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Verguenza propia y ajena
La vergüenza que me preocupa es una que llevamos todos nosotros interiormente. Una que nos impide decir realidades de nuestra vida por considerarlas vergonzantes
Maria Penalva - 11/01/2017
Verguenza propia y ajena

Creo que ya he convertido en costumbre que en la primera columna de año nuevo hable de propósitos más intangibles que los que normalmente nos aplicamos. Que no digo que estén mal, sobre todo cuando son realistas y está en nuestras manos cambiar/mejorar o crear nuevos hábitos convenientes a nuestra salud tanto física como mental. Véase aprender inglés, ir a nadar, perder unos kilos o tomar lecciones de cocina hindú-pakistaní.

Este año me gustaría compartir con vosotros el propósito intangible que me he propuesto alcanzar a lo largo del 2017 y dicho sea de paso, él que le he pedido a los Reyes Magos. Tiene que ver con la vergüenza y tiene que ver con perderla un poco. Pero no me refiero a la clásica, a esa que en proporciones normales no interfiere en tu vida normal más que por unos arreboles a destiempo o un tartamudeo no deseado.

La vergüenza que me preocupa es una que llevamos, en general creo, todos nosotros interiormente. Una que nos impide decir realidades de nuestra vida por considerarlas vergonzantes. Hechos, acciones que deberían avergonzar a quién los hace, y no a quién los sufre.

Cuántas veces no os ha pasado que vuestro jefe ha incumplido vuestro contrato, os ha faltado al respeto u os ha insultado, y en vez denunciar nos hemos avergonzado. Y hemos aguantado, o hemos buscado otro trabajo sin abrir la boca.

Cuántas veces alguien cercano a vuestra vida en una posición de poder y escudado detrás de una sonrisa os ha machacado la moral con observaciones sobre vuestro comportamiento o hábitos de vida y nos hemos callado avergonzados para no entrar en disputa, o en conflicto.

Cuántas veces en un comercio/bar/tienda nos hemos sentido tratados con mala educación, o timados respecto al precio o nos han vendido algo en malas condiciones y encima nos han cobrado. Y no hemos dicho nada, por vergüenza.

Yo creo que se debe a una educación basada en evitar los conflictos, aunque tú seas el sufriente, una educación de estatus medio bajo diría yo. Porque las personas de categoría no sólo esperan que las traten bien y justamente, sino también incluso con deferencia.

Desde pequeña yo siempre he escuchado a mi madre frases del tipo ‘aguanta que es tu jefe’, ‘vas a coger fama de conflictiva y no encontrarás trabajo’, ‘no te enfrentes que es peor para ti, porque es tu profesor y lleva todas las de ganar’, ‘pues no vuelves a esa tienda y ya está’.

Todos los consejos consisten en estar callada, en no hacerse notar, en no protestar, y así avanzar por la vida, con la cabeza gacha y recibiendo de unos cuantos porque sí. Porque ellos lo valen.

Además esta actitud compartida genera que la gente de nuestro alrededor no quiera escuchar esta clase de historias, prefieren no ver, no escuchar, no oír. No implicarse. No meterse en problemas. Pasar por la vida indiferentes, más leves, mucho más egoístas.

Pues bien, mi propósito de este año, es volverme una persona un poco incómoda para las personas que incomodan. Y dejar de tener la vergüenza torera que nos impide quejarnos cuando nos tratan mal, nos estafan, no hablan con mala educación o nos faltan el respeto. Sea quien sea.

Es tan sencillo como el ‘quererse a uno mismo’ típico de cualquier manual de autoestima. Este amor hacia nosotros, hacia nuestra autoestima, pasa por devolver a los comercios las cosas que no están bien, quejarse del servicio de un camarero, decirle a una persona que te está faltando sea jefe, profesor, o amigo insoportable, ‘oye a mí no me hablas así’

Y si cojo fama de conflictiva, porque no callo y aguanto, qué le vamos a hacer.

Lo que es seguro es que voy a jugar mucho más feliz en un patio limpio de matones.

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