Ayer, una ciudad dolorida por la pandemia se permitió una pequeña tregua para la celebración constreñida de una hazaña nada habitual y rota, de nuevo, por las trágicas necrológicas matutinas. Y es que ayer el Alcoyano no sólo le hizo frente a un gigante sino que consiguió doblegarlo. Un Real Madrid que terminó jugando con la artillería pesada de Benzema, Hazard, Kroos, Isco o Lucas Vázquez y que terminó derrotado ante un Alcoyano con diez que demostró que la expresión “con más moral que el Alcoyano” no es solamente un refrán.
El Alcoyano ya había ganado antes de jugar el partido: por la obstinación de la prensa en tratarnos como paletos; porque se medían jugadores que cobran en un mes lo que los del Alcoyano en un día y se enfrentaban de igual a igual; porque no nos avergonzamos de estar donde estamos ni de jugar el fútbol que jugamos.
Una vez rota esa creencia tan extendida que tienen los grandes clubes en pensar que todo equipo menor se quiere parecer a ellos, el Alcoyano no sólo ganó el relato del partido, el Alcoyano además ganó en el campo con un equipo comprometido, aguerrido, ordenado y con mucha moral. No fue la tarde de un Real Madrid acostumbrado a ganar por aburrimiento, por acumulación de talento que, como suele ocurrir, cuando no se organiza ni se distribuye, causa frustración y desorden.
Ganó el equipo que apostó por lo correcto ante lo fácil. Zidane no quiso dar confianza a sus jóvenes como sí lo hizo el Alcoyano. El orgullo de ver a Antón, Solbes o Moltó en el campo fue directamente proporcional a la calidad de su juego y demuestra que la confianza, cuando es recíproca, hace que todo funcione mejor.
José Juan, al que se trata ahora de estrella, aunque él sea más de la tierra que del cielo, representa la victoria de lo mundano, de la persistencia, del buen hacer. José Juan es el jugador imprescindible que debe tener todo club. Es el que cuando un jugador de su equipo marca, se cruza el campo entero para celebrarlo junto a los compañeros y dar ánimos. José Juan es, en un mundo tan rápido e inequívoco, la paciencia y el compañerismo.
José Juan nos muestra el síntoma del nuevo Alcoyano: esfuerzo y humildad. Y eso no se compra ni se vende, ese fue su (nuestra) gran ventaja. Fue el mejor jugador del partido y fue vitoreado dentro y, sobre todo, fuera del campo con las redes sociales sacando humo y haciéndole la ola. Con cuarenta y dos castañas que cumplirá en apenas cuatro días fue el padre de todos durante ciento veinte minutos que nos contaron mucho más de lo que nos mostraban las imágenes: nos enseñó sobre dignidad, sobre capacidad de lucha y responsabilidad.
La sorpresa que un equipo de categorías gane a un equipo Champions en la Copa del Rey es cada vez menos sorpresa y demuestra que el fútbol no sólo es calidad, ni tan siquiera dinero: en el fútbol la confianza, el compañerismo y el esfuerzo son clave y dependen de la construcción colectiva de todo un equipo. Cuando se cree en algo común y digno, nos hacemos indestructibles. Y así imagino que entiende la vida José Juan, porque en este proceso de viralización tan acelerado, José Juan, una persona reservada y vergonzosa, pasa a ser un poco de todos.
No importaron los millones sobre el campo. En un mundo tan capitalizado y dirigido por el dinero, la victoria del Alcoyano fue la victoria de lo humilde, del fútbol pobre, del que se sufre, del fútbol que, en definitiva, no se puede comprar. Y ahí reside nuestra victoria.
La prensa otorga la victoria del Alcoyano al demérito del Real Madrid. Suele pasar que cuando uno se aloja en el privilegio constante, es difícil desprenderse de él, para lo bueno y para lo malo. El Real Madrid se debe a las victorias; el Alcoyano a algo mucho más subjetivo y hermoso: a la lucha, a la moral.
José Juan nos mostró lo mejor del viejo y del nuevo Alcoyano, fue nuestro Martin McFly trayendo lo aguerrido del fútbol viejo; lo metódico del nuevo. Sólo espero que esta viralización no se transforme en ciertos efectos despiadados muy comunes de las redes sociales: la caricaturización y la burla. Porque José Juan es mucho más: es el triunfo de lo humano contra lo divino. Y nos representa a una inmensidad a los que diariamente se nos prohíbe soñar en que David, algún día, puede ganar a Goliath.
Gracias Mauro Colomina. Brutal el articulo que has escrito.
Muchas Felicidades .