Una cosa que no hay que poner en duda es mi amor por la música. Desde niña me he criado escuchando como mis vecinas tocaban el piano. Es decir, aprendían: primero calentaban y luego ensayaban, además todos en mi familia, quién más y quién menos, tocan un instrumento.
Soy de esa clase de personas que se duermen escuchando una banda de música tocando una marcha mora. O era de esa clase de personas. Porque desde que vivo en esta casa he aprendido a esperar las vacaciones (días festivos) con pánico y casi terror, ya que en vacaciones mi vecino volvía a casa (estudiaba fuera) y se dedicaba a maltratar el violín, horas y horas sin importarle ni madrugones, ni siestas, ni festivos ni nada de nada. Mientras sus padres huían de casa y vivían felices a salvo de la tortura musical.
Esto ha pasado durante años, me he levantado en verano a la hora que el señorito ha querido (óigase esto con voz de Gracita Morales). Pared con pared, el niño decidía tocar a las 8:30 de la mañana, pues nos levantábamos todos a las 8:30. Que un día se quedaba durmiendo, pues dormíamos una hora más. Que salíamos y volvíamos a las ocho de la mañana, pues a las ocho y media en pie. Sin ir más lejos, la semana pasada aprovechando Ana Curra volvimos a las siete de la mañana, pues ahí estaba el vecinito matando el gato a las 10 de la mañana un domingo. Y mi santo y yo con cara de locos legañosos aguantando la vela.
La cosa ha ido en crescendo porque el ‘músico’ ha vuelto a casa de forma definitiva y ha suspendido el examen de violín. Con lo cual ahora escucho/escuchamos entre ocho y nueve horas diarias como mata el gato, de lunes a domingo, mañana y tarde-noche. Porque sí, porque él lo vale. Ya que ha suspendido con razón: el niño no toca bien excepto para su madre. Escala y escala durante horas sin conseguirlo. No acierta con ningún agudo. No he oído en años una pieza que sonara bien. Ni siquiera la canción más simple. Es un negado. Y me ha hecho que aborrezca el violín. Los agudos alcanzan los 60 decibelios y los repite durante horas sin conseguirlos. En una u otra habitación de forma aleatoria. Yo que trabajo desde casa me supone una tortura horrorosa, una desconcentración constante, ganas de vomitar y una compasión tremenda por el pobre violín/gato al que maltrata.
Aun así, como mi santo es muy santo y no sólo una pose, en pos de la buena vecindad, no nos hemos quejado. Simplemente hemos puesto velones y rezado a Santa Rita (la de los imposibles) para ver si aprueba (cosa que dudo) y nos deja en paz. Otro medio que hemos hecho ha sido forrar la pared del comedor de estanterías con mis tres mil libros para poder tener una estancia insonorizada (no ha funcionado) y poner una pared de pladur en el dormitorio para intentar dormir unas horas de más (ni con esas).
A esto, los que emiten el ruido, no han hecho nada por respetar las mínimas reglas de convivencia, más que huir fuera de su casa cada vez que el ‘artista’ toca.
En estos sinsabores decidimos habilitar el trastero para que yo pudiera trabajar arriba sin sufrir el violín, ya que como todos sabéis me ha sido imposible alquilar un localito para montar el estudio. En esas la madre del artista subió y le montó la de dios es cristo a mi santo, que, insisto, es muy santo:
’soyabogadaaverquiénmetesaquímetienesquepedirpermisoeigualenunfuturomemolestascontusruido
sestoeszonavecinaltevoyadenunciaralacomunidadtutrasteroesmíoquécoñoestashaciendometienesque
rendircuentasporquesoylareinarojadelacomunidad’
Esta vecina es la misma persona que piensa que parte de mi vivienda es suya porque es más grande y hubo un tiempo en que quiso que de forma gratuita mi santo se la diera!!! Es de esa clase de personas que en la comunidad da órdenes, pero no hace nada más que quejarse e incordiar. Una persona-lastre que muere de envidia mientras envejece. Y encima sin razón.
Porque, y ahí se equivoca mi rancia señora abogada, el trastero es mío y de uso privativo. E igual que ella no comunica sus reformas a la comunidad (hace dos semanas estuvieron dándole al martillo y al violín indistintamente, durante varios días y a la hora de la siesta) yo no tengo que explicarle a ella lo que hago en mi casa.
A qué viene esto os preguntaréis, pues más que nada es que te das cuenta que el viejo refrán de ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga que todos llevamos dentro es algo natural, pero el problema es que no somos todos iguales. Y los matones se aprovechan de ello. Qué las convivencias son difíciles y que ciertas personas ante la falta de respuesta a sus actitudes maleducadas y matonas piensan que tienen la razón. Y se convierten en Abusones de Pro (con título y todo)
Pero las cosas no funcionan así.
Y lo siento por todos los santos del mundo, incluido el marido de la madre del violinista, pero hay que quejarse y reivindicar lo que consideras tus derechos. Porque si no vendrán viej@s dictadores inventándose leyes para machacarte. Porque esa gente confunde educación con debilidad. Y que, últimamente, no sé muy bien qué es mejor si vivir en una república bananera o en una dictadura fascista porque en los dos lados están los abusones dispuestos a ejercer.
Y que esto vale tanto para convivencia de la comunidad de vecinos como para la convivencia de los pueblos en España. Y que cuando hay un abusón hay que plantarle cara de forma legal ya que la ley no está sólo a su servicio, pero primero hay que intentar dialogar. Porque si no se hace así, lo primero que pasa es que el abusón/abusona te pisa y lo segundo es que se te ocurren ideas de bombero como lo de buscar a la Gallipandi y ofrecerles el alquiler de mi piso por un módico precio, a los mil que son y a su gallo.
Y lo peor, es que cada vez me parece mejor idea.
A ver quién les toca el violín/cojones a estos.