puñetero caso a este exitoso ejemplo.

Los viejos palacios modernistas, las casas de clase media y las tiendas de toda la vida languidecen en medio de un paisaje desolador en el que sólo florecen los letreros de se vende. Eso es el centro.

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Santa Rosa, zona de contrastes  
El barrio de Santa Rosa recibe su nombre por una de sus principales arterias (la calle Santa Rosa) que a su vez probablemente lo heredó de Rosa de Lima la primera santa de América y excelsa patrona de Perú y Filipinas. O quizá de la villa californiana del mismo nombre fundada en el estado de Sonoma el 1868, sólo diez años antes que el Plan de Ensanche alcoyano de 1878 decidiera urbanizar los alrededores de la carretera de Xàtiva i la de Banyeres.

Desde sus inicios Santa Rosa ha sido un barrio de contrastes. En un principio de fábricas e instalaciones industriales que alternaban con huertas, bancales y otros espacios asilvestrados. Un pacífica convivencia que terminó en los años sesenta cuando la zona se convirtió en un Tetris donde los avezados constructores, por imposible que pareciera, siempre eran capaces de introducir un nuevo bloque de viviendas ya fuera en vertical, horizontal o diagonal. La crisis económica palió de alguna manera esta situación, ya que el cierre de industrias permitió que muchas fábricas pudieran ser reconvertidas en zonas de servicios, como el ambulatorio de ‘La Fábrica’, en fachadas de edificios  como ‘El Vulcano’, en centros deportivos como  ‘Olimpia’ o en zonas de ocio como la totalidad de edificios de la plaza Gonçal Cantó.

Hoy Santa Rosa, además de ser el segundo barrio más populoso de la ciudad y uno de los mejor dotados en cuestión de comercios y servicios, sigue siendo un lugar de contrastes donde conviven, por ejemplo el espectacular panorama desde el puente Fernando Reig, con la fea rotonda del Tío La Vara (probablemente la más inútil de todo el arco Mediterráneo). El aire puro de las montañas con el humo de apresto y acabado. Las casas dels Clots, con pinta de barrio católico de Belfast y olor a estrechez, y las mansiones de la Uxola, donde, como en la aldea de Astérix, el único temor de sus habitantes es que el cielo les caiga sobre sus cabezas.

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Ensanche, al otro lado del río
Este barrio es el hijo urbanístico del puente de San Jorge. La emblemática pasarela art decó se convirtió en la vía de escape para miles de alcoyanos, que decidieron abandonar las húmedas oscuridades del casco histórico y buscarse la vida al otro lado del río. El Ensanche tiene de todo: desde algunas de las vías urbanas más nobles de la ciudad a algunas de sus calles más feas e impersonales. Determinados sectores de la zona ofrecen un diseño anónimo y gris, que hace imposible que el usuario poco avezado sepa si está en la calle Perú o en la calle Pintor Cabrera. La falta de zonas verdes y de espacios comunes es una de las lacras principales de esta parte de Alcoy, cuyos vecinos aprovechan cualquier rincón para abrir inesperados puntos de encuentro. El único parque público importante del barrio, la Rosaleda, fue drásticamente suprimido por el Ayuntamiento a mayor gloria del promotor Enrique Ortiz.

Estamos en un barrio con poco espíritu de barrio. Los vecinos del Ensanche carecen de identidad colectiva y sólo las sinergias generadas en torno a San Roque han sido capaces de crear algo de ambiente. Esta zona de Alcoy vivió uno de sus peores momentos con la desaparición del área del Barranquet de Soler: aquella piscina pública y aquel campo de fútbol, tristemente desaparecidos los dos, eran motivo de orgullo para un vecindario que mataba los aburridos agostos alcoyanos haciendo la bomba desde el trampolín.

El Ensanche es también el escenario del último prodigio urbanístico alcoyano: la conversión de la Alameda en la nueva milla de oro del comercio de la ciudad. Este espectacular fenómeno ha venido impulsado por la instalación en la zona de tiendas de las grandes franquicias nacionales, que han actuado como motor del cambio. Simultáneamente la calle Entenza recorría el camino contrario, entrando en una fase de degradación provocada por el paso de la Nacional 340 tras la apertura del puente Fernando Reig y de la Vaguada. Su recuperación es ahora la gran ilusión del barrio.

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Serelles, territorio comanche
Decía Pérez Reverte que para un reportero en guerra  territorio comanche es el lugar donde el instinto te dice que pares el coche y des media vuelta. El lugar donde los caminos están desiertos, o llenos de hierbas y las casas son ruinas donde siempre parece a punto de anochecer y caminas pegado a las paredes, hacia las voces que suenan a lo lejos mientras escuchas el ruido de tus pasos sobre los cristales rotos. Territorio comanche es donde los oyes crujir bajo tus botas y aunque no ves a nadie sabes que te están mirando. Donde no ves fantasmas, pero los fantasmas sí te ven a ti. Eso es exactamente lo que es Serelles. Un barrio que nunca fue. Una urbanización fantasma. Un montón de vigas y cascotes en proceso de destrucción. La tumba del delirio de un alcalde megalómano que decidió contra toda razón construir 7.000 viviendas cuando las previsiones del Instituto Valenciano de Estadística eran que, hacia finales de este año, el crecimiento neto de Alcoi sería de 46 habitantes.

De haberlo conseguido Serelles podría ser como el nuevo Gormaig (esa punta de lanza de la alcoyania situada en el corazón de Cocentaina) una bonita urbanización soleada (soleada a la manera de Terra Mítica) situada en las laderas de una feraz montaña que previamente habría de ser quemada, arrasada o deforestada, con esplendidas vistas a la autovía, a las vías del tren o a un barranco. Un rimero  de calles privadas con nombres de árboles y flores que se fundirían como una sola cosa con el vecino polígono industrial. Un paraíso artificial situado en plena naturaleza que como casi todos los paraísos artificiales gozaría de todos los servicios inimaginables (entre pocos y ninguno)  y que cada día les recordaría a sus habitantes que las cosas de la Tierra bien poco existen y que la verdadera realidad sólo está en los sueños.

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Viaducto, con nombre de puente
Un barrio con nombre de puente. En su conquista por el espacio vital Alcoy atravesó otro barranco y creó un espacio urbano atípico, que se ha ido construyendo sobre la marcha. Alrededor de la mole arquitectónica de la antigua Escuela Industrial fueron naciendo casas, hasta crearse un espacio lleno de singularidades y de gente consciente de que vive al otro lado. Los edificios fueron subiendo por las laderas hasta llegar a las cercanías de la Font de la Salut, ofreciéndoles a sus ocupantes unas vistas maravillosas a cambio de un aislamiento casi rural. El viejo paseo, hoy presidido por la escultura de Ovidi Montllor, fue el eje del barrio, que tiene su zona oscura en el recinto ferial: ese terrible penal de los vehículos a motor al que van a parar los coches que se han portado mal.

La zona vivió su gran cataclismo durante la década de los setenta del siglo pasado, cuando el área del Tossal empezó a derrumbarse obligando a efectuar un masivo traslado de vecinos y de pequeños negocios. Tiene también su leyenda urbana: la del viejo surtidor del paseo, que fue entregado al Ayuntamiento de Alicante no se sabe exactamente a cambio de qué. Las historias flamencas de la Cuesta de las Flores completan el conjunto de un barrio que fue estudiantil y que ahora ha pasado el testigo a las fábricas de Ferrándiz y Carbonell.

La conexión con la Zona Norte fue siempre el sueño dorado de los vecinos del Viaducto. Durante unos años acariciaron la posibilidad del puente de Calatrava, que uniría los dos barrios a la altura del paseo. Finalmente, se han tenido que conformar con la miserable pasarela a ras de río, que les inauguró Alberto Fabra entre gritos e insultos. El sueño del Viaducto tuvo otro hito importante de frustración: la construcción de un ramal de la autovía para entrar al centro de Alcoy y al hospital utilizando esta zona habría supuesto un cambio radical de esta área urbana y habría roto de forma definitiva su tranquilo aislamiento.

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COMENTARIOS

  1. Manuel Solbes Arjona says:

    Minimalista encuentro con la realidad, Nada moralista. Respeto por nuestro estar y alegorías centrifugadas por la naturalidad. Su perspectiva insinúa unos ojos bien abiertos sobre la esencia de nuestro estoico sobrevivir en la ciudad que antes era republicana y ahora es retromoralista.

  2. Javi says:

    Enhorabuena.
    Me gustó El estilo, la descripción y el estilo.
    Gracias

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