Llevo una temporada escuchando, en boca de unos y de otros, la problemática actual del Arte. Todo empezó con el documental La Burbuja del Arte Contemporáneo de Ben Lewis que nos relata como el mundo del Arte logró (ha logrado) montar una burbuja similar a la inmobiliaria, es decir a la financiera.
Investigando los principios, datan el inicio de esta crisis con la subasta de Los Lirios de Van Gogh. Sotheby’s la sacó a la venta por 53,9 millones de dólares. Es muy probable que esta obra, a pesar de su valor demostrado, nunca se hubiera vendido a un precio tan alto. Previendo la no-venta, la casa de subasta hizo un préstamo de 27 millones de dólares al comprador, Alan Bond, para que pudiera adquirirla, muy por encima de su valor.
¿No os suena a los chanchullos inmobiliarios españoles?
Una vez vendida la obra al millonario, convertida la casa de subastas en prestamista y marcada la norma de que cualquier subastador puede poner el valor que quiera, independientemente de su valor real clásico, nos adentramos de lleno en La Burbuja del Arte, es decir a Alto Precio independientemente de su valor ¿estético, moral, histórico…?
La anécdota de Los Lirios no terminó bien, el millonario cervecero no pudo pagar a Sotheby’s y esta recuperó de nuevo la obra de Van Gogh y la volvió a poner a la venta.
¿No os suena al banco que embarga tu pisito? Ese mismo que te hace los préstamos, dos o tres, con un valor inflado de la vivienda, y que cuando tú no puedes pagar, se queda con el piso, el dinero pagado y a veces hasta con un compromiso de pago tuyo para el resto de tu vida. El colmo de los colmos.
Y os preguntaréis, ¿por qué pasa esto? Pues sobre todo, porque el Mercado del Arte no tiene ninguna ley que lo rija, sino que es un monopolio al estilo eléctrico o telefónico, e igual de camuflado/disimulado. Y su objetivo es que la Obra en la que han invertido tanto dinero, no lo pierda. Y no se devalúe. Así que suben las pujas, prestan dinero e incluso recompran las obras para que no pierdan valor. Y no sólo los galeristas o los coleccionistas, los mismos artistas entran en este juego.
Damian Hirst es uno de los artistas que lo tienen claro, un artista del marketing diría yo. Independientemente de que te guste su obra, lo que está claro es que ha convertido su arte en un negocio muy lucrativo.
De forma clásica se ha valorado el Arte teniendo en cuenta varios factores: vida, carrera, artista, importancia histórica, dimensiones y técnica, merito artístico y unicidad de los trabajos. Ahora ya no. Ahora el valor de una obra depende del precio que el galerista ha pagado por ella, y ni siquiera eso, porque muchas veces sólo cuenta el beneficio que el Galerista quiere sacar de la obra.
A gran escala, sinceramente, me importa un pepino. Pero a pequeña escala ves que se repiten patrones. No suelo ir a ver a nuevos autores, mea culpa. Mis visitas a exposiciones apuestan por valores seguros como los clásicos, amigos o conocidos, de los que me consta el valor de su obra, ya que no me gusta arriesgarme a que me tomen el pelo.
Y ya no hablo del documental de Ben Lewis, ni de las opiniones (algunas acertadas, otras totalmente dogmáticas) de Avelina Lésper. Hablo de la obra My Bed de Tracey Emin, contemporánea de Hirst, vendida por 4.3 millones de dólares y además finalista del ¿prestigioso? premio Turner.
¿Dónde va el arte si una cama con sábanas sucias, con condones usados y botellas de alcohol vacías recibe el más prestigioso premio de arte de un país? Y este país no pertenece a los emiratos árabes.
Miren la foto, recréense en la imagen de la artista y su obra….y analícenla por el orden de sus méritos económicos:
Primero ganó un prestigioso premio..,
segundo, la compró un galerista por 150.000 libras,
tercero, ese mismo galerista la ha vendido por 4.3 millones¡¡¡¡¡
Piensen sobre ello, y sobre el valor real de la obra. Investiguen la trayectoria de Tracey, el concepto de su obra, su unicidad, su valor estético, su valor histórico y permanente en el tiempo…
¿Creen, sinceramente, que están contemplando una gran obra de arte?