Leer un diccionario. De la A a la Z y con deleite. Eso he hecho, tomándome mi tiempo, con las más de mil páginas de Pompa y circunstancia, que se define en su subtítulo como un diccionario sentimental de la cultura inglesa. Y como algo extraordinario lo recomiendo, aunque es evidente que requiere del lector si no admiración, al menos una querencia o curiosidad notable hacia lo que supone lo inglés, entendido en el mejor sentido del término. El libro de Ignacio Peyró (Ediciones Fórcola, 2014) es casi una enciclopedia organizada alfabéticamente por términos, que hilvana erudición y amenidad a través de un castellano florido y formal en el que brilla un agudo sentido del humor, por supuesto muy británico. El diario ABC llegó a recomendarlo como lectura de verano y no llegaré yo a tanto, aunque reconozco que lo he dejado a la vista en mi biblioteca como una obra de consulta a la que da gusto volver.
Una de las cosas más sorprendentes de esta lectura es la juventud de su autor. Nacido en 1980, publica el libro con 34 años que me parecen pocos para tanto saber e incitan a indagar en su currículum. Licenciado en Románicas, traductor y periodista, ha escrito para muchos medios y liderado proyectos culturales digitales. Actualmente combina su trabajo en publicaciones con dos cargos de entidad: consejero de la agencia EFE y asesor de la dirección adjunta del Gabinete de la Presidencia del Gobierno. Sé que este último dato resultará inquietante para algunos, pero no seré yo quien critique a Jorge Moragas por escoger a un erudito para la fontanería de Moncloa. Aquello no será El ala oeste de la casa Blanca imaginada por Aaron Sorkin, pero después de leerle supongo que Ignacio Peyró debe de ser un competente escritor de argumentarios y discursos. La próxima vez que Mariano Rajoy cite a alguien pondré cara a la mano negra que se lo escribe.
El nombre del libro, Pompa y circunstancia, proviene de un verso de Shakespeare y es el de las cinco marchas orquestales de Edward Elgar estrenadas con el siglo XX y fijadas como banda sonora de la quintaesencia británica. Sí, usted también escucha esta música e imagina inmediatamente a la reina de Inglaterra en carroza frente al cambio de la guardia del palacio de Buckingham… Aunque puede que también le suene porque en Estados Unidos y sus películas las mismas notas acompañan a la ceremonia de graduación, quizás por su deseo de emular la pompa académica de los ancestros europeos. Aunque su compositor no ha pasado de ser una gloria local, hay que ver hasta qué punto se emocionan los ingleses con esta música. Ríanse ustedes del concierto de Año Nuevo en Viena viendo y escuchando a los hooligans de la música clásica cantar “Land of hope and glory”, los versos que se adaptaron a sus notas para la coronación de Eduardo VII. Los impacientes pueden ir directamente al segundo minuto del vídeo para encontrar el clímax sentimental.
La pasión del autor por Inglaterra como patria de la libertad impregna una obra que sin duda ayuda a entender tantas singularidades de la isla, de esa pérfida Albión que ha despertado tanta admiración como inquina y cuya gloria imperial empapa Londres como otra lluvia perenne. Pompa y circunstancia ayuda a entender por qué la pequeña distancia entre Dover y Calais, la que separa Inglaterra del continente, es tan enorme. Desfilan por el diccionario el gentleman, los sombreros de Ascot, Oxford y la season, lo victoriano, la sastrería de Saville Row y la elegancia británica, la pasión por la jardinería, el ceremonial o la caza, la tradición parlamentaria y el espíritu mercantil, la jerarquizada aristocracia y la tradición monárquica, la afición alcohólica y el sándwich de pepino… Y también una amplísima galería de personajes que conforman el corpus de la cultura inglesa. El autor, eso sí, se recrea poquísimo en los nombres contemporáneos. Ha preferido bucear en las esencias del pasado y ha dejado fuera a The Beatles y todos los que vinieron después, aunque le ha hecho un hueco a la emblemática Lady Di. Así que los que busquen historias de los 60 en adelante pocas van a encontrar. Pero sí muchas definiciones repletas de citas y humor, de las que extraigo una muestra con entrecomillados del libro para certificar mi entusiasta recomendación:
Clubes. Un invento inglés del siglo XVIII que se extendió por el mundo y es el origen, por ejemplo, del Círculo Industrial de Alcoy. Aunque no faltará quien encontrará alguna similitud con el espíritu de alguna filà. Se resume muy bien en esta anécdota apócrifa de la esposa que telefonea a la portería de un club:
«- Buenas noches, llamaba para saber si estaba mi marido en el club.
– No está, señora.
– ¿Cómo lo sabe? Si ni siquiera he dicho su nombre!
– Es que aquí nunca hay maridos.
En todo Londres llegó a haber cuatrocientos clubes; hoy no hay más de dos docenas, y no pocas cosas han cambiado en clubland; ya no se planchan los diarios ni se hierven las monedas del cambio; nadie puede, como lord Glasgow, arrojar a un camarero por la ventana y pedir que se lo apunten en la cuenta, y bastantes casas –algunos dicen que las menos fieles a su viejo ethos– admiten a mujeres en su membresía. Por supuesto no se toleran ni móviles ni tabletas –ni roncar a la hora de la siesta-, pero algún atractivo tendrán todavía cuando, para entrar en ciertos clubes, hay lista de espera de dos décadas.”
El autor relata cómo en estos paraísos de exclusividad, que se otorgan sus propias normas, hay requisitos y acceso restringido, mucho silencio pero también conversaciones impagables:
– ¿Han abierto el bar?
– Claro que sí, señor. Hace ya doscientos años.”
Cocina inglesa. En esta entrada basta con unas citas demoledoras: “Si está frío, es una sopa; si está caliente, es una cerveza… Ahora sé por qué los ingleses prefieren el té. Acabo de probar su café…. Al final, pienso que los ingleses en verdad odian la cocina; si no, no abusarían así de ella… Lo que llevó a los ingleses a colonizar tan amplia parte del mundo fue no más que la búsqueda de una comida decente.”
Eton. Algo más que una escuela, un símbolo y una fábrica de gentlemen y primeros ministros. “La muchachada de Eton ya no tiene que llevar –desde la Segunda Guerra Mundial- bastón y sombrero de copa… pero luce todavía chaqué con levita, chaleco y un juego de camisa propio que, según las jerarquías, se vestirá con pajarita blanca.”
Ginebra. Un invento holandés convertido en bebida nacional por los ingleses y en reina mundial del bar. A muchos de sus devotos fieles les costó literalmente la vida: “Destilaciones poco escrupulosas, algunas venenosas… en dos años, de 1749 a 1751 aquel estado de embriaguez colectiva que se llamó la Gin Craze mató a cerca de 10.000 londinenses… En cualquier momento dado, un cuarto de la población londinense estaba completamente borracha”. Costó muchos años reducir el abuso de la ginebra y controlar su calidad. Lo lograron sobre todo impulsando el consumo de la más nutritiva y menos alcohólica cerveza. Solo hay que visitar ciertas zonas de Benidorm para corroborarlo.
Golf. “Del golf suele decirse que es un juego parecido a la vida, pero sus apasionados saben que se trata de algo infinitamente más complejo… Véase que un campeón como Nicklaus sentenció que en ningún otro deporte uno es el mejor si gana una vez de cada cinco, y es posible que parte de su atractivo radique en que no hay mejor juego para ser mal jugador, porque así al menos uno queda en pie de igualdad con los demás… ¿en cuántos deportes puede ganar un señor gotoso de sesenta a un joven de veinte? Por supuesto, la pregunta tiene algo de trampa, porque si algo se sabe del golf es que es el único deporte al que todo el mundo pierde.”
Perros. “La Real Sociedad para la Protección de los Animales se fundó en Inglaterra en 1824; la Sociedad Nacional para la Protección de la Infancia se fundó exactamente sesenta años después… Al fin y al cabo, lo peor que se le puede reprochar a un inglés es que no respeta el fair play, que carece de sentido del humor y –abominación máxima- que no ama a los animales.”
Pubs. Sus orígenes se remontan al siglo XIV y hay 60.000 en Gran Bretaña: “para las clases trabajadoras el pub era una ‘institución’ con todo tipo de servicios, lectura, comida, música, baños, núcleo de sociabilidad y el mejor ‘refugio del clima y de la esposa’… A partir del siglo XVIII, los promotores de nuevas construcciones y nuevos barrios solían abrir, lo primero de todo, un pub –por eso hay tantos, todavía hoy, situados en las esquinas-, que servía para financiar la obra, para dar comida y albergue a los obreros y para, llegado el caso, vender con fruto la licencia”.
Ya ven que Ignacio Peyró no escatima datos ni fuentes para hacer un retrato de lo inglés cargado de admiración. Como cuando documenta que los caballeros ingleses murieron en superior número a los demás en el Titanic, empeñados en formar ordenadas colas para acceder a los botes salvavidas o cediendo su lugar a damas, niños y ancianos. Por supuesto la nostalgia impregna esta enciclopédica descripción de un mundo que, probablemente, también se ha hundido para siempre.
UN DISCO ENCICLOPÉDICO
Cuando le he pedido a Di Jei Pandereta una banda sonora para este artículo me ha remitido al disco de un grupo no inglés y poco clásico, pero que sí tiene mucho de enciclopédico. Su propuesta es escuchar 69 love songs, obra maestra de los norteamericanos The magnetic fields, editada en 1999. Un triple disco que nuestro disc-jockey ha condensado en una lista para quien quiera picotear sus temas antes de sumergirse en él. Una lista más amplia de lo habitual, que se alarga hasta el mágico número de 23 canciones: un tercio de la obra original en su orden correspondiente. Puedes pinchar aquí para escuchar la lista en Spotify.
El disco triple de The magnetic fields es uno de los favoritos de Di Jei Pandereta y no solo de él. Stephin Merritt, líder, compositor de todas las canciones, multiinstrumentista y alma mater de la banda creó en 69 love songs un álbum conceptual aclamado por la crítica. La revista Rolling Stone lo incluyó entre los 500 mejores discos de todos los tiempos, está en el libro 1.001 discos que debes escuchar antes de morir y en la lista de la revista española Rockdelux ocupó el lugar 27 entre los mejores 300 discos de los 30 años que van de 1984 a 2014.
Una obra de culto que su autor define no como un disco de amor, sino de canciones de amor, “algo muy diferente”. Una obra maestra de la música indie, del lo-fi, con una gran mezcla de estilos y de instrumentos unidos por la voz de barítono de Merrit y por unas letras irónicas en las que el amor se presenta desde múltiples puntos de vista. 2 horas y 52 minutos de emociones musicales intensas que suponen una gigantesca rareza.
Prefiero leer La vida del Doctor Samuel Johnson.
Gracias por descubrirnos libros como este 🙂