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Mondo Alissia
Black Christmas
Maria Penalva - 02/12/2015
Black Christmas

Me encanta la Navidad.

Me encanta el olor a leña, las luces por la noche, las castañeras y hasta los villancicos. Excepto cuando siempre ponen él mismo una y otra vez. Eso me convierte en una asesina psicópata del quince. Pero sólo a partir de la veintena repetición.

Me gusta ir a comprar los regalos, aunque sean simbólicos, debido sobre todo a mi poco poder adquisitivo. Este año los Reyes traerán a mis sobrinas un Rummikub y una Pepa Pig, ji.

Es super chulo cuando entras en la tienda/supermercado/peluquería… y te encuentras la bandeja de dulces y la botellita de mistela. Cuando te atienden  amablemente y te preguntan qué vas a hacer en las fiestas: si vuelves al pueblo, si te toca cenar con la suegra o con la madre. Y a la vez, esas personitas/dependientes/dueños de negocios te cuentan lo que harán ellos, lo que esperan y lo que desean.

Es genial.

Es genial hasta lo de «nos queda la salud»

Peroooo, siempre hay alguien que la fastidia: cuando una cajera te atiende de mala gana o trata como si fuera tonto a un señor mayor sólo porque es lento para embolsar o sacar el cambio.

O cuando alguien que su oficio es atender  o dependientear  te mete prisas o te tira directamente a la calle a falta de un cuarto de hora para cerrar. Y tú mientras tanto sigues intentando ver las tallas con las luces apagadas (primer aviso subliminal de que sobras en el local). Y mientras, un cartel enorme con el horario en la puerta de la tienda te recuerda que te están tirando de un comercio quince minutos antes de la hora de cierre.

O cuando intentas ir a comprar a las 10.00 y está cerrado el comercio. A las 13.30 y está cerrado. A las 17.00 y está cerrado y a las 20.00 y sigue cerrado. ¿A quién venderá esta gente? ¿No se dan cuenta que si trabajas es difícil coincidir con una tienda que tiene el mismo horario que él de tu trabajo? Y que si no trabajas es difícil tener dinero para ir gastártelo en esa tienda.

¿O sólo venden a pensionistas y ricos?

O cuando vas a tomarte una caña,  y a pesar de estar el local vacío, el camarero consigue no verte, o peor todavía, cuando te sirven tres tapas, dos cañas  y te dicen que tienes cinco minutos para tomártelo porque van a cerrar. Y no habían avisado antes. Y encima te clavan. Y sin darte la nota. Más que nada para saber si la puñalada ha sido en el hígado o en el corazón.

A toda esa gente propietaria o trabajadora de un negocio de cara al público (desde los bares a las papelerías pasando por los supermercados) sólo os pido que cuando os quejéis de que el negocio va mal, os hagáis la siguiente pregunta:

¿tratáis con amabilidad y respeto a vuestros clientes?

¿los recibís con cordialidad y una sonrisa en la boca?

¿estáis seguros de haber acertado con el oficio? No es una condena, no sois la que Dais La Vuelta al Inmenso Reloj de Arena.

Yo sé que puede ser un cambio muy duro en la actitud de algunas personitas. Pero os propongo que aprovechando el ambiente navideño cambiéis.

No sólo repercutirá económicamente en vuestros negocios, también será bueno para el pobre cliente maltratado.

Y además no tendréis que excusaros por ser amables: estamos en Navidad 😉

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