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El rey del Glam y yo
...yo quería ser Bowie y tararear Heroes como contraseña de vida
Maria Penalva - 12/01/2016
El rey del Glam y yo

Es la segunda vez que comienzo este artículo, y probablemente lo comenzaré algunas veces más. Es difícil resumir lo que me provoca la muerte de Bowie. Todo el mundo, y lo digo de forma literal, está hablando de la vida de Bowie a causa de su muerte inesperada. Y yo quiero hacer lo mismo. Pero desde otra perspectiva. Quiero compartir con vosotros un trocito de mi vida.

En el 84, era una muchacha de 14 años, rara y sin definir. Recuerdo que llevaba una melena asimétrica estilo Mecano y lucía todos los colores del arco iris en mi vestimenta. Mother aún hacía de las suyas vistiéndome como una muñeca. No terminaba de encajar con las niñas bien, ni con los niños malos, ni los raros, ni con los empollones. Hasta que descubrí a Bowie.

Mi romance con el Duque comenzó en casa de una amiga que, gracias a los dioses del Glam, tenía un hermano mayor que hizo de Pigmalion musical con tres niñas a medio cocer. Con la miopía amable del tiempo, recuerdo una habitación pequeñísima, dónde nos encajábamos todas las tardes para escuchar música, ¡creo que tenía más de mil vinilos ordenados alfabéticamente!

En la adolescencia, una diferencia de cuatro años es una generación entera. Pedro, que así se llama nuestro Pigmalión, nos presentó a Ziggy, Iggy, Lou, a la Velvet, Parálisis, Derribos, Radio Futura, y al resto de colegas. Pronto se convirtieron en los nuestros.

En esa etapa vital dónde te formas como persona, por fin encajaba, y empezaron los cambios que aún siguen llevando a mi madre, eternamente clásica, a desesperarse. Entonces, tu forma de vestir te definía. No existía Zara, y más que incluirte en el grupo, nos queríamos diferenciar, de los pijos obviamente.

Buscábamos nuestra tribu y nos identificábamos con ella, compartíamos música, colores, ropa… Era difícil comprar la ropa, más que nada porque no la vendían, y acabábamos tuneándola nosotros. En esa época nació la customización, la ropa militar heredada y las botas que no eran de tu número. O te las bajaban de Inglaterra. Mis amadas Dr. Martins.

Al ritmo de Starman corté mis rizos, los tinté con henna roja y con ayuda del limón me hice una palmera tiesa igualita que la que llevaba Bowie en Dentro del Laberinto. Calcé mis primeros pitillos negros, mi correa de pinchos doble y una pulsera con diamantes. Yo también era glamourosa, yo también llevaba la raya pintada por dentro y por fuera. Demostrábamos que había Vida en Marte mientras caminábamos por el lado oscuro de la vida en compañía del Duque Blanco.

De esa época recuerdo que yo no quería ser la bella Jennifer Connolly, como el resto de mis amigas, yo quería ser David Bowie y tararear Heroes como contraseña de vida. Hay príncipes que con el tiempo se convierten en Duques y no dejas de bailar con ellos: Let’s Dance¡

No sólo fue música lo que me enseñó Bowie. A posteriori, me doy cuenta que mi generación fue una de las más libres que ha habido tanto a la hora de la creación, como con el sexo, o la música. Nuestros iconos eran libres, y nosotros también. Recogimos y heredamos lo mejor de los 60, convivimos con los 70, hicimos el ridículo con los 80, cantaautoreamos los 90 y salvando muy honrosas excepciones seguimos disfrutando con esos recuerdos tan activos. Hasta que se mueren.

Sinceramente, creo que lo que más me ha molestado de la muerte de Bowie, no ha sido en esencia su fallecimiento, sino la sensación de que una parte de mi ha muerto y que no voy a volver a bailar Modern Love con total despreocupación.

Y eso me toca profundamente las narices.

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