“Sharknado” recibió en el año 2013 el título de “la peor película del mundo”. Se trata de un film de serie Z, cuyo argumento se basa en una situación espeluznante: sobre una ciudad de la costa americana cae un gigantesco tornado, que además de provocar la destrucción general escupe tiburones antropófagos que se comen a la gente. Está considerada una obra de culto del cine catastrófico y la mejor prueba de ello es que lleva acumuladas seis secuelas. En vista del éxito de este “peliculón”, los programas informativos de las grandes televisiones generalistas nacionales han decidido aplicar sus técnicas narrativas y han inventado un nuevo género televisivo: el terror meteorológico.
Cada vez que sobre el territorio nacional se cierne una amenaza de gota fría, un temporal de fuertes lluvias o una ciclogénesis explosiva, las grandes cadenas de televisión se colocan en Modo Sharknado. A pesar de que están consideradas un servicio público, las teles dejan a un lado cualquier tentación de hacer información seria y rigurosa y dedican todos sus esfuerzos a una sola cosa: sembrar el pánico entre la población. Utilizando todos los trucos del cine de terror y de las películas de catástrofes de los años setenta, los informativos de las grandes cadenas lo dan todo y no paran hasta crear un ambiente de alarma total, que deja agarrotados por el miedo a millones de ciudadanos que todavía se creen a pies juntillas todo lo que sale en la televisión. La semana pasada los sufridos televidentes españoles pudieron disfrutar de una auténtica exhibición de este tipo de ¿periodismo?. Las caras consternadas de los locutores, las amenazas de apocalipsis repetidas hora tras hora, la repetición obsesiva de imágenes de inundaciones y los mapas truculentos con amenazantes rayos y centellas ocupaban de forma casi íntegra las programaciones. No hubo ni un momento de respiro.
Todo empezó el día en que un ejecutivo de la tele se dio cuenta de que la información meteorológica dispara las audiencias. El lógico interés de los ciudadanos por unas circunstancias atmosféricas que van a afectar a su vida cotidiana fue aprovechado inmediatamente por los grupos de comunicación, que decidieron llevar el asunto hasta sus últimas consecuencias. Conviene recordar que estamos hablando de lo que en periodismo se denomina “noticias de servicio público”; o sea, informaciones muy sensibles que deben tratarse con la máxima prudencia con el fin de no añadir más problemas a los que ya crean por sí mismos estos desastres naturales incontrolables. Pues, ni puñetero caso. La mayor parte de las televisiones nacionales han convertido la información meteorológica en una orgía audiovisual de amarillismo y exageraciones, en una exhibición vergonzosa de todo lo que no se debe hacer cuando un medio trata un tema delicado. La lucha por la audiencia es implacable y aquí no hay premio para los cautos ni para los pichafrías. El libro de estilo del terror meteorológico ordena convertir cada inclemencia atmosférica en una catástrofe en potencia y cualquier duda sobre este planteamiento es una vía segura hacia el fracaso.
Suenan en el desierto las voces cabreadas de los meteorólogos serios, que ven convertidos sus esfuerzos y sus años de estudios en un festival de variedades. Las instituciones públicas ven cómo se complica la gestión de las emergencias, ante la presión desmesurada de unas teles empeñadas en convertir cualquier incidencia climática en un anticipo del fin del mundo. Y a pesar de todo eso, la caja tonta sigue y seguirá aplicando el Modo Sharknado sin darse por aludida a pesar de que cada día crecen las críticas.
No estamos ante una circunstancia singular. Vivimos en un mundo en el que la información se ha convertido en espectáculo; así pasa con el fútbol, con la política, con la economía y con los sucesos. La Meteorología, a pesar de ser una ciencia contrastada y seria, es una víctima más de una epidemia de trivialidad y de irresponsabilidad que infecta hasta el último rincón del universo mediático.